Horas antes de morir, Ricardo Vidal Navarro (48) miró con nostalgia las fotos en las paredes del comedor. En las imágenes aparecía Carlos, su hermano mayor, fallecido 10 años antes en una cancha de tierra de Quinta Normal, mientras defendía la camiseta albiverde del Ricardo Mejías, uno de los equipos más populares de La Victoria. Su cuñada, María Tabilo, viuda de Carlos, le escuchó decir "hermanito", mientras observaba las fotos. Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando avisó que iba a Lo Valledor. Salió de la casa de calle La Coruña y nadie lo volvió a ver hasta las 10.20 de la mañana de ese miércoles 3 de julio.
Lo encontraron sobre un colchón en la estrecha vereda de calle Estrella Blanca, tapado con cartones y tablas, afuera de la casa de su amigo David González y a pocos metros del hogar que construyeron sus padres. Muchas veces despertaba allí, cuando se escapaba de los distintos familiares que lo acogían. Sus manos tenían los dedos pulgar e índice extendidos, haciéndole honor al apodo de "Pistola". Arrastraba este defecto desde una pelea en la que detuvo dos cuchillazos al cuello que le cortaron los tendones. La primera pariente que lo vio allí fue su hermana Susana. Todo el barrio se fue acercando para despedirlo. Luego, la PDI llevó el cuerpo al Instituto Médico Legal para la autopsia. Aunque en principio los medios informaron que había muerto de hipotermia, los resultados estarán en seis meses más.
El velatorio se realizó el jueves, en casa de sus padres, y al día siguiente se ofició el funeral. El ataúd fue paseado arriba de un carretón en Lo Valledor, mientras los verduleros le arrojaban ramas de cilantro como si fueran flores. Dentro de la feria, el féretro tuvo un breve paso por el bar Don Segua, donde pasaba horas tomando vino. Todo terminó en el Cementerio Metropolitano, frente a una masiva concurrencia, pues en La Victoria, dicen, "hay un Vidal en cada esquina". Entre los pocos familiares que faltaron estuvo el sobrino que pagó los gastos del entierro, el mismo que Ricardo alguna vez apodó como "Cometierra" por su pasión pichanguera. Si bien Arturo Vidal (26) no asistió a la ceremonia, ningún pariente se lo reprochó.
A Ricardo se le conocía por múltiples sobrenombres, pero "Picha" y "Peineta" eran los más comunes. Este último respondía a la obsesión que tenía por arreglarse el pelo cada vez que encontraba un espejo. Era el menor de los varones en una familia grande, que completaban otros ocho hermanos: Carlos, María, Rosa, Enrique, Miguel, Osvaldo, Erasmo y Susana. Era un tipo alegre, que aparecía cantando por las calles del barrio, y que hacía reír cuando mezclaba su particular acento con garabatos. "Hablaba así como 'Pepe Pato'. Mi señora le servía consomé y le dejaba una peineta siempre, porque se le perdía cuando andaba copeteado", cuenta Miguel Martínez, dueño del bar Don Segua.
La hija de Ricardo, Denisse (29), apenas conoció ese carácter que sacaba carcajadas en La Victoria. Se vieron por primera vez cuando su padre volvió del servicio militar en Coyhaique y ella ya tenía dos años. Nunca vivieron juntos, porque fue criada principalmente por su abuela materna, Blanca Corales. "El único recuerdo de mi papá cuando chica es de cuando me llevaba al Club Hípico. Una vez le elegí un caballo y ganamos", dice, cigarro en mano, en su departamento del sector San Joaquín, al lado de La Victoria. La distancia creció cuando su madre, Marta González, decidió separarse de él por bebedor y mujeriego, hace más de una década. Sin embargo, un año atrás, ella quiso retomar el contacto con su padre para sacarlo del alcoholismo. No le daba vergüenza verlo tirado en la calle, pero sí mucha pena. Lo llevó a terapia al Centro de Salud Mental (Cosam) de Pedro Aguirre Cerda y allí empezó un proceso de desintoxicación que nunca pudo controlar cabalmente su problema.
-Esta no es una historia de abandono. Mi papá se escapaba de las casas donde lo alojaban, y si estaba en situación de calle era por decisión propia. No quiero que se involucre al Arturo en esto. El se ha portado muy bien, y si no fue al funeral fue porque hubiera sido un caos- asegura Denisse Vidal.
Ella ve semejanzas entre su fallido intento por alejar a Ricardo del alcohol y los esfuerzos de su primo futbolista por hacer lo propio con su padre, Erasmo (53), apodado "Choca". Aunque se fue de la casa cuando el jugador de Juventus tenía siete años, nunca dejaron de verse, pues jugaban en los mismos clubes de fútbol: Ricardo Mejías de La Victoria y Rodelindo Román de Villa Huasco, en San Joaquín, el hogar de su familia materna. "Arturo incluso estuvo viviendo un tiempo acá, cuando era cadete de Colo Colo. Trabajaba en la feria y jugaba a la pelota", cuenta David González, amigo de la familia y compañero de equipo de los Vidal en ambos clubes. "Ricardo era un gran wing derecho y Erasmo jugaba de '10'. Todos los Vidal eran buenos", añade.
Cuando los nueve hermanos vendieron la casa que sus papás, Carlos Vidal y Rosa Navarro, levantaron durante la toma de La Victoria en 1957, Arturo le compró a Erasmo un departamento cerca del Club Hípico, donde lo puso a trabajar con sus caballos. Sin embargo, la añoranza de su barrio de toda la vida y la bebida lo han mantenido estancado en una situación parecida a la de su hermano menor. Antes de eso ya había estado involucrado en problemas, como cuando intentó ahorcarse en 2008 y cuando fue detenido por microtráfico en 2011. "Todos los tíos se fueron a pique cuando murieron mis abuelos, hace unos seis años. Arturo sacó a su papá, pero le ha costado. Yo intenté hacer algo por el mío, pero no pude", afirma Denisse, quien lamenta que Ricardo no haya compartido mucho con sus nietos Jorge (11) y Josefina (7).
En las próximas semanas tiene pensado viajar a Córdoba, Argentina, para hablar con su hermano "Ricardito", el regalón de su papá. Vive allí desde hace dos años y aún no se ha enterado de lo ocurrido. Nadie ha querido contarle por teléfono. Piensan que no es la forma.
Para Angélica Vidal (39), el "Peineta" era más como un hermano que un tío. Se criaron juntos en la casa que ella compró en febrero de 2012 y que habita junto a sus tres hijos, Luis (22), Peter (12) y Kelly (3). Durante varios meses trató de darle albergue, pero la situación se hizo insostenible cuando a Peter se le detectó un osteosarcoma en el fémur derecho, en mayo del año pasado. "Se ponía a tomar y llegaba en malas condiciones. No podía tener a mi hijo expuesto a todos esos microbios", explica. Esta semana, al chico lo operaron por sexta vez para removerle tumores del pulmón derecho en el Calvo Mackenna. Angélica estaba allí cuando se enteró de la muerte de Ricardo.
Angélica llevaba un año presenciando las batallas que paralelamente daban Peter y Ricardo, contra el cáncer y el alcoholismo, respectivamente. Arturo se involucró más en la primera, repartiendo fotos y autógrafos a mil pesos para juntar fondos que financiaran el tratamiento de Peter. También entrega plata mensual para sostener a la familia, pues Angélica dejó de trabajar para dedicarse a su hijo.
-El padre de Peter ni se ha aparecido, pero Arturo sí ha ayudado, aunque no se lo hayamos pedido. Nosotros siempre hemos trabajado, desde antes que él jugara fútbol, y hasta le dábamos monedas para que fuera a entrenar. Siempre me decía que iba a devolver la mano cuando fuera profesional. Yo le decía: "Usted no nos debe nada"- recuerda Angélica.
La lucha de Ricardo era más difícil de ganar. Como si el daño del alcohol y la pena por la muerte de sus padres no fueran suficientes, durante sus últimos años también cayó 18 meses en la cárcel, por desacato de una orden de no acercarse a la casa de la familia, solicitada a la justicia por su sobrina Dominique Sandoval Vidal, en la época en que se estaba decidiendo el futuro de la propiedad. Ambos se reconciliaron después, pero el "Peineta" ya había tenido suficiente. "Decía que se quería morir. Estaba deprimido", comenta su cuñada María Tabilo.
En calle Estrella Blanca apenas quedan rastros del "Picha". En casa de Angélica sólo quedó una java de pipeño y en la vereda quedan los cartones con que se cubría, pues el camión de la basura se llevó su colchón. Su amigo David González luce solitario mientras trabaja en sus carpas para la feria. "Todavía lo veo entrando a la calle, cantando", dice. Extraña la tradición que tenían por las tardes, cuando se sentaban en la vereda a escuchar a Leonardo Favio. Su música acompañaba tiempos mejores.