Estrellas de color negro fabricadas con cartulina aún se pueden ver pegadas en la reja de la entrada de la escuela rural Samuel Castillo, ubicada en Nicolasa, en la comuna de Freirina, en la Región de Atacama. No se trata de un simple trabajo manual de los estudiantes, sino que cada astro simbolizaba un día en que el mal olor proveniente de la planta Agrosuper, situada a unos cuatro kilómetros del establecimiento, se hacía insoportable.
Era un medidor artesanal que los niños y los docentes colocaban en tiempos en que costaba respirar aire fresco en la zona. Y aunque la crisis ambiental pasó, los escolares dejaron estos adornos como testigos del problema que vivieron durante meses: las emanaciones que dieron origen a las duras protestas en el pueblo y que terminaron en una alerta sanitaria decretada por el Ministerio de Salud esta semana. "¿En serio puedo decir como olía?, había olor a caca de chancho". Un poco avergonzado, el pequeño Marcelo Cisternas, alumno de Sexto Básico, describe el ambiente que se percibía en cada sala, en el comedor y en cada vivienda de Nicolasa.
Marcelo cuenta que junto a sus compañeros dejaron de tomar desayuno por las náuseas que sentían debido al hedor que impregnaba la localidad. Dice que todo comenzó a fines del año pasado, época que coincide con la que la industria, que cría 480 mil cerdos en el lugar, tuvo un desperfecto en una piscina de tratamiento de purines.
Marcelo y su hermana Constanza son alumnos de un pequeño establecimiento que apenas tiene 37 estudiantes, la mayoría hijos de agricultores, obreros y dueñas de casa, sin estudios superiores. De ahí que para los vecinos de la zona, el recinto es un centro al que sus hijos van a aprender, pero también un lugar donde se comenta todo lo que pasa en la comuna. De boca en boca, los nicolasinos fueron haciendo ver su malestar: los apoderados retiraban a los niños de clases porque sentían dolor de cabeza y mareos. La situación comenzó a llamar la atención de los dos profesores que tiene el establecimiento, Pamela Rivera y Aladino Soto. Relatan que la situación se tornó crítica este año cuando los alumnos ya no querían salir al recreo.
Pamela responsabiliza directamente a la empresa por la mala calidad de vida y los olores. Señala que junto a Soto "decidimos hacer pública esta situación, conversamos con profesores de otros colegios y entregamos los datos a la municipalidad". Admite que no se les dio una solución concreta, por lo que iniciaron una campaña para hacer ver lo que vivían al estar a poca distancia del complejo industrial: "Decidimos pegar las estrella negras en la puerta del colegio cuando había mal olor. Y era roja cuando era insoportable", dice.
En paralelo, el profesor Soto dio a conocer lo que sucedía a través de la Radio Profeta, una de las emisoras más sintonizadas de la comuna. Allí el maestro hacía ver que las autoridades debían dar una solución al problema y también se apoyaron las manifestaciones callejeras. Fresia Malfanti, apoderada de los niños, añade que la escuela fue importante, porque "a través de ella se dio a conocer lo que pasaba y los niños podían aprender más".
Este año, un tema infaltable en clases era lo que sucedía en el medioambiente local. La profesora Rivera dice que "los niños preguntaban mucho y nos encargamos de explicar lo que ocurría. De esa manera, ellos van tomando conciencia de lo que pasa en la naturaleza y cómo protegerla". Por eso en la clase de manualidades, los propios pequeños fabricaron las estrellas que daban cuenta de la crisis. Y adosaron pancartas que rezan "la naturaleza pide ayuda a gritos y la empresa no escucha". Las escuelitas aledañas a la planta hoy están vacías. Sus pupilos debieron quedarse en casa hasta que ya se regularice la condición ambiental.
Pamela declara que en la escuela están conformes con la medida que llevó a cerrar la planta. "Estamos contentos. Todo lo que pasó llevó a la lucha que se dio y los propios niños fueron los protagonistas, los más interesados en vivir libres del problema", dice.
A pocos kilómetros de Nicolasa, los alumnos de la escuelita Maitencillo, de 36 alumnos, también vivían los problemas que sus pares nicolasinos: percibían el mismo hedor. El profesor sostiene que los docentes comenzaron a comentar el tema y se acercaron al Movimiento Socio Ambiental por el Valle del Huasco. La situación de los menores gatilló que padres y dirigentes (que también denuncian contaminación en la cuenca por las termoeléctricas y falta de agua en la zona) se sumaran a este problema.
Iribarren señala que cuando la condición se hizo insostenible este año, decidieron participar en marchas. También se sumaron los pequeños del jardín infantil Amancay, que realizaron denuncias ante la seremi de Salud.
De ello da cuenta el director del Centro de Salud Familiar de la comuna, Juan Pablo Rojas: "Hay que ser claro. Se lesionó groseramente la calidad de vida de las personas". Esto llevó a que en diciembre pasado él mismo llamara a la seremi de Salud a fiscalizar, entidad que inspeccionó la planta. Rojas dice que la situación de pobreza local ayudó a que se sintiera el olor más fuerte, ya que el hedor se filtraba por techos y paredes de las viviendas ligeras.
Pero los vecinos del pueblo están enfrentados. Mientras algunos denuncian los malos olores, otra parte de ellos depende de su trabajo en la planta. María Osorio, de Nicolasa, vive desde niña en el camino de acceso a la industria. Dice que más que olor a purines, lo que hay "es el ambiente típico de campo. Los que denuncian son unos pocos".