“Ushuaia, fin del mundo”, reza un cartel con forma de flecha -construido con madera de lenga, un árbol típico de la zona- que da la bienvenida al refugio. Más abajo hay un trineo antiguo y en desuso con una pequeña placa que anuncia con letra negra “Siberianos de Fuego” y que tiene dibujada una huella de perro en el medio. En el camino que lleva al lugar no hay letreros que anuncien la proximidad de la estancia ubicada en el centro invernal Villa Las Cotorras, a 25 kilómetros de Ushuaia, en Argentina. Es en los alrededores de esa ciudad, famosa por su cordero fueguino, el Faro del fin del Mundo y el centro de esquí Cerro Castor, que se puede encontrar un atractivo adicional y poco conocido: un refugio que alberga un criadero familiar donde viven 132 perros nórdicos que tienen una historia para contar. Una historia que comenzó hace 24 años con Yagán.

Así se llamaba el primer siberian husky que tuvo Hugo Flores, el dueño, amo y musher -nombre que se les da a los entrenadores de animales de tiro- de esta manada, un hombre de cincuenta años que usa una pañoleta llena de colores. Se lo regaló un amigo cuando tenía 25 años y marcó el rumbo de su vida. Con ese primer perro aprendió que no hay manuales, folletos ni cursos que enseñen lo que es ser un entrenador de perros de tiro, sino que todo está allí, en el instinto. Un triciclo y sus hijos fueron los cimientos de este emprendimiento familiar.

A Yagán se sumaron otros perros nórdicos. Hugo los pedía prestados a sus vecinos y los entrenaba. Cuando logró tener 23 comenzaron las invitaciones a las corridas en trineo; primero dentro de la localidad, luego se extendieron a otras partes de Argentina y finalmente alcanzaron suelo europeo, ruso y también chileno.

El testimonio de todo eso se puede ver en el interior de la cabaña del lugar donde los visitantes pueden tomar mate, té o café, y sentarse sobre unas suaves y abrigadoras pieles de cordero. Ahí están las fotos que muestran a Hugo y a sus tres hijos, Leandro, Nahuel y Alejandro, en competencias de Sled Dog o Skijoring. También hay fotografías de la expedición Amundsen, liderada por el noruego Roald Amundsen en 1911, y que fue la primera en llegar en barco al Polo Sur con sus perros. En la habitación continua están los trofeos: las medallas, las remeras ganadoras, el trineo ganador. En ese refugio hay toda una vida. Y es una vida con perros de la que los visitantes pueden hacerse parte.

Salir en trineo
Hoy la manada está compuesta por dos razas. Cerca de un tercio son siberian husky, reconocidos por ser independientes y obedecer sólo de vez en cuando las instrucciones. El resto son alaskan husky, una mezcla de perros y lobos originarios de Alaska, muy similares a los husky, pero generalmente más altos y delgados y de orejas más puntiagudas. Son más veloces, fuertes y obedecen mejor.

Cruzar miradas con ellos puede ser inquietante. Sus ojos bicolores te siguen en cuanto pones un pie en su territorio y cuando son más de un centenar los que te observan, te sientes intimidado y dudas si acariciar o no el lomo de esa mítica raza. Hugo dice con naturalidad que puedes tocarlos, abrazarlos y tomarles todas las fotos que quieras. Los canes no han sido criados sólo para competir, sino que para ser cariñosos, mansos y amigables. Por eso su dueño invita al que quiera a que se les acerque y les haga mimos. Podría decirse, de manera cursi, que están formados para recibir amor. Por eso mucha gente se deja caer en el recinto fuera de la temporada de esquí, simplemente para pasar a ver a estos perros, tal como lo hizo Antonio Nicolás, un español que llegó al refugio como parte de un tour grupal que sólo se detuvo ahí unos minutos. Para Antonio, eso no fue suficiente y volvió al día siguiente para estar un día en la estancia y conocer más a fondo cómo funciona el lugar. Él trabaja con niños con discapacidad mental en su país, y quiere ver cómo podrían funcionar este tipo de perros con ellos.

A los animales se los aprecia apenas se entra al predio, que tiene 49 hectáreas. En medio de las casas de los canes hay un galpón con una docena de arneses. El silencio es profundo. Los perros están recostados, medio dormidos. A veces bostezan. “Espera y verás”, dice Hugo riéndose ante la inquietud por la inexplicable calma. A dos metros del galpón hay un carro verde oscuro con ruedas. Parece un carro de golf, pero descapotado. Hugo se acerca al galpón. De a poco las miradas -de perros y humanos- lo empiezan a seguir y algo cambia en el aire. Surge la expectación. El musher agarra uno de los arneses y a continuación grita: “¡vamos!”. Con eso, la paz se acaba y la reemplaza una especie de locura animal: algunos comienzan a correr en círculos, otros cavan hoyos en la tierra, mientras que el resto se revuelca de un lado a otro. Y todos, absolutamente todos, aúllan.

Por eso, ponerlos en su lugar toma tiempo: hay que ir a buscarlos, medio arrastrarlos y luego colocarles el arnés y unirlo a la cuerda que los sostiene a todos, y también al transporte. Todo esto en medio de ladridos desesperados, saltos e intentos adelantados de partir. Pero finalmente los perros se ponen en dos filas verticales, cada uno con su pareja.

El carro verde no sólo es el medio de transporte con el que la manada pasea a los turistas, también es la única forma que tienen en el centro para mantener a los canes entrenados y atléticos cuando no hay nieve. En los meses de invierno -en el que hay momentos en que reciben a más de cien personas por día- están permanentemente ocupados con los cinco trineos que manejan. Con el musher siempre al frente llevan a los visitantes hasta Valle Hermoso, a cinco kilómetros del refugio, bordeando el río Lasifashaj, uno de los más largos e importantes del sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego, un recorrido donde todo está cubierto de nieve y en el que la temperatura puede llegar a los 20 grados bajo cero. En esas condiciones estos perros de tiraje lo dan todo. Jalan y corren y pueden alcanzar los 30km/h cuando van en grupo y con carga. Solos y sin arrastrar nada llegan casi al doble de esa velocidad.

En temporada baja el recorrido es más corto, ya que el calor afecta el rendimiento de los animales y llega sólo hasta el Valle las Cotorras, a dos kilómetros. Otros lugares, también por el sector, dedicados a esta actividad son el Valle de los Lobos y el Valle Tierra Mayor, sin embargo, Siberianos de Fuego es el único que continúa con la actividad en verano

Dentro del carro, tiembla. Y fuerte. Los culpables son Ian y Showa, los últimos en la fila y ambos siberian husky. No paran de tirar y aullar. Bono y Luna, una pareja de Alaska y líderes de la manada, están en el frente e impiden que avancen, ya que aún no han recibido la orden. Hugo se sienta al frente. Bono y Luna lo miran. Hugo grita “Aaaaaap” y luego silba. La carrera acaba de comenzar. El jadeo, los bramidos y todo el alboroto son reemplazados por una especie de coreografía. Una danza grupal creada por el instinto. Todo ruido se pierde y el viento hace que lagrimeen los ojos. Los perros miran fijo y jadeantes hacia el horizonte, al igual que Yagán, hace más de veinte años.