Enrique Bravo llegó por primera vez a la casa de los Valdés Soublette en 1964, cuando tenía dos años y su madre Rosa Gaona era la empleada del hogar. "Cuando llegué a la casa, Gabriel me recibió, puso música y me hizo bailar con él", recuerda ahora con 49 años Enrique Bravo-Valdés, el hijo adoptivo del fallecido ex senador.

El jueves pasado viajó toda la noche, desde La Haya, donde se desempeña como jefe de la división de informática de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, ligada a la ONU, para llegar a los funerales de su padre.

"Llegué corriendo a la casa, para poder cambiarme de ropa", comenta a La Tercera.

Llegó acompañado por uno de sus hijos y en Santiago se reencontró con sus hermanos mayores, Juan Gabriel y Maximiano. "Ellos siempre me dicen, entre tallas, que fui el más afortunado, porque el papá me tocó mayor y, por lo mismo, no fue tan estricto como con ellos. Creo que gocé el privilegio de ser el más regalón", rememora.

Uno de los recuerdos que Bravo-Valdés atesora de su infancia es el compromiso de su padre con su educación. "Me dijo que tenía que tener la mejor educación posible y me envió al Nido de Aguilas, un colegio internacional, donde se habla inglés".

"Recuerdo que el día antes de entrar al colegio me regaló un mapamundi. Dijo que quería que me aprendiera todos los países, que ampliara mis horizontes", agrega.

Según Bravo-Valdés, una de las cosas que él y sus hermanos más apreciaban del fallecido canciller era que, pese a ser niños, "nunca nos pedía que nos fueramos de sus reuniones".

"A él le gustaba mucho que estuviésemos encima de los hechos, dejaba que escucharamos las conversaciones sin importar quién llegara a la casa, ya fueran embajadores, políticos o amigos", comenta.

"Siempre estuve permeado de estas vivencias. Cuando tenía seis o siete años vino la reina Isabel de Inglaterra y yo corría por entremedio en la casa".

El último encuentro

"Gabriel Valdés siempre me trató como un hijo y dos veces me pidió que llevará su apellido", recuerda Bravo-Valdés.

La primera oportunidad fue cuando tenía 17 años y la respuesta negativa. "No entendí la magnitud del gesto que estaba haciéndome, era chico, así que le dije que yo tenía mi apellido y que era orgulloso de él. El entendió".

Pasaron 30 años para que ambos volvieran a conversar el tema. Fue en 2009, durante la celebración del cumpleaños número 90 del ex canciller DC.

"Enrique, me dijo, 'para mí sería muy importante que llevaras mi apellido'. Esta vez, ya maduro, entendí el significado del gesto y acepté", recuerda.

"Nos vimos por última vez la Navidad pasada. Normalmente vengo a Chile a pasar las fiestas de fin de año y ahí estuvimos juntos, la Pascua y Año Nuevo", agrega.

Poco antes, también se habían visto en Europa. En 2010 toda la familia viajó con él a Italia. "El estaba bien, se cansaba un poco, lo lógico para alguien de 91 años", comenta. Quien fuera embajador en Italia quería ir al sur de ese país, a la costa amalfitana, uno de sus lugares favoritos. "Arrendamos un auto y partimos, alojamos en Amalfi".