Diez años cuenta Osvaldo Duarte Echeverría (45) que tenía cuando su padre Enrique lo llevó por primera vez a la pesca chinchorro. "Mi taita nos sacaba a pescar con mi hermano a la orilla del río, porque de chiquitito a uno le gusta la pesca y se aprende por tradición, viendo a los viejos", dice. "Lo primero que se aprende es a remar y nadar en el río, después se practica en la mar", recuerda este dirigente pesquero que poco sabe, al igual que sus compañeros, de cómo la pesca chinchorro llegó a Llolleo, pero reconoce, como todos en la Caleta Boca del río Maipo o en la Caleta Histórica de San Antonio, que los chinchorreros son los últimos exponentes de toda una tradición ancestral. "Supuestamente, en el norte había un grupo de chinchorreros (Cultura Chinchorro, hace nueve mil años) que practicaban esta pesca, pero ¿cómo llegó aquí? No lo sabemos. Llolleo (del mapudungún Llollehue) es 'lugar donde se pesca con redes (llolles) y aquí vivieron los indígenas Llolleo (200 al 700 d.c.), pero también se dice que los españoles pudieron venir con esto", explica Duarte.
Sentado a la orilla del muelle de la desembocadura del río Maipo, esta caleta, como muchas, intenta subsistir apoyando la pesca con paseos turísticos en botes, los mismos que sólo en vehículos pueden ir al mar dado el bajo nivel del caudal al llegar al océano en busca de las corvinas, pejegallos, toyos y róbalos, presas de esta captura que de vez en cuando hacen también en Santo Domingo, Las Cruces y Cartagena.
Si la mar no está picada y la marea baja -dice Duarte-, es hora de pescar. Siguiendo el ciclo de mareas de seis horas, "al llenar la mar, el pescado empieza a entrar junto con la marea y la llena dura una hora y media a dos horas de repunte: ahí se hace", explica.
A bordo de una camioneta, grupos de 14 chinchorreros cargan el bote, los remos y la red de 120 metros cuadrados. Tres remeros guiados por el patrón de nave entran al mar sorteando la violenta maniobra contra la rompiente. A pulso y oyendo la voz del más conocedor, atributo que diferencia al patrón, reman contra la fuerza del mar hasta atravesar la rompiente y alcanzar los 100 metros de la orilla.
Es una pesca "atrevida", dicen los pescadores, porque rompe la ola con el bote, pasa, y de ahí echa a correr la red, por fuera de la rompiente, hasta formar una medialuna. "Lo más peligroso es la salida. Si la mar te pilla, te puede volcar. El patrón mira la mar y sabe cuándo hay peligro y ahí manda al agua a sus tripulantes".
Mientras eso ocurre en el mar, en la orilla los otros 10 chinchorreros empiezan a tirar los dos cordeles extremos de la red para recoger la carga. "Al traer la red, el pescado se va maneando", cuenta Duarte, que recuerda que hace dos años de Cartagena o Llolleo sacaban hasta 1.000 kilos en una tirada. "Hoy ta' bajo y a veces no se pesca nada". Terminada la captura, la parte mayor va para el dueño del bote y la red, un poco menos para los remadores y el resto para los chinchorreros de orilla. Entre media y una hora dura cada maniobra y se puede repetir hasta tres veces.
Una técnica que se experimenta desde los siete años, porque se aprende mirando y ayudando. Los polleros, dos o tres niños, acompañan a los chinchorreros desde la orilla. "Lo primero que hacen es aprender a enrollar los cordeles (o betas) de la red que van quedando en la orilla. Después les vas enseñando a reparar redes, el remiendo, a cortar y preparar el portillo", explica Duarte. Sólo a los 18 años, con matrícula de pescador en mano y habilidad suficiente, los más jóvenes siguen a los viejos.
Cada vez son menos, eso sí, los que optan por el oficio y varios hijos y nietos de esta caleta, que reúne a 160 familias instaladas alrededor, se han ido. El propio Osvaldo confiesa, algo acongojado, que con él termina en su núcleo la tradición. "Mi hijo, el mayor de dos hermanas, tiene 25 y estudia electromecánica industrial en Santiago. Está en otra". A ello, se agrega que el puerto se extenderá a la playa Llolleo, lo que para ellos podría ser el fin de la tradición.