El general (R) Hugo Salas le enseñó a pintar con acrílico y el mayor (R) Patricio Cereceda Truan ha utilizado esta técnica para ocupar sus horas muertas y regalar cuadros a sus padres, hermanos y amigos. Aunque hoy está solo en una pieza de unos tres metros por 2,5, en Punta Peuco ha compartido celda con otros oficiales, como el teniente (R) de la Armada, Sergio Rivera, condenados por violaciones a los Derechos Humanos durante el régimen militar. Según afirman en su entorno, no ha tenido problemas con ninguno.
Los cercanos a este militar (de 45 años, separado y con tres hijos) aseguran que Cereceda es apreciado por los demás internos de la cárcel de Tiltil, donde está desde enero de 2008. Ellos lo han visto bajar y subir más de 10 kilos de peso, además de dejarse y cortarse la barba y el pelo. Con los demás reclusos compartió en un curso sobre paneles solares y hoy les hace clases de inglés. Pero no por mucho tiempo más.
La Corte Suprema le otorgó el pasado miércoles el beneficio de la libertad condicional al oficial que el 18 de mayo de 2005 era comandante de batallón del Regimiento Reforzado N° 17 de Los Angeles, y que esa mañana dio a sus hombres la orden de bajar marchando por el volcán Antuco.
El terreno estaba cubierto de nieve y los soldados atravesaron un estero donde se mojaron casi hasta las rodillas. En el descenso hubo una tormenta de viento blanco. Murieron congelados 44 conscriptos, que vestían tenidas de género, y un sargento segundo, que entregó a un recluta su parka de goretex. Era la mayor tragedia del Ejército en tiempos de paz.
Cereceda se convirtió en el único oficial condenado por dos ilícitos: por cuasidelito de homicidio e incumplimiento del deber militar. Fue, también, el único sentenciado a ir a prisión. Su pena fue de cinco años y un día de cárcel, pero esta semana quedará libre, tras tres años y nueve meses.
La familia de Cereceda recibió con alegría la resolución. Los familiares de los soldados muertos, con frustración. "El nunca ha estado bien desde que pasó lo que pasó. Es responsable de dar la orden (...), pero que (los soldados) no fueran con la ropa adecuada no era problema de él", dice su tía Ana María Cereceda. "Tiene cero arrepentimiento de lo que hizo (...). Si hubiera tenido un poco de conciencia, habría cumplido la condena completa", sostiene Delina Díaz, hermana de uno de los reclutas muertos.
Cercanos a Cereceda dicen que lo ocurrido en esas horas es algo sobre lo que, desde distintos ángulos, le cuesta dejar de reflexionar. Los propios familiares de las víctimas lo comprobaron cuando, a fines de 2009, lo visitaron en el penal y conversaron con él a través de un vidrio. "No levantaba mucho la vista. Creo que había pasado por momentos de depresión", dice Angélica Monares, hermana del sargento que murió en la marcha,
Tras la tragedia, Cereceda estuvo internado por depresión en el Hospital Militar. Hoy escribe su versión de los hechos en un libro que ya alcanza las 100 páginas.
En su entorno explican que Cereceda trabaja en un PC colocado sobre una especie de escritorio de colegio, donde también hay una cama de una plaza y un televisor. Cuentan que en una muralla hay un retablo de la Virgen María, tallado por él mismo, y algunos textos. En el libro, dicen, abarcará su paso por el regimiento de Los Angeles, la campaña que terminó en tragedia y también abordaría las eventuales responsabilidades en la tragedia del alto mando de la época.
Cereceda hace tres meses que cuenta con salida dominical, que aprovecha principalmente para ver a sus hijos. Ayer fue la última. De su esposa se separó estando preso. Buena parte de su pensión, de casi $ 800 mil, va para ellos, dicen en su entorno.
Los domingos que pudo salir de la cárcel visitó a sus familiares que viven en Rancagua, Los Andes y La Reina.
En estos encuentros no solía salir de sus casas, pero ha contado que en más de una ocasión fue al supermercado y no lograron reconocerlo.
Con sus cercanos no ha profundizado en qué hará luego de recuperar su libertad. Tras ser dado de baja y antes de quedar recluido, utilizó sus conocimientos en logística en una empresa que suministraba insumos a hoteles. La vida empresarial es una alternativa. Cuando le preguntan, les responde: "primero quiero salir".