En alguna parte del mundo, con características geográficas relativamente similares y ciertas condiciones climáticas en común, una persona cualquiera puede encontrarse con lo más parecido al doble de su propia patria. Por lo menos, a primera vista. Eso es más o menos lo que le sucedió al director de cine iraní Alireza Khatami (1980) cuando llegó este año a Santiago, la ciudad que acogería gran parte del rodaje de su primer largometraje en abril y mayo. El resto de la filmación transcurrió en la Quinta Región, pero el golpe emotivo vino en la capital, entre Recoleta y el Centro Cívico, siempre con vistas a la cordillera, la omnipresente muralla andina que para Khatami es la réplica imponente de los montes Elburz que rodean Teherán. Si Santiago equidista 33 grados al sur del Ecuador, Teherán se distancia 35 al norte; si la capital iraní tiene 686 kilómetros cuadrados, la urbe del Mapocho alberga 640; si un cassette de Víctor Jara circulaba clandestino en Irán en los 90, su equivalente chileno ya había pasado por lo mismo en el país de Pinochet.
"Yo escuchaba a Víctor Jara de joven, nos pasábamos los cassettes, los copiábamos entre amigos. Estaban prohibidos. También creo que los movimientos de resistencia del pueblo chileno inspiraron a muchos iraníes de izquierda que luchaban contra la tiranía, antes de la Revolución y después de ella", explica Khatami desde Savannah (Estados Unidos), donde vive parte del año. Suerte de iraní errante, Khatami hizo sus primeros estudios de cine en Malasia y hasta la fecha ha realizado cuatro cortometrajes, todos perfumados con algo de fantasía y absurdo al mismo tiempo. El cambio de nacionalidad no parece ser un problema para Khatami: sus cintas han transcurrido en Filipinas, Taiwán o su natal Irán. "Elegí salir de mi país y viajar, aprender y contar historias en otras partes del mundo", dice Khatami, quien visitó Irán por última vez hace ocho años.
"La primera vez que estuve en Santiago lloré. Las similitudes con Teherán son muchas: clima semiárido, grandes paisajes, árboles extraordinariamente parecidos. Eso me puso muy nostálgico. Lamentablemente también compartimos los terremotos", cuenta Khatami, que conoció al productor chileno Giancarlo Nasi en 2013, en el Festival de Cannes. "Tenía este guión sobre una mujer que busca a su familiar asesinado por el régimen y una de mis productoras de Francia me sugirió hacer la película en Chile. Al llegar acá noté las evidentes similitudes con Irán. Ni siquiera fue necesario cambiar mucho los diálogos", explica sobre Los versos del olvido, el largometraje que finalmente rodó en nuestro país.
Coproducida por cuatro países (Francia, Chile, Alemania y Holanda), la película cuenta la historia de una búsqueda desesperada: un viejo funcionario del cementerio ayuda a una mujer a hallar el cuerpo inerte de su esposo, víctima de la represión de las milicias gubernamentales. "El hombre de la morgue es interpretado por Juan Margallo, un muy conocido actor de teatro español. También hay varios otros actores hispanos involucrados y eso se debe a una condición que imponen los productores europeos. Pero el resto son chilenos, magníficos actores", cuenta Khatami, que explicita que filmaron en el Cementerio General y en otros de Valparaíso.
En Los versos del olvido los personajes no tienen nombre, el tiempo es indeterminado y los lugares no se identifican. "Podría ocurrir en cualquier país de Latinoamérica. O también podría pasar en Rumania, Malasia, Paquistán, Irán, Kosovo, Letonia, Uruguay, Bolivia, etcétera. Todos los países tienen algún pasaje oscuro en su historia. Lo que contamos es una historia de desaparecidos bajo un régimen autoritario, pero también relatamos lo que le sucede a una persona cuando pierde a un ser querido. Eso lo entiende cualquiera sin importar la nacionalidad. Por lo demás, el cine es para mí un lenguaje visual y el lenguaje es secundario. No quiero hacer un programa de radio", detalla Khatami acerca de un filme que es hablado en español y cuyo principal público potencial es el latinoamericano. "Les pedimos a los actores prescindir de los localismos, pues la idea es que todos en Latinoamérica entiendan", agrega.
El elenco chileno es generoso y se divide así: Gabriela Aguilera interpreta a la esposa del ejecutado político, Luis Gnecco es un chofer de camión que eventualmente trae al protagonista desde la muerte, Luis Dubbó en el rol de un peluquero que colaboró con los militares, Julio Jung es un funcionario que emite certificados de defunción a pesar de sufrir Alzheimer, Amparo Noguera es una agente de bienes raíces que compra y vende sepulturas y Gonzalo Robles es el administrador del cementerio.
El productor Giancarlo Nasi, que también estuvo tras la colombiana La tierra y la sombra (ganadora en Cannes de la Cámara de Oro), explica que la cinta tiene varias fugas fantásticas y hay escenas que requieren efectos especiales: "En la cinta hay mucha fantasía también, con escenas muy curiosas: ballenas que vuelan sobre las calles de la ciudad, lluvia al interior de una pieza". Gran parte de ese trabajo técnico se está realizando actualmente en Europa, que ya aportó un grupo de vestuaristas y sonidistas de Francia, Holanda y Alemania.
Con un plan de estreno para 2017 y la intención de estar en un festival relevante en los próximos meses, Los versos del olvido es un caso singular de suma de nacionalidades, tópicos y talentos heterogéneos. Para su realizador significó la posibilidad de catalizar sus inquietudes creativas ("mi idea es que mi segunda película se base en una novela chilena y, por supuesto, rodarla allá") y para su productor fue la comprobación de que una Torre de Babel artística puede funcionar. A Khatami, en todo caso, lo del idioma nunca le preocupó demasiado: "Jugamos un partido de fútbol, no entendía nada, pero igual ganamos".