Amanece en Luang Prabang y en algunas de sus silenciosas calles comienza uno de los rituales más conmovedores de la región: la entrega de ofrendas a los monjes budistas. No son más de las 5.30 de la madrugada y ya están ordenados en fila, todos ataviados con sus trajes naranja y pies descalzos, recibiendo arroz y alimentos que los vecinos entregan. Parece una escena de película, sólo interrumpida por el murmullo de algunos viajeros que observamos deslumbrados la mística que envuelve un gesto tan simple.
Luang Prabang es uno de esos destinos imperdibles, que muchos turistas omiten erróneamente en su recorrido por el Sudeste Asiático. Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1995, es una joya en medio del caos de las grandes capitales de sus vecinos Tailandia, Vietnam y Cambodia. Una ciudad a escala humana, fácil de recorrer a pie o en bicicleta (que se arriendan por tres ó cuatro dólares diarios), con un entretenido centro histórico colonizado por tienditas, mercados y encantadores restaurantes.
Aquí se respira tranquilidad a gritos y una inusual placidez, los laosianos son un pueblo relajado y alegre que, a diferencia de sus vecinos tailandeses y vietnamitas, dejan que los turistas recorran libremente la ciudad, sin vendedores ambulantes ni regateadores en cada esquina.
Recorriendo Sisavang Vong
Luang Prabang es la antigua capital de Laos y conserva su Palacio Real, donde el rey y su familia vivieron hasta 1975. Está ubicado en Sisavang Vong, la calle principal de la ciudad, y hoy es un museo que exhibe la vida cotidiana de la monarquía laosiana. La entrada cuesta poco más de un dólar, y en el recorrido por las habitaciones sorprende la simpleza y austeridad de los reyes.
Siguiendo por la calle principal, encontrará algunos de los más de 30 templos budistas, hostales, restaurantes y comercio. En el camino hay varios spa que ofrecen los famosos masajes asiáticos: la relajación es total y los precios son módicos. Por menos de US$ 10 puede conseguir un excelente masaje con piedras calientes.
A partir de las seis de la tarde y frente al Palacio Real, se instala el mercado nocturno, iluminado por coloridos faroles de papel. Encontrará artesanía típica, bordados a mano, bonitos textiles y muchos objetos ideales para llevar suvenires de vuelta a casa. La comida al paso es uno de los ineludibles del mercado, con picadas callejeras que preparan parrillas de pescado y verduras, marinadas con hierbas y rellenas con hojas de plátano. También puede optar por alguno de los simpáticos restaurantes que ofrecen, por tres dólares, un menú estilo tenedor libre con deliciosas mixturas de sabores asiáticos y franceses. No se sorprenda si en su mesa coinciden vegetales con leche de coco, una exquisita sopa de calabaza o champiñones y un delicado final de crème brûlée con jengibre.
Otra visita obligada para sibaritas son los cafés de la ciudad, muy al estilo francés, con baguettes recién horneadas, además de jugos y batidos de frutas, pastelería y fragante café de grano, uno de los mejores de Asia.
Frente al mercado y al Palacio Real está la colina Phu Si, reconocida como un lugar sagrado. Los turistas se animan a subirla al atardecer, buscando buenas perspectivas para fotografiar la ciudad y el río Mekong desde la altura. También es posible dejar ofrendas en That Chomsi, la estupa dorada que está en la cima.
Otra forma de conocer Luang Prabang es salir en busca de alguno de sus 32 templos. Al recorrer Sisavang Vong encontrará varios de ellos, pero el gran premio es llegar al Xieng Thong, ubicado en la reunión de los ríos Mekong y Nam Khan. Es uno de los templos más impresionantes de Indochina, con una arquitectura de techos curvos, fachadas doradas y en su parte posterior, un mosaico con el árbol de la vida y cientos de imágenes talladas en vidrio de color. Alrededor hay figuras de buda y pequeñas estupas. Construido en el siglo XVI por el rey Saysethathirath, aquí se solía coronar a los monarcas. Al mediodía, el templo y su techumbre brillan con el resplandor de los rayos solares, entregando un espectáculo memorable, opacado solamente por el agobiante calor de la estación húmeda, que entre mayo y octubre alcanza fácil los 36°C.
Tat Kuang Si, cascadas y osos en medio de la selva
Para evadir las altas temperaturas y rodearse de naturaleza selvática, el panorama es partir rumbo a las cuevas de Pak Ou, conocidas como las cuevas de los mil Budas. El nombre no es antojadizo: pasando la entrada y su monumental arco, cientos de figuras de Buda esperan a los turistas. En estas cuevas encontrará sombra y humedad y extrañas formaciones rocosas desde el techo. Lleve una linterna para iluminar el camino, las cuevas de más arriba no tienen una pizca de luz.
El viaje hasta Pak Ou puede hacerse en tuk tuk o bicicleta, recorriendo 25 kilómetros, pero la alternativa más entretenida es navegar poco más de una hora en una embarcación liviana, con la vista panorámica que muestra el río Mekong en todo su esplendor.
Pero si se trata de pasar el día en medio de la selva, el parque y la cascada de Tat Kuang Si son un paseo recomendable para toda la familia. Turistas y locales llegan aperados de picnic y trajes de baño, buscando alguno de los pozones de agua turquesa. Hay cuerdas que cuelgan desde los árboles y permiten lanzarse al agua sin vacilaciones, con una privilegiada vista. El parque tiene un centro de recuperación de osos, que se pueden visitar en el camino a las cascadas. Para llegar desde Luang Prabang, puede hacerlo en bicicleta o tuk tuk, el recorrido de 30 kilómetros no debiera costarle más de US$ 4 y la entrada al parque, US$ 1,5.