Les construí con mis propias manos una casa en un árbol a mis hijos. Así, como la canción de Jorge González. Ahora está un poco vieja, pero me sentí orgulloso cuando la terminé. Fue una experiencia chora, en la que ayudaron mi padre y mi hermano, porque no podía ser que no tuviesen una casa en un árbol. No fue muy utilizada, pero ahí está. Al final, terminó apropiándosela el perro.

Tengo cierto rol de intelectual público, no puedo negarlo. Me ha llegado más bien forzadamente ese personaje. Esto empezó con una serie que publiqué en Ciper, "Diez lugares comunes sobre educación". Fue una serie que, para ser honesto, yo no quería escribir. Es decir, no es que no quería, es que estaba muy ocupado en otras cosas. Al final, Juan Andrés Guzmán, periodista de Ciper, me insistió tanto, que accedí. Fue difícil, pero lo logramos y de ahí no he parado de aparecer. Todo me desvió de mi plan de trabajo académico, pero ha resultado bien. Era importante darle sustancia al movimiento estudiantil de 2011.

Se ha dicho que a los intelectuales de derecha no los pescan, pero es porque a los políticos de derecha no les importan las ideas. Y creo que la cosa es mucho más profunda que eso: esta gente no sabe lo que es trabajar con las ideas, no saben lo que es desarrollar una idea pacientemente, enfrentarse a un problema que no tiene solución obvia y darle vueltas, pensar sobre él, escuchar opiniones sobre él y armar un argumento para explicar por qué este problema es así. Ellos no entienden las ideas, no saben lo que son.

Siempre fui perno, nunca fui rebelde. Cuando joven era medio artesa, de esos que escuchaban a Santiago del Nuevo Extremo e Inti-Illimani. Mi único distintivo es que era como el intelectual del curso y malo para el fútbol. La idea de un carrete para mí no es ir a bailar, sino que ir a tomarse una cerveza y conversar con alguien inteligente. Eso, creo, me califica como nerd. Pero tampoco soy el prototipo nerd, por ejemplo, no soy cinéfilo. Además, veo mugres en la televisión. Ver tele con mis hijos me ha llevado a ver series que son un bodrio (la de ahora se llama Supernatural). Otra cosa es que si me ponen cumbia en una fiesta, no bailo. Nunca ha sido uno de mis fuertes. Cuando lo hago es por mi esposa, pero siempre me siento algo ridículo cuando hay que bailar.

Estudiar en el Verbo Divino no fue particularmente grato. Es algo que me pregunté mucho después y concluí que no calzaba con el tipo de estudiantes de ese colegio, por lo mismo se hizo un desagrado. Al final me fui al Notre Dame, porque calzaba mucho más con el tipo de persona que yo era. Ahí las hice todas: fui scout en el colegio y después fui bombero durante todo mi período universitario. Eso sí, no fui radical ni masón.

No soy de los socialistas que se involucran demasiado, pero estoy inscrito como militante y participo cuando puedo. Antes, cuando chico, milité en la DC. Para el plebiscito, de hecho, fui presidente de la Juventud Demócrata Cristiana de Providencia. Cuando llegué a Chile después de mi doctorado, renuncié. Hoy milito en el Partido Socialista. Una de las razones por las que milito es porque me parece importante militar. Hoy parece más virtuoso el que se dice independiente. Creo que eso es un grave error, porque la acción política sin la acción colectiva no es acción política, por lo que la idea de militancia es importante. Por eso, me inscribí en el PS cuando la Concertación perdió en 2010.

Me fui de dueño de casa al Reino Unido. Con mi señora postulamos a Oxford, pero ella fue aceptada y yo no. Por eso, llegué a hacer el aseo y cocinar allá. Pasé un año en esa condición. En mi pasaporte la visa decía "accompanying wife" (acompañando a la esposa). La verdad es que estoy feliz de eso, era lo menos que podía hacer. Mis ya 22 años de matrimonio son una de las cosas que me enorgullecen. En el año que transcurrió antes de comenzar mi doctorado en Edimburgo tomé un curso de inglés para "acompañantes". Lo tomé pensando que como el Reino Unido era un país del primer mundo no habría tanto sexismo y los "acompañantes" serían hombres o mujeres, indistintamente. Pero me equivoqué: estaba con puras mujeres, por alguna razón, todas de Corea. Era obvio que se reían de mí, pero como no les entendía el idioma, nunca supe qué era lo que decían específicamente.

El momento de mayor pena y angustia que he sentido en mi vida fue cuando mi hermana mayor, Consuelo, murió en un accidente de avión. Ella estudiaba Medicina en la Universidad Austral. Allá, se puso a pololear con Pedro Jiménez, compañero de ella, que después fue general de zona en Chaitén. En uno de sus viajes, el avión en que iban se cayó y ella y Pedro murieron. Fue brutal. Yo tenía 24 años. Un domingo en la tarde sonó el teléfono, escuché el "¡qué!" de mi madre y supe que algo gravísimo había pasado. Entonces, me fui al sur a participar de la búsqueda y ahí apareció. Su avión, sin saber por qué, había chocado. Experimentar la contingencia de la vida y de la muerte a una edad en que eso normalmente no entra en los marcos de referencia me hizo cambiar la visión de las cosas.

No soy sombra de nadie en el segundo piso de La Moneda. Se me imputa tener muchísimo más poder del que tengo. Me da risa que digan que soy un poder en las sombras, como lo ha hecho la señora Matthei. Pedro Güell, que sí trabaja en el segundo piso, me dijo una vez en broma que me había llegado una carta a La Moneda. Es que se especula demasiado, pero todo es invento, no hay nada de eso. Tengo mi opinión de lo que ha estado haciendo este gobierno. Ellos leen, supongo, lo que escribo y verán lo que hacen, pero no tengo reuniones con nadie del gobierno.

No me iría a tomar una chela con mis alumnos, pero tampoco soy de esos profesores que creen que son buenos por poner malas notas. No soy estricto ni mido la rigurosidad del curso por el número de reprobados ni nada parecido. Eso siempre lo he encontrado absurdo. Lo que no me gusta es esta pretendida suerte de horizontalidad entre los alumnos y el profesor. Además, dignifica al estudiante que haya cierta distancia.

Me pasa algo especial con la mortalidad y la decadencia del cuerpo. A los 40 años me di cuenta de que uno no está constantemente actualizando la imagen que uno tiene de uno mismo. Es decir, uno fija su propia autoimagen en ciertos momentos especiales, y esa autoimagen queda hasta la siguiente actualización. Para mí, uno de esos momentos fue la universidad. De modo que quedé con la autoimagen de un joven de 20 años hasta el siguiente momento de actualización, que ocurrió al cumplir los 40. Es decir, yo a los 38 años me seguía viendo como el estudiante que había sido. Y cuando cumplí 40, y llegó e momento de la nueva actualización, no pasé de 39 a 40, sino de 20 a 40. Ahora tengo 47 y me veo a mí mismo como de 40.

Si en algún momento surgiera la posibilidad de una candidatura, la consideraría no porque yo quiera eso, sino porque son cosas que uno tiene que estar dispuesto a hacer, son parte del paquete. Estoy feliz como estoy ahora: un profesor de Derecho, que no tiene ninguna responsabilidad orgánica; no soy director de ningún programa, no tengo ninguna pretensión de ser director de departamento, ni decano, ni nada. Ahora, siempre he encontrado que hay algo objetable en dedicarse a decir cómo se deberían hacer las cosas, pero no estar dispuesto a arriesgarse a hacerlas, por eso asumiría una candidatura. Por ahora, en todo caso, estoy feliz como profesor.