Nunca voy a ser viejo. A veces me comparo con cabros de 20 años y me doy cuenta de que yo sigo teniendo mucha más energía. Asumo mis 50 con dignidad, porque no me incomoda la edad, el tema es cómo se siente uno internamente. Me gustan mis canas, me gustan mis arrugas, me gustan mis kilos, porque son parte de mi historia. Me gusta la vida que he llevado y eso no me hace viejo.

He aprendido a desprenderme de los pudores. Con el tiempo me he puesto provocador, un tipo juguetón. Eso, creo, no tiene nada de malo. A mí no me incomoda para nada que me molesten. No tengo rollos con mi físico; no tengo un tema con mi cuerpo, al contrario: lo cuido y lo disfruto. Creo que cuando los jóvenes reaccionan frente a mi apariencia es porque quizá ellos no logran empatizar con sus propios pudores. Yo me saco las fotos y me pongo la ropa que quiero. Me gusta vivir en libertad.

Con mi mamá tuvimos una relación de amor-odio muy potente. Ella nunca fue muy fanática mía, nunca la vi haciéndole una oda a Luis Jara. De hecho, me criticó mucho, pero no me dolía, porque sabía que la única manera de convivir con ella era tomarse las cosas con humor. Ella era intensa y compleja como yo, entonces lograba entender cómo tratarla. Murió hace dos años y tuvimos una reconciliación, terminamos amándonos y yo tratándola como una reina. La amé con locura. La gente piensa que yo fui muy mamón y la verdad es que no, nunca fui mamón. Siempre fui opositor de sus restricciones.

De chico tuve un síndrome de patito feo. Nací, me crié y formé sintiéndome feo, chico, gordo y narigón. Me veía en televisión y no me aceptaba. Eso me marcó muchísimo, sobre todo porque entré en una etapa de transformación donde el objetivo era aceptarme. Ahora, después de mucho andar, me acepto así. Que ahora me digan gordo o feo me lo tomo con sentido del humor, no como antes. Quizá antes me reía para disfrazar las inseguridades que tenía por no sentirme atractivo, pero hoy me divierto genuinamente con esas cosas.

Cuando colapso tiendo a andar en bicicleta. También trato de quedarme en silencio un rato. En estos momentos para mí no es tan fácil evadir, pero estoy haciendo un trabajo de soltar algunas cosas, como irme a mi casa más temprano, bañar a mi hijo, salir con ellos, juntarme con mis amigos para hablar estupideces y, en general, tener un rinconcito aparte de la fama. Estoy en una constante búsqueda de no colapsar. La bicicleta me sirve porque es un espacio donde puedo estar absolutamente solo conmigo.

Le tengo un miedo inmenso a la soledad. No puedo estar solo, no me gusta. No sé por qué, pero me gusta compartir. Sé que hace bien un rato de soledad, sobre todo en una persona como yo, que estoy tan rodeado de gente y bulla todo el rato. Quizá en alguna próxima etapa de mi vida me ponga más ermitaño, pero no conozco esa faceta. No tengo espacios en los que estoy solo en una sala escuchando música clásica y leyendo un libro, por ejemplo. No me ha llegado ese momento todavía.

Algunos creen que soy facho porque no conocía las canciones de Víctor Jara. En los 80 no tenía relación con el Café del Cerro, y hacía Sábado Gigante, pero eso no quiere decir que yo no tenga visión de país. Era mi forma de vivir, pero yo nunca maté a nadie y nunca entendí el sistema neoliberal. Yo era cantante, no tenía intenciones políticas. Actualmente no hay mucho que me represente. Hoy ejerzo mi derecho a voto, pero nunca voy a dar mi opinión política públicamente, porque no es mi negocio.

El fin de Sábado Gigante me da nostalgia, porque lo llevo en mi ADN. Me da nostalgia también por Mario Kreutzberger, porque es como todo chileno jubilado que al otro día no sabe qué hacer con su vida. Don Francisco no escapa de lo que le pasa a cualquier chileno que deja de ir a su pega a la que fue durante 50 años y tiene que empezar a lidiar con el día a día y no sabe qué hacer en su casa. Mucha gente puede decir que tiene al día su AFP, su isapre y que lo tiene todo, pero lo que le pasa a él va más allá de las lucas. ¿Qué va a hacer mañana cuando se levante y no tenga que ir nunca más al programa? La plata no llena la cabeza ni el corazón.

No soy vanidoso. Si lo fuera estaría vestido como Giancarlo Petaccia o Pato Laguna; estaría marcado entero y con la guata plana, y la verdad es que soy demasiado simple. Si fuera vanidoso no habría llegado a pesar 107 kilos: ¿Qué vanidoso llega a tener esa cantidad de kilos? He visto fotos mías de antes donde no me puedo ver peor. Igual me cuido: estoy en dieta permanente, me cuido la cara, me echo crema, me cuido el cutis, pero es algo natural, no creo que sea vanidad.

La situación que viví en Mucho Lucho con Robbie Williams fue el peor chascarro televisivo de mi vida. No tuve herramientas para pararlo antes de la entrevista. El programa se llamaba Mucho Lucho, pero yo nunca me creí el cuento de dueño de casa, fui un títere del equipo. Hoy día si un entrevistado no sabe hablar castellano se va de mi programa, pero a mí no me sacan del estudio. Sin quererlo, permití que en mi propio programa me sacaran del aire, cuando debí haber dejado la escoba y haber dicho que no lo iba a entrevistar porque fue muy arrogante; él no quiso traductor, él no quiso muela y a la primera me desconoció. Fue una cosa horrible. Lo peor de todo es que mi equipo me abandonó y eso fue muy doloroso.

No creo en las revanchas. Por alguna conexión siempre sé que las cosas se alinean en algún momento. Yo no muevo las energías, las energías se alinean solas. Siento que he sido un gallo correcto en la vida y con eso me quedo tranquilo. Cuando he podido reivindicarme, como cuando demostré que efectivamente sabía inglés, lo hice con orgullo, nadie lo cubrió como cuando fracasé con el idioma. Cuando bajé de peso nadie me felicitó. Con esas cosas aprendí a hacer un trabajo conmigo y queriéndome por mis triunfos sin importar lo que dirá el resto.