La mía es una manera muy errática de amar. Durante mucho tiempo pensé que estar enamorada implicaba una inestabilidad e intensidad tremendas. Lo aprendí de mis papás: entre ellos había una lucha permanente entre el amor y el odio. Si el tipo de relación no significaba que mi pareja se iba y volvía y viceversa, para mí no era entretenido. La calma, la paz, el acompañarse era igual a aburrimiento. Ahora he entendido que no, pero durante una larga época de mi vida era como "pucha, no está pasando nada", porque no peleábamos, por ejemplo. Aunque quiero algo distinto, nunca he tenido una pareja que no sea así.

Entre mis hijos, Cristóbal y Tomás, hay 14 años de diferencia. Supimos tarde que algo venía mal desde el embarazo. El pediatra que lo atendía decía que estaba todo bien hasta que cambiamos de doctor y ahí apareció este nuevo escenario. Tomás, desde antes que naciera, trajo tantos regalos a mi vida; llegó en un momento de cambio personal profundo y de necesidad de abrirme a otras cosas, de mirar hacia afuera, de sentir distinto. No sé si a Joaquín Eyzaguirre, su papá e hijo de Delfina Guzmán, le pasó lo mismo, pero había que armar todo en torno a Tomás. En esta nueva etapa, con Joaco nos desencontramos y lo que nos unía dejó de unirnos. Hoy somos buenos amigos.

Encuentro agotador mantenerse enojado con la gente. Es una energía que no me gusta tener. Lo que en un minuto me molestó mucho, al poco tiempo ya se me olvidó o me dio lata seguir resintiendo. La energía de mantenerse enojado, de no perdonar, es muy agotadora. Tengo muchas otras cosas en las cuales pensar.

Para mí ha sido súper fuerte todo esto que ha pasado con el gobierno. Aracataca, fundación que dirijo, nació en la primera campaña de Michelle Bachelet. Ahí hubo una instancia que se llamó "el bus de la cultura", donde llevamos el teatro a distintos lugares y creamos un contacto increíble con la gente. Con Inés Pascal y Carmen Swinburn creamos este proyecto, que hoy me tiene muy feliz, pese a sus inicios, que fue muy político todo. Hoy me desmarqué de eso; la elección pasada, por ejemplo, no voté Concertación y ya no soy bacheletista. Eso sí: nunca votaría por la derecha. Jamás.

Estuve detenida durante el Golpe Militar. Hice mucho activismo, incluso embarazada. Recuerdo que en un momento, salí a panfletear con unas alumnas y dos amigos. Ibamos en un auto que yo ni recordaba cómo era. En eso, se escuchó: "El Volkswagen rojo que se detenga". Yo decía: 'Pucha, pobres, ¿quiénes serán?' . Nos rodearon, nos dijeron que nos bajáramos del auto y nos tiráramos al suelo. Ahí nos llevaron presos. Pese a eso, no me chanté. Cuando degollaron a Santiago Nattino y José Manuel Parada salí a manifestarme y me apalearon mucho. Me partieron la cabeza dentro de la Catedral. Estuve muy mal y me puse mucho menos temeraria y más precavida.

La televisión está muriendo. Es algo que hay que asumir. Ya no hay algo que te cautive tanto. Yo casi no veo tele, sino que películas o la serie Gran Hotel en Netflix, y lo hago cuando yo quiero, no hay un horario que me lo imponga. Y eso claro que afecta a la industria. Esto no pasa por las turcas ni por un canal que pegue más, el tema es la forma del consumo. Por lo mismo, no creo que los actores hoy se debatan tanto si es que están o no en televisión.

Preciosas, la teleserie en que trabajo, es un espacio amable, respetuoso y cariñoso, donde da gusto trabajar. Acá se ha trabajado mucho y ha sido muy bonito ver cómo Herbal Abreu, el director, arma equipo, conversa y comparte su pasión; se entusiasma y le pone mística. No me da la sensación de una persona que está haciendo todo para romper la sintonía, sino porque le gusta su libreto. Es muy difícil encontrar y restarse de algo así. No me había tocado antes trabajar con gente tan solidaria y, a la vez, responsable como productores. A otros les daba lo mismo si estaba enferma o no. Te trataban como un problema. Acá, en cambio, me han respetado y se han preocupado de mí.

No entiendo por qué creen que soy muy hippie. Además, ¿qué es ser hippie? Amo mi generación, porque no queríamos más guerra, queríamos conectarnos con la energía amorosa, se vivía en comunidad y teníamos en común cierto estilo musical, además de ser una generación muy política y con muchas ganas de tener un país donde hubiera equidad, libertad y justicia. Yo sigo creyendo que todo lo que ha traído el capitalismo ha sido la destrucción del vínculo, del bien común y del ser humano. Eso de que soy pachamama o no sé qué, me da lo mismo. Si pensar lo que pienso es ser hippie y ser roja para la gente, lo soy y seré hasta morir.