Me gusta saber que siempre hay posibilidades de cambio. No sé si podría acostumbrarme a una vida en la que sé qué es lo que puede llegar a pasar, ni quisiera saber que mi vida será la misma de aquí hasta que me muera. Mi vida ha sido muy nómade. Es algo de facto, no es que lo haya planificado así, pero tampoco me molesta. He estado en Santiago, en España, en La Serena, cuando fui diputado tuve tres residencias, estuve en Argentina y ahora me quedé definitivamente acá. Es un recorrido largo. Hoy estoy establecido, pero a mí me gusta que la vida depare sorpresas sobre lo que va a pasar en el futuro.
Hay una canción de Los Piojos que se llama Canción de cuna que dice: "Nunca quise ver tan lejos al dolor. Con verte crecer tengo bastante". Es lo que pienso sobre la relación con mi hija. De hecho, hace harto tiempo le mandé a Francia el audio de ese tema. No soy miedoso, pero si hay algo que me asusta es que pueda pasarle algo a ella. No quiero que tenga ni un rasguño en su vida. Quizá es porque está lejos y quizá, también, lo lógico es que los temores sobre los hijos afloren y aumenten con la distancia.
Si no fuera por Skype no podría verla. Desde que tiene cinco años vive en Francia y me visita 65 días al año. Al principio la comunicación era más complicada, porque le enviaba postales, cartas y fotos de Chile para que generara vínculo con el país. Hoy, por suerte, conversamos mucho por teléfono y WhatsApp. Incluso he tenido que retarla a la distancia por algunos informes de estudios, pero en general no da problemas. Siempre nos estamos comunicando, aunque cada día se está volviendo más adolescente y eso repercute en que hablamos menos. Pese a la distancia, tiene una relación muy linda con su familia chilena: adora a su abuela; con Millaray, mi pareja, se lleva muy bien, y trata a su hija como a una hermana más.
Desde chiquitito soy rebelde. Una manifestación de eso es que no había año en que no estuviera con extrema condicionalidad y al borde de la expulsión. Me retaban harto cuando chico, porque me portaba mal y era desordenado, pero no me iba mal en los estudios. Eso, yo creo, me salvaba de que los retos fueran más severos. Con el tiempo ese desorden lo he tomado como forma de vida: soy rebelde e indómito porque es la forma de estimularme para hacer cosas nuevas y para tratar de cambiar lo que no me parece bien.
Soy un hombre de barrio. Crecí en el barrio República, donde viví hasta que me fui de la casa. Ese lugar me trae los mejores recuerdos de infancia. Debe ser porque mi vida de niño fue entretenida y muy de calle; andaba en bicicleta, skateboard, jugaba fútbol en cancha de tierra y tenía un buen grupo de amigos del barrio. En esa época estudié en el Colegio Luis Enrique Izquierdo, donde por curso éramos tan pocos que se generaba una confianza distinta; yo iba a la casa de mi profesora y todo era muy familiar. Fueron, por lejos, mis mejores momentos de vida.
Llegar al Lastarria fue un shock terrible. No podía creer que fuéramos 45 personas en la sala de clases. Ahí dejé de ser Marcelo y me pasé a llamar Díaz. Me costó en un inicio, pero logré enganchar bien con un grupo de compañeros con los que estuve hasta el final. Ese colegio me dejó el sello de la política. Ahí me hice militante del Partido Socialista y también me hice dirigente estudiantil. Sin dudas, determinó mi adolescencia y futuro político. Pasé de jugar con los amigos a debates con ellos que marcaron mi vida. Ahora, tengo claro que es un colegio que igual segrega. Yo quisiera que esa opción que tomó mi familia de optar por la educación pública y de calidad fuera de todos.
Siempre fui de los últimos que elegían para jugar un partido, aunque era y sigo siendo muy pichanguero. Soy hincha a morir del Colo Colo. durante años fui al estadio con mi carné de socio para verlos jugar. Lo pasaba bien y disfrutaba con mis amigos. Toda mi familia es de ese equipo, menos mi hermano mayor, que falleció hace casi un año, que era de Universidad de Chile. Siempre le hicimos mucho bullying por eso. Ir a ver un partido con mi papá debe ser uno de los momentos más felices de mi infancia.
En Argentina pude retomar mi relación con el fútbol, una cierta disciplina. Mientras estuve allá como embajador jugábamos casi todos los miércoles entre los funcionarios de la embajada y de las agregadurías. Yo era el delantero, así es que era el que metía los goles. Divertirnos, pasarlo bien y hacer algo de deportes nos ayudó a construir espíritu colectivo. No haber gozado de Buenos Aires habría sido un pecado. Mi estadía allá fue increíble. En lo político y en lo personal. ¿Lo que más agradezco? Que me traje muy buenos amigos.
No me interesan las portadas de farándula en las que aparezco. No emito juicios de ellas, no me pronuncio, no hablo y no las veo. Cada uno es libre de decir lo que quiera, así como yo soy libre de hablar de lo que quiera, y de mi vida privada elijo no hablar. Es así de simple. No puedo obligar a nadie a que asuma una determinada conducta sobre mi decisión. Lo que me deja tranquilo es que al final del día tengo una familia hermosa que quiero y respeto. El resto del día, cumplo mi rol político y no personal.







