¿Qué me importa a mí la mayoría? Si me dicen que me voy a morir en el infierno por lo que estoy opinando, bueno, que así sea, pero asumiré las consecuencias. En redes sociales veo a gente que quiere castigar al otro. A mí me insultan de una manera enorme, aunque yo no me siento insultada. Yo, en cambio, tengo una discapacidad para usar insultos. Hay una especie de venganza y de rabia acumulada que expresan a través de Twitter. Es tanto, que antes una podía conversar con cualquier persona, pero ahora sólo se puede con los conocidos.
He vivido 35 años de mi vida fuera de Chile. Me he radicado en Argentina, Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Italia y Francia. Viajé mucho en mi infancia, porque mi papá tenía cargos en distintas partes. También viví con mis abuelos maternos en Lima en un tiempo en que vivía medio año en Chile y otro en Perú. Mis abuelos eran tipos muy fantásticos y hacíamos cosas fuera de lo común. El cariño está mal distribuido: a mí me dieron. Lamentablemente, ellos murieron los dos cuando estaba fuera de Chile. Eso fue muy triste. Siempre los recuerdo. Como he vivido tanto tiempo afuera me he acostumbrado a la presencia ausente: tener a la persona contigo, a pesar de que no está. Eso me pasa con ellos.
Empecé a carretear tarde. En mi adolescencia no era de las que estaban en patota. Sí leía mucho. A lo mejor fui más lenta en todo lo que fueron las fiestas. Lo que sí, en Argentina fui bien polola. Empecé a salir tarde, pero me casé temprano. Muy eficiente. Con Carlos Huneeus, mi marido, seguimos juntos y ya tenemos cuatro hijos.
Me han ido a demandar a la Dirección del Trabajo por decir que la pega está mal hecha. Alegan que hay maltrato por decirles "esa cuestión no sirve pa' nada". En el trabajo me ha traído mucho conflicto decir las cosas como son. Cuando algo está mal hecho, hay que decirlo. Esa es una cuestión difícil de comprender, pero yo no he cambiado de actitud. Esta es una sociedad muy tradicional y cerrada, en donde lo diferente no tiene cabida, y yo soy diferente. Soy una extranjera en términos culturales. Conmigo tengo gente que trabaja hace 15 años como gente que dura seis o dos meses. Es por un tema de carácter y de tener apertura de mente para comprender a otra persona.
Esta sociedad controla todo lo que se hace. A los 33 años un íntimo amigo de la familia me invitó a la ópera porque su esposa, que también era amiga de mi marido y mía, estaba en el sur. Lo encontré estupendo, así es que lo acompañé. Al otro día fue caótico. O sea, me llamó Pedro, Juan y Diego para decirme que cómo se me había ocurrido ir con fulanito a la ópera cuando mi marido estaba fuera de Chile y su esposa en el sur. Me preguntaban qué era lo que me creía. ¡Por Dios, no se metan en mi vida, gallos!, les dije. Y seguí: ¿De qué están hablando? Copuchentos, inútiles, flojos, que no tienen otra cosa que hacer que comentar lo que hace la otra gente. Es un ejemplo de que acá todo lo quieren controlar.
El Colegio Saint George's es bien poco liberal. En una temporada baja hicimos un viaje para ir a esquiar en la nieve con mis hijos, que eran alumnos de ese colegio. Por lo mismo, sacamos a los niños por una semana y nos fuimos de paseo. Todos me dijeron que eso no se hacía, que cómo sacaba a los niños del colegio. Pero ellos lo merecían, porque tenían promedio 6 y el tiempo estaba espectacular. Además, lo podíamos pagar. ¿Para qué íbamos a hacer la cola si podíamos ir cuando no había nadie? Les dije, entonces, que me hicieran un decálogo de las cosas que sí se hacen, porque yo parece que no cachaba algunas cosas, ironicé. O sea, si el Saint George's es liberal, ¡cómo diablos serán los otros!
Políticamente, no puedo existir como tal. Nunca he podido tener posición política propia, porque vengo de una familia donde mi padre fue ministro de Frei Montalva, mi marido fue embajador en Alemania de Patricio Aylwin y mi hijo mayor trabaja en el gobierno actual. Todos democratacristianos. Yo también milité ahí, pero renuncié en 1994, cuando terminó el gobierno de Aylwin. En realidad, da lo mismo que me haya salido o no, porque yo no tengo posibilidad en esta sociedad de tener posición propia. Ya asumí que soy hija de, señora de...
No me gusta el trato que se les da a las nanas en Chile. Tuve una nana, la Juana Gallardo, que es increíble. Un año salí de Santiago para pasar un Año Nuevo y me dio miedo dejar la casa sola. Por eso, le pregunté si se quería ir unos días a mi casa en Vitacura con sus dos hijos y su marido -un amor-, que era maestro de la construcción. Aceptaron. Durmieron en todas las camas que había, porque la pieza de servicio tenía sólo dos. Todos me dijeron que estaba loca por pasarle la casa a la familia de mi empleada. Pero ellos eran limpios, honestos, lo iban a pasar regio, porque para ellos era como irse de vacaciones y me iban a cuidar la casa. Me molestó mucho que personas me criticaran por eso.
Me encanta cocinar. Tengo una gran biblioteca de libros de cocina. El gusto nació cuando nombraron embajador a mi marido y tuve que aprender a cocinar. La señora del embajador de Francia tenía tres chefs. Un día me invitó a comer a su casa y almorcé como nunca lo había hecho en mi vida. Le pedí a la señora que, por favor, me ayudara a producir algo similar. Me invitó a su casa y esos chefs me enseñaron a cocinar. De ahí, nunca paré.
Tengo una hermana que es discapacitada. Ella, que es la mayor, tuvo encefalitis cuando tenía tres años. A raíz de eso he tenido una relación evolutiva con Dios. En un momento de mi vida he sido súper cercana y en otros momentos no tanto. Mi madre siempre ha dicho que mi hermana es la imagen de él: un recuerdo permanente de que existe. Es algo que me emociona mucho. Si la ves todos los días, ves a Dios. Mi hermana tiene 65, pero parece de 40, porque físicamente no tiene nada, su daño es cerebral. Es como si tuviera tres años. A veces me pregunto por qué le tocó a ella, pero creo que ya está de más hacerlo.
El peor de mis pecados es que no calculo lo que va a decir la otra gente cuando hablo. ¿Por qué tendría que fijarme? Estoy obligada a decir las cosas por su nombre, porque nunca insulto a nadie, no sé usar los improperios, pero sí puedo dar mi opinión. Y cuando opino, en vez de decir que se vaya a la punta del cerro, digo cosas como que el trabajo que alguien hizo es una mugre. Eso acá es maltrato y un insulto. En Alemania no funciona así la cosa.
Soy lo menos cuica que hay. Puedo parecer cuica por el lugar donde vivo y por lo que hago, pero no sé cómo se describe a una cuica. Una vez fui a caminar al cerro vestida como una se viste un día domingo en la mañana: con algo bonito. Me encontré con un conocido que me preguntó cómo iba vestida a caminar con esa pinta. Lo miré y le dije: ah, ¿así es que me tengo que poner un buzo como el tuyo? No tengo, así es que me tendrías que regalar uno. En segundo lugar, le informé que de ahí me tenía que ir a misa, así es que tampoco podría ir vestida como él quería. Y cerró: ¡Es que andas vestida como UDI! Ahí me enteré que los partidos políticos tienen vestimenta. Si me identifican de esa forma, preferiría no vestirme así. No sé, a lo mejor soy cuica. Nunca me lo han dicho, salvo esa vez.