Mateo Iribarren es un "especialista" en temáticas políticas y ha participado en algunas de las mejores obras del género en los últimos años. En 1998, protagonizó Nadie es profeta en su espejo, de Jorge Díaz, un vertiginoso juego de disfraces entre un encumbrado personero de la transición a la democracia y un travesti, ambos ex revolucionarios en los años 70. También dirigió La condición humana (2003), el juicio a un militante del MIR que asesinaba al agente de la DINA que lo había torturado, y La ventana que busca la luz (1999), la primera vez que la vida de Víctor Jara era llevada a las tablas y a través de un texto escrito por su viuda, Joan Turner. No podría ser de otra forma: la madre de Iribarren, Eugenia Arrieta, era amiga de Jara e incluso adoptó a Luis Iribarren, Luchín, el niño de Barrancas inspirador de la canción.

El director y dramaturgo se formó como cineasta en Bulgaria y nunca estudió teatro. A su regreso a Chile a fines de los 80 y ante la imposibilidad económica de hacer películas, optó por la actuación y creó el Teatro La Batuta, sala de Plaza Ñuñoa, hoy convertida en local de tocatas. En 1991 formó parte de la compañía Bufón Negro -junto a Alejandro Goic y Alejandro Trejo-, en la que montó obras del dramaturgo Benjamín Galemiri, como El coordinador. Tras la separación del grupo original, dirige sus propias obras. "Había episodios de la historia de Chile reciente que debían ser alumbrados y mostrados a las nuevas generaciones que no vivieron esa época", señala.

El 12 de junio en el Teatro Mori Bellavista estrenará Sentido del humor, obra que recreará los espectáculos montados por presos políticos a mediados de los 70. El caso del actor Oscar Castro sirvió de inspiración. En 1974, el fundador del Teatro Aleph y su hermana Marieta fueron detenidos por el agente de la Dina Osvaldo Guatón Romo y llevados a Villa Grimaldi, luego a Tres Alamos y, finalmente, a Ritoque. Castro decidió hacer obras para sobrellevar el encierro, y cuando se enteró que familiares los visitarían, su hermana Marieta le pidió a su madre que le llevara maquillajes. Julieta Ramírez, de 65 años, llegó a Tres Alamos con un neceser con cosméticos, pero fue acusada de transportar un lápiz labial con un microfilme para los presos. A pesar de ser de derecha y opositora de la UP, se convirtió en detenida desaparecida.

"El Cuervo Castro siguió haciendo teatro los dos años que estuvo detenido", cuenta Iribarren. "Castro creó un personaje, Casimiro Peñafleta, que era el alcalde del campo de concentración que le daba la bienvenida a los reclusos nuevos. Todos los presos participaban fabricando el vestuario y la escenografía", agrega.

La experiencia de Jorge Chino Navarrete también nutrió el montaje protagonizado por Sebastián Layseca, Alejandro Trejo, César Caillet y Andrea Freund. El humorista fue detenido a los 18 años en Valparaíso, cuando trabajaba en el Banco del Estado, y enviado a Pisagua. "Militaba en el Partido Radical, pero no se metía en política. Hacer humor le salvó la vida. De hecho, en Pisagua descubrió su vocación por el humor", dice Iribarren.

En prisión, Navarrete creó Las noches desopilantes del Lalo Cabrera, un locutor de radio, un maestro de ceremonias que le levantaba el temple y la moral a los detenidos. "Hacer teatro dentro de campos de concentración ayudó a los presos políticos a sobrevivir. Les subían el ánimo a los demás reclusos e incluso a sus cancerberos".

En paralelo al teatro, Iribarren ha escrito guiones de películas tan disímiles como El chacotero sentimental, Tony Manero y El tío, cinta que también dirigió. Hoy busca financiamiento para una versión cinematográfica de Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel. "Me ha costado conseguir recursos para este proyecto", comenta. "En Chile hay miedo a tocar temas políticos. Los productores prefieren las comedias livianas y no invierten en una obra densa. Se asustan. Pero con talento hay maneras de llegar al público con estas problemáticas profundas de una forma entretenida. Sentido del humor es un ejemplo".

El director es crítico de las actuales políticas culturales. "El Fondart debe cambiar, reformularse", señala. "Hay teatros y compañías emblemáticas que por trayectoria deberían contar con fondos estables y no ser sometidas a concursos y evaluaciones año a año. En Chile, un director de teatro consagrado que no recibe recursos del Fondart simplemente no puede concretar su proyecto, porque es muy difícil levantar recursos con privados. El teatro sigue siendo un arte mirado en menos por los empresarios".