Les pasa a ciudadanos de a pie, a celebridades y a políticos. En la web hay sitios especializados en compilar metidas de pata (el blog Failbook) y la revista Compaign&Election tiene un ranking donde el Presidente Sebastián Piñera aparece anotando en el libro de visitas del gobierno alemán "Deutschland über alles" ("Alemania sobre todo"), cita considerada nazi que descompensó a sus rubios y biempensantes anfitriones.

Las metidas de pata, tan misteriosas como cotidianas, desde siempre han despertado el interés científico. Alguna explicación debe existir detrás de tanto desatino. ¿O no? En el pasado Freud las clasificó dentro de los "actos fallidos". Hoy, la neurociencia cognitiva las estudia bajo el nombre de "faux pas" que en francés significa algo así como "paso en falso".

Es verdad que en un primer momento pueden provocar un silencio incómodo, pero a esta perturbación social casi siempre sigue una cierta distensión, un relajo en el ambiente. Además, cuando la cometen terceros, las celebramos con una risita interior.

Más temprano que tarde -pensamos-, alguien tiene que advertir que hay un elefante bajo la mesa.

La mente de los otros

El origen más aceptado de la expresión "meter la pata" se encuentra en el momento en que los animales meten la pata en el cepo dispuesto por los cazadores. Es decir, quedan atrapados, sentenciados a muerte. Igual que un subalterno cuando pela a su jefe justo en el instante en que todos sus compañeros bajan la voz y se escucha un sonoro "¡El inepto de Fulanito!".

¿Se acuerdan de El Chavo del Ocho? El y Condorito son dos expertos en cometer "faux pas" (ver recuadro)

Meter la pata equivale coloquialmente a cometer un fallo y por eso Freud considera que se trata de "actos fallidos" como los lapsos linguae o los olvidos. Desde su punto de vista, casi no existe torpeza sin una intención oculta y seguramente el empleado que habló mal de su jefe en voz alta lo que buscaba era recibir un sobre azul.

Las teorías más recientes resultan menos conspirativas. Explican los "faux pas" en el contexto de la Teoría de la Mente (ToMM), es decir, en la habilidad de nuestro cerebro para teorizar sobre la mente de otras personas, comprender y predecir sus conductas, conocimientos e intenciones. Así, quien "mete la pata", básicamente, comete un error en la forma en como lee la mente de los demás. Algo falla en su cerebro que no le permite sintonizar socialmente.

Todo parte del entendido de que el cerebro es una máquina predictiva cuyo propósito principal consiste en reducir la incertidumbre del ambiente. Para ello, existirían cinco niveles cognitivos que parten del reconocimiento facial de emociones (atribuido a la amígdala) y culminarían con la cognición social y la empatía (donde interfiere las partes del cerebro que evolucionaron más tardíamente).

Las primeras investigaciones en esta línea se realizaron con chimpancés, comprobándose que los primates eran capaces de anticipar comportamientos simples, por ejemplo, que su cuidador iba a tomar una silla para alcanzar un plátano.

¿Pero qué ocurre cuando se trata de leer situaciones más complejas, aquellas que implican la utilización social del lenguaje (entender ironías o mentiras piadosas) o comportamientos sociales adecuados?

El caso del jarrón

El profesor de Siquiatría y Sicología Experimental de la Universidad de Cambridge Simon Baron-Cohen realizó un experimento para medir la sensibilidad social en un grupo de niños promedio y en otro que presentaba síndrome de Asperger a quienes relató un típico caso de "faux pas": Julia envía como regalo de matrimonio a Esther un jarrón, pero esta nunca se entera quién es el remitente del regalo. Pasa el tiempo y Julia visita la casa de Esther rompiendo por casualidad el adorno que alguna vez le obsequió. "No te preocupes, ese jarrón nunca me gustó", le dice Esther a Julia.

Pues bien, quienes presentaban síndrome de Asperger (quienes tienen dificultad para interpretar emociones propias y ajenas) no lograron identificar "la metida de pata". Algo similar demostraron estudios posteriores con pacientes que habían sufrido daño en la corteza frontal dorsolateral y ventromedial, áreas que desempeñan un papel clave en el comportamiento social adecuado.

¿Significa esto que quienes van por la vida de pastelazos presentan algún grado del espectro autista o tienen el cerebro dañado?

No necesariamente. Lo más probable es que en una situación determinada no supo leer adecuadamente la mente de su interlocutor ya sea este su jefe, un extraño o un grupo. Algo falló en su forma de procesar la información del ambiente por ingenuidad, desconocimiento o incapacidad de ponerse en el lugar del otro (empatía) en una circunstancia específica.

La paradoja es que esta especie de ceguera social suele poner en evidencia alguna verdad no dicha que el grupo prefiere mantener oculta para evitar el conflicto a corto plazo.

Como cuando el príncipe Felipe de Edimburgo, marido de la reina Isabel de Inglaterra, le preguntó a Lord Taylor of Warwick, que es negro:

-"¿Y de qué exótico lugar del mundo es usted?"

-"De Birmingham, Londres", respondió.

Trágame tierra.