Eran cinco hermanos de diferentes padres y de una sola madre. Uno era el hijo más amado y odiado, a pesar de que alguna vez ella le gritó: "Tú ya no eres mi hijo, cabrón, tú para mí no eres más que un perro rabioso". Esa madre, Guadalupe Chávez, alguna vez prostituta, agoniza en una cama de hospital.
Sufre leucemia, y ese hijo amado y odiado tiene que darle de comer en la boca, porque ella está "borracha de tres transfusiones. Esperando atrincherada en el tapabocas, a que le extraigan otra muestra de médula ósea", escribe el autor mexicano Julián Herbert (1971) en Canción de tumba, novela editada por Mondadori.
Un relato autobiográfico y desgarrador, de un hijo y su madre, que a los cinco años la acompañaba a buscar clientes por las calles de Acapulco. Canción de tumba es la vida de Julián Herbert, libro con el que ganó el Premio Jaén de Novela 2011 y, la semana pasada, el Premio de Novela Elena Poniatowska, de México.
Herbert llegará a Chile la primera semana de noviembre para presentar su obra en la Feria del Libro de Santiago y participar en los Diálogos Latinoamericanos.
Antes de su arribo, desde la ciudad mexicana de Saltillo, Herbert se refiere a la buena recepción del volumen en su país: "Lo que más me cuesta es hablar de la novela en público, porque me gana el aspecto sentimental, pero me he ido acostumbrando. Cada libro que escribes te cobra un tipo distinto de impuesto".
Corre el año 2008 y el narrador de Canción de tumba decide "junto a la cama de una moribunda", escribir la historia de su madre, que incluye también el recorrido por su vida. Está su padre, un repartidor de una farmacia que llegó a ser gerente de ventas de una compañía hotelera. También recuerda los viajes y estadías, junto a ella, en prostíbulos de diferentes ciudades de México. Además, describe su pasado de excesos, lejos de su madre, a quien dejó de ver por años. De esos días de drogas y alcohol, Herbert escribió crudos relatos que publicó en su libro Cocaína (2006).
En Canción de tumba, su autor se obsesiona con el desenlace: "¿Y si mamá no muere?", anota como un hecho crucial para la novela. Sin embargo, la historia sigue. A los 33 años Herbert creó una banda de rock. La bautizó Madrastras. "La llamé así para burlarme de mi madre, la mezquina, la dictadora, la maltratada mujerzuela hija de mala madre", escribe. Hoy Herbert sigue siendo la voz de Madrastras y la música, dice, "es un poco mi madre. Me ha cuidado y consolado siempre".
Hasta que llegó lo inevitable: Guadalupe Chávez murió en septiembre de 2009. Su hijo le había comprado un sombrero, días antes del final, que "le permitiría disimular la calvicie". Desde Saltillo, Herbert afirma: "Uno nunca es completamente dueño de sus libros, uno es nada más el piloto".