Ser hijo de inmigrante italiano en Chile es una experiencia bien particular. Mi padre emigró a principios de los años 30. Venía de Piamonte, en el norte de Italia. Tenía un almacén en Valparaíso. Con él hablaba en italiano y el resto de mi vida lo hacía en español. La tradición italiana para mí tenía una presencia muy fuerte. Mi casa era una casa donde había muchos libros en italiano. Se almorzaba con almuerzos italianos, con música italiana. Y estudiaba en una escuela italiana.

En la cultura de mi padre estaba el trabajo duro. Cumplir el deber. Al inmigrante todo le cuesta. No hay redes. Tienes que hacerte un lugar. Y eso requiere disciplina, trabajo duro, honestidad y rechazar el juego. Los juegos de azar, quiero decir. Hay una serie de durezas del inmigrante que, en el caso mío, eran morigeradas por mi madre y por mis hermanas, digamos. Pero tenía una formación que resaltaba mucho los deberes. Mi padre era un hombre severo con sus hijos. Yo, para nada. Ese es un rasgo de la primera generación de inmigrantes. No de la segunda.

Desde muy niño fui a Playa Ancha a ver al Wanderers. Conocía a los jugadores. Hubo algunos que fueron ídolos para mí. Te puedo recitar todas las alineaciones del equipo. El Wanderers campeón de Chile del 58 jugaba con Juan Félix Martínez, Coloma, Raúl Sánchez, que fue mundialista del 62; Francisco Julio, Dubost, Ledesma, Bozzalla, Riquelme, Jesús Picó, Armando Tobar, que también fue mundialista del 62, Cristián González y Carlos Hoffmann.

Valparaíso es una ciudad, como dice un amigo, para paladares fuertes. Viña es un balneario. Esa es la diferencia entre el Wanderers y el Everton. Son equipos distintos. El Everton tiene sus méritos. Pero el Wanderers representa la garra, el sufrimiento, el viento de Playa Ancha. Es un equipo más plebeyo.

¿Cuál es la diferencia entre los movimientos sociales y los partidos? Los movimientos sociales, lo que hacen es impulsar valores, ideas, sensaciones, sentimientos. A la sociedad le colocan metas. Después eso hay que transformarlo en política. En acciones. En políticas públicas. Si los partidos son sordos frente a estos movimientos, van a ser irrelevantes. Tienen que escucharlos. Pero no mimarlos. Tienen que recoger lo que de ahí viene, para transformarlo en acción política.

Lo nuevo con la experiencia del Presidente Lagos fue que en el segundo piso de La Moneda no sólo había gente de carácter operacional, sino que también había una parte de reflexión más estratégica. Eso fue novedoso y lo que explica que haya estado yo ahí con mi equipo, que era más bien gente que no estaba en la carrera política, sino en la actividad intelectual. Además, yo tuve una decisión, conversada con el presidente, de que no era bueno que habláramos con la prensa. Pero nosotros nunca quisimos darle el carácter legendario al segundo piso que le dio la prensa. Nos reíamos mucho de cómo se fue armando todo eso.

El error más grande del Transantiago fue sociológico. Tú no puedes transformar de un día para otro todo un sistema de transportes que afecta a millones de personas. Aunque técnicamente hubiera funcionado bien, habría sido un problema muy grande. Porque son los hábitos de la gente. Y yo creo que se dieron las dos peores situaciones: hubo muchos problemas técnicos y en vez de usar el método gradual que se utilizó en otras reformas, se usó una especie de método propio, por decirlo así. Y ha costado mucho, posteriormente, que esa reforma se transforme en una reforma positiva. Yo estoy seguro que lo va a ser. Pero el costo ha sido muy alto.

El Padrino es una gran película. Hay frases y cosas que tienen relación con el poder. Quizás por eso tantos políticos la citan. Pero si de eso se trata, hay otras películas más importantes: El gatopardo, El jardín de los Finzi Contini, El ciudadano Kane. Es mucho más amplio el abanico de las películas como para quedarse sólo con El Padrino.

No volvería a La Moneda si me lo pidieran. Aunque nunca hay que decir que no. Porque uno no sabe qué situaciones puede enfrentar el país donde uno sea requerido.

La sociedad tiene conflictos. Y es bueno que sea así. Pero los conflictos se tienen que resolver de manera negociada. Tiene que haber reglas, procedimientos. Cuando eso se rompe, es la catástrofe. El desastre. La muerte. La ley de la selva. El dolor. Es algo que tengo muy presente. En política hay que hablar de adversarios. No de enemigos. No puedes negar al que piensa diferente.

Si algo he aprendido en mi vida es a detestar los fanatismos. El fanatismo conduce a la catástrofe. ¿Cómo lo aprendí? A golpes. Sufriendo. Ahora, no hay por qué aprenderlo así. La generación de hoy no tiene que aprenderlo así.

No he pensado nunca en la muerte. No soy creyente. Creo que en un momento determinado se apaga la luz. Y ahí se acaba.

Las dificultades que tiene este gobierno son por su cultura política. La derecha chilena siempre despreció al Estado. Siempre consideró que lo público era mediocre. Y que lo privado era lo bueno. Y ahora está administrando lo público. Entonces, es muy difícil que tú hagas bien y que administres bien algo que desprecias. Es un problema cultural muy fuerte. Yo creo que este desconcierto que tiene el gobierno es porque se dio cuenta de que Chile era un país distinto. Que no terminaba en la Plaza Italia. Y diciendo Plaza Italia soy generoso. Porque podría ser más arriba.