En mi casa y en mi auto suena mucho jazz, música contemporánea y, a veces, Bach y Mozart. Su música es la perfección.
Nací el 10 de octubre de 1935, en Santiago. Vengo de una familia de profesionales de larga data. Mi padre era arquitecto, hijo de arquitecto. Mi madre era asistente social, hija de un ingeniero. Lo profesional marcó un tipo de hogar con otro carácter del cual me siento muy orgulloso.
Cuando nací, vivíamos en la calle General de la Lastra, en Independencia, en unas casas construidas por mi padre, en la numeración 1051. Aún siguen ahí y son declaradas de interés histórico y estudiadas por arquitectos.
Mi padre creía que al colegio había que entrar tardíamente. Entonces tuve toda la primera enseñanza en casa. El profesor iba a la casa y nos enseñaba. La primera vez que fui al colegio tenía ocho años. Fue a uno muy experimental, muy bueno, el Colegio Montessori. Después ingresé a uno muy cerca de mi casa, muy pequeño, ni recuerdo el nombre. Mi padre decía que ahí me iba a preparar para ingresar al Instituto Nacional. Fui aceptado allí, pero duré muy poco, y fui a dar a un internado católico, el Patrocinio San José. Después mi padre me metió al Liceo Valentín Letelier, en Recoleta. Allí conocí lo que era la gran educación pública chilena.
En mi casa había una especie de tensión porque yo estudiara Arquitectura. Hijo mayor, padre arquitecto, abuelo arquitecto... Sin embargo, entré a Medicina en la Universidad de Concepción. Allá conformamos un grupo de intelectuales, dramatizábamos teatro, hacíamos música y poesía, discutíamos de política.
En Concepción me casé por primera vez. El matrimonio duró poco y tuvimos dos hijos, Francisco y María Pía. Luego vino una crisis matrimonial muy fuerte, que influyó también en mi regreso a Santiago.
El mayor dolor de mi vida ocurrió hace tres años. Francisco, mi hijo mayor, falleció de cáncer en México. El viajaba todos los años a verme, pero ya su último año, cuando estaba muy mal, viajé a verlo. Fui dos veces. Tenía un cáncer a los riñones con metástatis en la columna y el pulmón. Tenía apenas 53 años. Fue un dolor enorme y extraño.
Contarle a mis padres que quería salirme de Medicina y estudiar Arte fue un drama tremendo y que se estiró mucho tiempo. Pero un día, estando aún en Concepción, falté a un examen y perdí un ramo. Ese fue el impulso decidor.
A los 24 ingresé a la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Llegué como gil, sin saber mucho. Pero me sentía a gusto, era muy mateo. Tuve profesores brillantes. En Escultura a Marta Colvin, en pintura a Matilde Pérez, y así.
En mi segundo año, tomé un ramo en la Escuela de Artes de la UC. En 1961, estando allí, conocí a Virginia Errázuriz, mi actual mujer. Era un ser absolutamente dinámico y admirable. Ella salió vicepresidenta del centro de alumnos, llevaba la batuta. Ahí se empezó a hablar de reforma. Y yo me asombré escuchándola plantear sus ideas. Poco a poco empecé a tomar posiciones más progresistas. Después de casados, con Virginia militamos en el Partido Comunista.
Con Virginia Errázuriz, también artista, nos casamos en 1966. Esto funciona como una sociedad. Los dos hacemos lo mismo y damos la misma pelea. Tenemos tres hijos, Gregorio, Diego y Pablo. Todos arquitectos.
Como padre me considero muy malo. Soy muy poco regaloneador. Y no sé por qué, si yo recibí mucho cariño cuando niño. Mantengo contacto con mis hijos, pero aún así no me considero un buen padre.
De niño, en mi casa se hablaba de política. Mi padre era radical, progresista, masón. Fue un arquitecto importante en el desarrollo de las poblaciones de interés social, como se le llamaron a las primeras poblaciones obreras en Chile por parte del Estado. La población de Pedro Aguirre Cerda es de él, por ejemplo, y también las escaleras sin descanso que anteceden a los edificios inaugurados en 1947 en el barrio Club Hípico. El vivió en una constante discusión con su familia, casi todos del Partido Liberal. Le decían que por qué hacía ese tipo de casas tan buenas para los "rotos"y él dijo algo que hasta hoy me marca: "La arquitectura educa".
Actualmente no milito en el PC, salí de ahí en 1984 por varios sucesos que no vale la pena mencionar.
Soy algo así como el vigilante del Museo de Arte Contemporáneo. Lo veo desde la ventana de mi departamento. Aunque no sé si eso sea tan bueno. Me gusta verlo, pero por otra parte tengo muchos problemas con el MAC. Desde 1998 soy su director y lidio con el bajo presupuesto que tenemos. Lidiamos con un constante circo pobre. Pero irme ahora sería como desinflar un globo. Quedan muchas cosas por hacer.
Muchos no lo saben y preguntan por qué no expongo, pero la verdad es que sí lo hago y muy discretamente. En la galería Gabriela Mistral y en otra galería en La Reina que está muy bien escondida. Allá llegan solo los interesados, y eso me interesa a mí.
Soy agnóstico. Mi cultura desde niño fue cristiana, y tengo una relación afectiva con ciertas posiciones religiosas de cualquier orden, judías, protestantes, católicas, en cuanto a la comunión con el otro. Mi abuela materna, Adela Cañas, era muy católica. No heredé eso de ella, pero sí el gustito por el campo. Ella vivió hasta su último día en un terreno en Tiltil. Todos los fines de semana vamos allá con Virginia. Siempre intento plantar un árbol. Ya he plantado varios: peumos, quillayes, aromos, palmeras.
Virginia recién se está mejorando. Hace dos años se contagió de la bacteria Clostridium Difficile, que mató a mucha gente. Fue muy grave. Estuvo un año tomando pequeñas dosis de antibióticos que le destruyeron la flor intestinal y el bicho también. Recién este año está volviendo a hacer clases. Sólo sale por las mañanas y a veces me acompaña a inauguraciones. No más, por ahora. S