Alejarse hasta ser un punto invisible. Parar a un costado del camino y que la naturaleza haga su trabajo. En este caso, los frondosos bosques de Yukón, al norte de Canadá, el norte del norte, allí donde se acaba el mapa y no hay más certeza que la contundencia del paisaje.
"Combatí en una guerra, hace décadas en un archipiélago, y combatí en el cuadrilátero, hace años en las noches de la ciudad. Fracasé en las islas y en el ring. Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, del pasado". Así comienza Leñador, la reciente novela de Mike Wilson (Missouri, 1974), cuyo protagonista es más bien una voz que se difumina y desafía las expectativas del lector a medida que éste se interna por sus 520 páginas.
Podría decirse que la quinta novela de Wilson cuenta dos historias: la de su personaje (integrado a un campamento de leñadores como uno más) y la de todo cuanto este hombre ve, aprende y es capaz de reproducir. Es alguien que habla sin pausa, alguien que explica desde el funcionamiento de las herramientas propias de su oficio hasta el detalle de ciertos fenómenos climáticos de la región donde se encuentra. Todo, con tal de esconderse en la espesura del lenguaje, pues el leñador que protagoniza esta historia es un hombre que, más que talar árboles, busca sentido en el hecho físico de derribarlos.
"Me interesaba la posibilidad de escribir sin narrar, sin la necesaria acción que todos esperan. Aunque quizás para el lector el efecto es diferente", explica Wilson, doctor en literatura y académico de la UC.
En efecto, lo nuevo del autor de Zombie (2010) y Rockabilly (2011) es un relato organizado a veces como diario y otras a modo de enciclopedia, con definiciones, pequeños ensayos o fragmentos descriptivos cuando no lisa y llanamente informativos. Pero siempre orientado a la declaración de principios que cruza la novela y que se advierte en esta clase de pasajes: "La hierba está quieta y las cosas siguen. Nada se acaba, nada se avecina. Aquí las cosas son, ocurren, siguen siendo, fluyen sin apuro, sin cuidado de nuestra presencia. Es libre de nuestras filosofías, de nuestros dogmas, de nuestras dudas".
Leñador demandó dos años de trabajo y más de 170 mil palabras. De hecho, tiene más volumen que todas sus anteriores novelas juntas. "Fue como caminar por un desierto, con el horizonte que no cambia y no cambia hasta que algo aparece". Wilson asegura que no tuvo ánimo de experimentación, sino de algo más elemental: documentarse y escribir acerca de lo aprendido. Para ello buscó manuales, almanaques y enciclopedias antiguas, casi todas en inglés. "Leía esos libros, luego los dejaba y lo que me quedaba en la memoria era lo que salía. Quizás hay datos erróneos, apócrifos, pero lo importante era escribir como acto físico, a veces mecánico o inconsciente".
Pero hay algo más respecto de esta novela: Leñador será el último libro de ficción que publique, asegura. Tal como el personaje, el autor va haciendo el camino al revés y renunció a una posición de privilegio en el medio literario nacional: finalizó su vínculo con su agente Guillermo Schavelzon y con editorial Alfaguara para publicar su novela con Orjikh, un pequeño sello local.
"Después de Rockabilly comencé a pensar en estas decisiones. Sentí que había cosas que se estaban vaciando de sentido en el mundo literario. Por eso conversé con la gente que debía conversar y está todo bien".
Pero además cerró su blog y su facebook. Y su nombre no aparece en la portada del libro.
Sentí que ciertas cosas se estaban transformando en una parodia. De hecho, las redes sociales son una parodia y era bueno alejarse y de paso olvidarme si lo que escribo en el futuro se va a publicar o no. Preferí apartarme del ruido.
Un retiro pacífico y silencioso.
Justamente, como el retiro del leñador.