No es frecuente en el medio periodístico que estés sentado en tu escritorio y recibas una llamada telefónica de una fuente que casi te haga caer de la silla. Pero es exactamente lo que ocurrió en mi oficina en las dependencias de la revista Newsweek, en Washington, al comenzar la tarde del 13 de enero de 1998.
"Justo ahora hay un pequeño evento en el RitzCarlton en Pentagon City (en los suburbios de Washington) que podría interesarte", me dijo mi (muy conectado) informante. Linda Tripp estaba almorzando con su buena amiga, la ex practicante de la Casa Blanca Monica Lewinsky, y el fiscal Ken Starr había instalado micrófonos. ¿Starr? "Sí", dijo mi fuente: sé que suena extraño, pero Starr (el fiscal independiente designado para investigar las negociaciones de Bill Clinton por una denuncia de acoso sexual cuando era gobernador de Arkansas) estaba investigando la relación del presidente con Lewinsky. El almuerzo era un anzuelo para obtener que la ex becaria, entonces de 23 años, se diera vuelta y cooperara. Yo estaba atónito. Por meses había estado en conversaciones con Tripp (quien trabajaba en el Pentágono y se había vuelto confidente de Lewinsky). Había oído de Monica y de lo que le había estado contando a Tripp sobre su aventura con el presidente: las llamadas telefónicas a altas horas de la noche, las visitas secretas a la Oficina Oval, la evidencia delatora en el vestido azul colgado en su clóset. Era una historia surreal que primero parecía improbable, pero luego más y más creíble (y de interés noticioso) a medida que Tripp ofrecía más detalles sabrosos. Clinton estaba haciendo los arreglos para conseguirle un trabajo a Lewinsky. El le había dado regalos.
Pero mientras informaba a la jefa de la oficina de Newsweek en Washington Ann McDaniel, ninguno de los dos tenía claro cómo ni cuándo íbamos a publicar algo de eso. ¿Cómo probaríamos que esta aventura en realidad había sucedido? ¿O que el presidente realmente le había pedido a Lewinsky que mintiera? Pero que Starr estuviera en el caso era una noticia incuestionable. La historia dejaría a Washington "patas arriba" y abriría tantas preguntas sobre extralimitaciones procesales como sobre la imprudencia presidencial y la deshonestidad. Y Newsweek estaba justo en el centro de esto. Sólo nosotros sabíamos lo que estaba ocurriendo.
Lo que sucedió a los pocos días fue una loca carrera periodística que hoy parece como una bomba de una era muy distante. Mi trabajo era determinar la implicación de Starr, los "crímenes" subyacentes que estaba investigando y hacerse una idea exacta de lo que podíamos decir sobre la supuesta relación sexual al centro de esto. Ah, y dar a todo una forma publicable en cuatro días, el plazo de cierre para la próxima edición de Newsweek.
Mis esfuerzos llevaron dos días más tarde a una tensa confrontación con los representantes de Starr en una sala de conferencias en Washington. "Enfrentémoslo", me dijo uno de los hombres de Starr. "Nos tienes acorralados". Si Newsweek seguía adelante con la historia o comenzaba a hacer llamadas a la Casa Blanca en busca de opiniones, revelaríamos sus metas y sabotearíamos una operación en curso de aplicación de la ley. Negocié. Posiblemente, podíamos postergar las llamadas para otro día. Pero yo necesitaba algo a cambio: saber precisamente qué los había llevado a presentar esta prueba en primer lugar. "A menos que me muestren lo que tienen y comprueben la declaración para esto, estarán fritos", les dije. Cuando me fui, sabía que estábamos en tierra firme para preparar una historia. Sabíamos que Tripp había estado grabando a Lewinsky en forma secreta, aun cuando ella fingía simpatía por el "drama" de Monica (enredada en una "aventura" amorosa que no tenía futuro, arrastrada a un juicio del que no quería ser parte).
Pocos meses antes, Tripp y su "consejera" Lucianne Goldberg habían ofrecido hacerme escuchar una de las cintas. Yo había echado pie atrás ante el temor de verme envuelto en sus intrigas. Pero ahora, Newsweek y yo queríamos oírla: eran evidencias cruciales en una investigación criminal que apuntaba al presidente. Tras una serie de negociaciones, las cintas llegaron a las dependencias de Newsweek en Washington -despachadas por el abogado de Tripp- al mediodía de un sábado. Todo el equipo -yo, el reportero del Departamento de Justicia Danny Klaidman y el editor en jefe Evan Thomas- nos reunimos en la oficina de McDaniel a oírlas y analizar cada palabra. La conversación era en su mayor parte lo que se había descrito. Hablaban de los regalos que le hizo Clinton a Monica. "Nadie lo vio darme alguna de esas cosas, y nadie vio que algo ocurriera entre nosotros", se oía decir a Lewinsky. La aventura con Clinton se infería, pero no de forma explícita. Más problemático aún: ella nunca decía que Clinton (o su emisario ante ella, el abogado de Washington Vernon Jordan) le habían pedido que mintiera en su declaración en el caso de Paula Jones (quien había demandado a Clinton por acoso sexual cuando éste era gobernador de Arkansas), la supuesta "obstrucción a la justicia" que fue la base para que Starr se viera envuelto. "El sabe que tú vas a mentir. Se lo dijiste, ¿o no?", la aguijonea Tripp. "No", responde Lewinsky. Un momento más tarde: "Bueno, ¿él cree que vas a decir la verdad?". "No... oh, Dios".
Pocas horas después, todos volvimos a reunirnos, esta vez con los principales editores de Newsweek por el altavoz del teléfono desde Nueva York. ¿Qué teníamos? Los jefes estaban nerviosos. "¿Podíamos acusar a Jordan de soborno para lograr un testimonio falso sin tener algo más potente?", preguntó Rick Smith, el editor en jefe de la revista. "¿Podíamos realmente acusar a Clinton de una ofensa recusable?", Klaidman y yo nos miramos y pusimos los ojos en blanco. "¿Recusable?". Pensé, ¿qué tiene que ver esto con lo recusable? Es sólo una parte de la historia. Un poco después, Klaidman regresó con noticias frescas. Starr había ido al Departamento de Justicia, y la fiscal general de Clinton, Janet Reno, había aprobado la expansión formal de su mandato para que llevara la investigación del caso de Monica. Ahora Thomas -quien se había mantenido al margen- recapacitaba. "Sí fuéramos The Washington Post o The New York Times publicaríamos", dijo. Pero teníamos un plazo de cierre en contra y los jefes querían que trabajáramos más. La decisión era definitiva: Newsweek postergaría la historia.
No pasó mucho tiempo antes de que explotara. Temprano el domingo, el redactor de internet Matt Drudge lanzó un grito: "Exclusiva mundial: Newsweek suprime la historia sobre la practicante de la Casa Blanca... Relación sexual con el presidente". Extrañamente, ninguna mención a Starr. Tres días más tarde, The Washington Post tenía su propio titular sobre la investigación del fiscal. A medida que la verdad comenzó a desplegarse, la información privilegiada del Newsweek se hizo clara. Aún así, tenía un trabajo y una revista que sacar. Publicamos nuestro primer informe en la web de Newsweek la noche del martes. Y ese fin de semana, Thomas tejió magistralmente nuestro reporteo en una fascinante historia de portada que entregaba más detalles de los que nadie había imaginado sobre toda la extraña historia; quiénes eran los personajes, qué estaba y qué no en las grabaciones. Era la última "lectura obligada" de Washington y Newsweek ganó el Premio Nacional de revistas (y muchos otros honores) por eso. Por supuesto, hubiera preferido que saliéramos primero. Pero resolvimos llevar la historia mejor que nadie.