EL DISCURSO de la Presidenta al presentar las conclusiones de la llamada Comisión Engel es su primer acto de verdadera conducción política de los últimos tres meses. La Nueva Mayoría encarna, y su discurso retoma, un proyecto de transformaciones en que los cambios serán mucho más profundos y graves de lo que se percibe y se anuncia en el debate actual.
Hay quienes afirman que es extraño que la Presidenta juntara la presentación de las medidas de anticorrupción con el anuncio de un procedimiento participativo para crear una nueva Constitución. Nada más alejado de la realidad; su lógica es coherente con dicha unión, que es expresión de la convicción que vivimos en una sociedad en que el reparto desigual e inicuo del poder es la causa de las distintas formas de abuso -la corrupción es una más- provenientes, en última instancia, de aquellos que tienen el poder económico.
Lo que la Presidenta plantea implícitamente es que ninguna agenda de probidad será eficaz sin un nuevo pacto social que "democratice" las relaciones entre los ciudadanos y de éstos con los poderosos. Por ello hay que partir por sacar a estos últimos de esa primera discusión, la del acuerdo constitucional, pues este debe ser fruto del diálogo de la gente; porque de lo contrario seguiremos en el círculo vicioso de la ilegitimidad que generan reglas impuestas por la minoría a la mayoría. En este discurso el verbo rector es "democratizar" y el objeto democratizado es el "poder". El problema de los optimistas de siempre es que la lógica es una máquina pesada, que avanza lento, pero que puesta en una dirección recorre su camino inevitablemente.
Se implantarán normas que establecerán que el Estado financiará la política; para acceder a ese financiamiento la política deberá hacerse de cierta forma (concepto de participación, pluralismo, cuotas, etc.) y que habrá una "muralla china" entre los negocios y la política. Esto significa que el dinero ganado en los negocios tiene un germen de ilegitimidad, puesto que no se entiende de otra manera que se le excluya de un destino tan virtuoso como financiar el debate público. Tan vieja como el hilo negro, es la discusión sobre la relación entre propiedad y libertad, otra vez en el centro de la mesa.
Luego, iremos a la elaboración de un pacto constitucional en que será el debate en la comunidad el que establecerá los derechos fundamentales, en un verdadero ejercicio Rousseauniano que colectiviza los derechos y los vuelve todos el mero producto de ese pacto. La consecuencia de ese proceso romántico y participativo es que no existen los derechos individuales, sino en la medida que el acuerdo colectivo los reconoce. Hasta ahí llegaron los derechos de las minorías y el pluralismo. O sea, lo segundo más antiguo después del hilo negro. Y esa máquina lenta llamada lógica conducirá después a que alguien se pregunte ¿y por qué algunos tendrían el poder de decidir en el mercado lo que se produce? Desde luego que nadie, así llegará la hora de democratizar también el mercado.
Lo que viene es mucho más que una agenda de probidad y viene con voluntad de poder estatal. Soplan malos vientos para las ideas de la libertad.