Ayer a las 9.20 de la mañana, el escritor y premio nacional de Literatura Alfonso Calderón Squadritto sintió una fuerte punzada en el pecho, mientras se aprestaba a salir de su departamento en la comuna de Las Condes. De un momento a otro, el dolor se transformó en una sensación de angustia y pánico que derivó en una fuerte descompensación. Su esposa trató de brindarle primeros auxilios, llamó a una ambulancia, pero no hubo caso. Murió en su cama, fulminado por un ataque al corazón.
Magnético e hiperactivo, el autor de 78 años tenía programado, para mañana lunes, un almuerzo de trabajo con el escritor Roberto Merino y el editor Matías Rivas. El miércoles y jueves le tocaba presenciar defensas de tesis en la Universidad Diego Portales, donde ejercía como profersor. "Lleno de vida, estaba en su mejor momento", apunta su esposa Marta Illanes. "Hasta hoy no había dado signos de enfermedad o de que se sintiera mal, al contrario. Tomaba sus remedios para la presión alta, pero no había ningún sintoma de nada. Fue todo muy repentino".
Una de las voces más influyentes de la generación del 50, era un ser genéticamente libresco. Hasta los 50 años no había viajado fuera de Chile porque le tenía terror a los aviones (también a los perros), pero podía describir en orden todas las tumbas célebres del cementerio de Père-Lachaise, en París. El memorioso cronista, poeta, periodista y profesor pasará a la historia como el gran reivindicador, desde los años 70, de Joaquín Edwards Bello, y también como el gestor de una serie de diarios autobiográficos que abarcaron toda su vida. En ellos se aprecia su capacidad para mezclar la crónica de viajes, la confesión, la crítica literaria y el periodismo. Su prodigiosa memoria era su mayor virtud. En sus crónicas y libros era capaz de vincular datos cultos y detalles populares, de pasar de la alta filosofía a un comentario sobre un tango o una clásica melodía tropical.
"Era experto en la Colonia, en la II Guerra Mundial, en el cine norteamericano de los 50", recuerda su alumno, el crítico de teatro Juan Andrés Piña. "La aparente dispersión de Alfonso se debe a que abordaba temas muy variados, pero en el fondo él tenía una sola línea, una gran línea, pues pensaba que toda la cultura era una sola".
Tras recibir el Premio Nacional en 1998 y entrar a la UDP, había encontrado una suerte de segunda juventud. En esa universidad trabajaba febrilmente como asesor editorial del segundo y tercer volumen de las crónicas de Edwards Bello. También preparaba un libro sobre el centro de Santiago, el origen de sus calles y la historia de los habitantes y de las casonas de los barrios República, Brasil, Ejército y Parque O'Higgins.
A su vez, la UDP acababa de lanzar Oficina de mujeres extraviadas, perfiles a 39 mujeres notables, entre las que se cuentan la actriz Marlene Dietrich, la bailarina Anna Pavlova y la coleccionista Peggy Guggenheim. Su preocupación por el género femenino también se reflejó en la vida real. Siempre rodeado de mujeres, tuvo tres hijas: Cecilia, Lila y Teresa, quienes le dieron siete nietos, dos varones y el resto, obvio, mujeres. "El estaba viviendo una etapa feliz", dice su nieta Lila Calderón. "Hay otro tomo de sus diarios que quedó inédito, El ojo del ojo, y muchas cosas que hay que revisar. Hay un alto de miles de notitas en su escritorio". Tenía otro proyecto avanzado: Catalonia publicará pronto sus crónicas periodísticas de los 90, con el título de El vicio de escribir.
Entre lo docto y lo popular
Nacido en San Fernando en 1930, Calderón fue el resultado de la pasión por la mejor literatura, el cine y el cómic. El 25 de enero de 1939, un día después del terremoto de Chillán, inició un diario de vida. También fue precoz lector de revistas como El Peneca y de viñetas de Tarzán, Dick Tracy y Mandrake. Aprendió a leer a los tres años gracias a su abuela y a los 10 se embarcó en Crimen y castigo, de Dostoievsky. Se inició en la crítica literaria a los 20 años, en los diarios El Serenense y El Día, de La Serena. Uno de sus primeros comentarios fue Narciso y Golmundo, de Hesse, que lo deslumbró. Luego sería crítico de las revistas Ercilla, Hoy y Apsi. Calderón también fue subdirector de la Biblioteca Nacional, director de la revista Mapocho y miembro de la Academia Chilena de la Lengua.
Sus restos son velados en la casa central de la UDP y mañana serán cremados, tras una ceremonia en el Parque del Recuerdo, a las 10.30 horas. Casi por deformación profesional, había dejado por escrito las instrucciones para su funeral. No era partidario de ritos religiosos ni de brillos ostentosos. Quería volver a la tierra con simpleza y rodeado de sus afectos, mientras se escuchara la sobria partitura del Doble concierto de Brahms.