Habían pasado más de 20 años y Carlos Leppe mantenía intacto su talento para provocar. En el año 2000, el artista se bajó de un taxi frente al Museo de Bellas Artes, se arrodilló y comenzó a dar alaridos y reptar como una serpiente hacia el interior. Tenía los pies vendados, el pelo cortado a machetazos y en el cuello un cartel que decía "yo soy mi padre". Adentro, lo esperaba un cerro de cabello humano del que sobresalía una virgen. Leppe sacó de un maletín algunas ofrendas: eran una vasija llena de excremento y una escultura precolombina con aspecto de falo. Unos guardias se lo llevaron, mientras el público miraba estupefacto. "Vi a la gente muy enojada, de algún modo se sintieron violentados por la obra de Leppe. Creo que el tenía esa capacidad, de remecer, conmocionar y no dejar indiferente", recuerda el académico Milan Ivelic, en ese entonces director del Museo de Bellas Artes.
En el cambio de siglo, Leppe regresaba a la performance, luego de haberse inscrito en la historia local como el pionero del género, cuando en 1974 protagonizó Happening de las gallinas en la galería de Carmen Waugh. Con una corona fúnebre alrededor del cuello, se sentó en una tarima móvil, rodeado de gallinas de yeso. A su lado un ropero abierto contenía sus objetos personales y muchos huevos. Leppe definía su sello artístico: con un estilo transgresor y crudo exploró su identidad sexual poniendo su propio cuerpo en escena.
Figura clave del arte más subversivo de los años 70 y 80 (junto a artistas como Raúl Zurita y Juan Dávila), Leppe murió la noche del jueves de una pancreatitis aguda. Hace 15 días había sido internado de urgencia en la Clínica Alemana y luego en la Clínica Bicentenario. Había cumplido 63 años el pasado 9 de octubre. Hoy al mediodía se hará una ceremonia en el Parque del Recuerdo. Luego sus restos serán cremados.
En el último tiempo, el artista había estado trabajando en un libro compilatorio: Obra/ proyecto, junto al crítico Justo Pastor Mellado y su asistente, el artista Alfredo Barrios, sus amigos más cercanos. El volumen será editado por la galería D21, la misma que hace tres años acogió una muestra de 20 pinturas, con las que Leppe, volvía una vez más al arte.
Tras profundizar en la performance con acciones como El perchero (1975), en la que se vistió de mujer, la Acción de la Estrella, en la que hizo un tonsura en su nuca en forma de estrella o el video Sala de espera (1980), donde se enyesó y cantó como soprano, con la cara pintada; Leppe había cambiado de rumbo.
En los 90 se convirtió en asesor de imagen del PPD (estuvo tras el mítico dedo de Ricardo Lagos, en 1988), y trabajó como director de arte del área dramática de TVN y Canal 13. También en 2010, aceptó ser agregado cultural del gobierno de Sebastián Piñera, hecho que no fue bien visto por el círculo artístico. Más que una contradicción, Leppe lograba hacer convivir sus múltiples facetas una y otra vez. Incluso ahora, mientras seguía produciendo pintura, trabajó con Verónica Saquel en la teleserie Matriarcas de TVN. Sin embargo, fue su obra artística la que dejó las huellas más indelebles en la escena local.
"Es una obra deslumbrante por su trabajo imaginativo con los signos, el cuerpo y la performance atravesados por la biografía homosexual, por el riguroso conceptualismo de sus operaciones visuales", dice la crítica Nelly Richard, quien también participó en una de sus performances, en 1983. "Con Carlos Leppe compartimos una amistad íntima y grandiosa y, pese a que nuestros caminos de vida se bifurcaron en vías alternativas, seguía vigente".
En 2004, Leppe realizó una muestra en galería Animal por la que ganó un Premio Altazor y que supuso su retorno más tradicional, desde la pintura. Ese mismo año el artista se había operado para superar la obesidad que lo afectó toda la vida. "Lo de Leppe es una gran pérdida. El representaba ese arte que se hizo en Chile. Era más denso, más corporal y más puntudo. Ahora no se encuentra en ningún artista. Cuando Leppe se operó algo de eso se desinfló, una metáfora de los nuevos tiempos", dice el crítico Guillermo Machuca.
Pero aún quedaba más. En 2009 haría una performance en el contexto de la Trienal de Chile, pero se retiró alegando que su obra no había sido aceptada debido a razones políticas. Justo Pastor Mellado también se bajó del evento. Fue una de sus última polémicas. En el 2011 volvió a exhibir pinturas: especies de collages cargados de materiales, óleo, objetos y brochazos violentos que reflejaban los mismos temas que lo obsesionaron desde siempre. Es decir, la ruina, la presencia de la madre, la identidad sexual y su propio cuerpo. "Siempre fue un adelantado. Su postura era interrogarse siempre. Sus obras son una prolongación de una biografía muy intensa y particular", resume Milan Ivelic.