Firmaba libros con Pablo Neruda, lo mimaba la agencia Magnum, inspiraba cuentos de Julio Cortázar y el Museo de Arte Moderno de Nueva York le compraba sus fotos. Entonces, Sergio Larraín Echeñique dijo que no. A inicios de los 70, cuando ya se había convertido en el más importante fotógrafo de Chile, abandonó su trabajo, se alejó de la esfera pública y se retiró a una pequeña casa en Ovalle, a una vida espiritual. En eso estaba ayer, aún bajo los efectos del yoga y empeñado en detener el deterioro del planeta, cuando falleció.

Leyenda y misterio, Larraín murió en la mañana, en su casa en Ovalle, a raíz de complicaciones cardíacas. Tenía 81 años. Velado ayer en su residencia, mañana sus restos serán sepultados en el pueblo de Tulahuén, donde vivía la mayor parte del tiempo dedi- cado al yoga, la pintura y a la elaboración de libros artesanales con textos ecológicos y sus fotografías que fotocopiaba y pedía "hacer circular". Había retratado a Ro-ssellini, Neruda y Pelé, pero desde hace 40 años se movía como un anónimo en el Valle del Limarí.

Poco después del golpe de 1973, Larraín fijo su residencia en el Norte Chico, después de haber estrechado sus lazos con el grupo místico Arica, liderado por Oscar Ichazo. Y abandonó la fotografía. "El sintió que ya había realizado su trabajo, dio su obra por terminada", cuenta su amigo Luis Poirot, que lo conoció en la redacción de la revista Paula en los 60. Otras publicaciones también acogerían el trabajo de Larraín: The New York Times, Paris Match, Life, etc.

Fama y reclusión

Tenía 18 años, estudiaba Ingeniería en la Universidad de Berkeley y trabajaba como mesero. Entonces, al hijo del arquitecto Sergio Larraín García-Moreno, una cámara Leica IIIC le cambió la vida. "El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas, ir por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas", escribió en 1982, en una carta a su sobrino sobre su método de trabajo.

Larraín a sus 20 años viajó por Europa, Egipto y Oriente Medio, regresó a Chile para instalarse en Valparaíso. Se profesionalizó como fotógrafo, con una corresponsalía para la revista brasileña O Cruzeiro, y a mediados de los 50, por encargo del Hogar de Cristo y la fundación Mi Casa, retrata a los niños sin hogar de Santiago.

La serie, una de las más memorables de su carrera, llegó hasta los ojos del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que en 1956 le compró dos fotografías. Un año después, Larraín se instala con calma en el pasaje Bavestrello de Valparaíso y cuando ve bajar a dos niñas, la mayor más adelante, toma una de sus más famosas imágenes. En 1959 viaja a Londres y las fotos que toma impresionan nada menos a que Henri Cartier-Bresson, el hombre fuerte de Magnum, quien suma a sus filas a Larraín. Sería el único chileno en entrar en la prestigiosa agencia francesa.

Antes debió jugarse la vida. Magnun le encargó un reportaje sobre la mafia siciliana, el que requería el retrato de su Don, Giuseppe Russo. Cuatro meses después, vuelve con varias fotos del capo durmiendo la siesta vendidas por miles de dólares a revistas del mundo. Corren los 60, Larraín vive en París y se une a la aristocracia de la fotografía.

Un día revela una fotografía de la ciudad, tomada a un costado de Notre Dame, y al ampliarla descubre a una pareja en pleno acto sexual. Según Armando Uribe, Julio Cortázar, que conocía a Larraín, se fascinó con la historia y la usó para el cuento Las babas del diablo (1964). Dos años después, Antonioni convirtió el cuento en la película Blow up.

Antes de la cinta, Larraín ha tomado contacto con otro escritor: Neruda le pide las fotografías para un libro sobre su casa en Isla Negra y luego, en 1965, unen sus talentos para el libro Valparaíso. Hay quienes sostienen que en ese volumen, Larraín descubrió y fijó el imaginario clásico del puerto.

En 1968, la vida de Larraín cambia de nuevo: conoce a Ichazo, el maestro del grupo Arica. Paulatinamente, el fotógrafo inicia un repliegue espiritual, preocupándose por la ecología, la sobrepoblación y los efectos dañinos de la modernidad. Como le dijo a La Tercera hace algunos años, inicia un camino para "rescatar el alma".

Con residencia en el pueblo de Tulahuén, Larraín vive como un ermitaño. Por años enseña yoga. Elabora sus libros con mensajes para salvar el planeta. La fotografía pasa a un segundo plano. Lo buscan decenas de periodistas y rechaza entrevistas a The New York Times, El País, etc. Surgen los mitos, las leyendas. Desaparece. Pero no del todo. En su casa en Ova-lle tiene un cuarto oscuro, donde revela algunas fotos. A quienes lo visitan les habla de la situación del mundo. En 1999 selecciona el material para una retrospectiva de su obra en España. A veces viene a Santiago. En 2005 se reúne con la viuda de Cartier-Bresson y le propone que en vez de 155 fotografías, la muestra que se dedicará al hombre de Magnun en el Bellas Artes sólo tenga 20.

"Rápido, ágil, joven e inerme, la mirada de Larraín: un espejo arborescente", escribió Roberto Bolaño en 1999 sobre el fotógrafo, cuando su leyenda ya lo ocultaba prácticamente todo. Casi opacaba su obra incombustible, hoy al resguardo de la Magnun y rara vez exhibida en nuestro país.