Un cabezazo. Fue justo antes de que entraran al set del talk show de Dick Cavett: la discusión se salió de madre y Norman Mailer le dio un cabezazo a Gore Vidal. Corría 1971 y dos de los polemistas más afilados de la literatura norteamericana se iban a las manos. Días antes, Vidal había empezado: escribió que Mailer era el próximo Charles Manson. Siguieron discutiendo en televisión. En vivo y en directo. Meses más tarde, se encontraron en una cena: el autor de Los desnudos y los muertos tiró al suelo de un puñetazo a Vidal. "Las palabras le han fallado a Mailer otra vez", dijo el golpeado.
Otros tiempos. Una época en que Vidal tenía pantalla y voz en el devenir cultural americano, asesoraba a presidentes, ajustaba en las sombras guiones de Hollywood y se peleaba en público con Mailer y otros pesos pesados, como Truman Capote. Novelista y dramaturgo, pero por sobre todo ensayista y memorialista, era el último de una raza de ácidos intelectuales nacidos para la polémica. El martes, Vidal murió en su casa, en Los Angeles, a los 86 años. Fue una neumonía.
"Saber quién eres, lo que quieres decir y que no te importe un bledo", decía Vidal, hace cuatro años, revelando el secreto de su estilo. Ya era un hombre viejo: su pareja por más de 50 años, Howard Austen, había muerto y él se movía en una silla de ruedas. Acumulaba una decena de batallas políticas, literarias y personales. Desde una guerra con su madre pasó a una contra The New York Times. Perdió una candidatura al Senado en 1960, lo taparon de críticas cuando dijo que la administración de George W. Bush sacaba ventajas del atentado contra las Torres Gemelas. El sabía lo que pesaba: "No hay un solo problema humano que no pueda resolverse con mis consejos", dijo una vez.
América a la vista
Miembro de la aristocracia estadounidense, su padre fundó tres aerolíneas y su madre fue una glamorosa actriz, hija de un senador demócrata. Nacido como Eugene Luther Gore Vidal Jr. el 3 de octubre de 1925, fue con su tercera novela que se hizo un nombre público: La ciudad y el pilar de sal (1948), el relato de una frustrada historia entre dos jóvenes, con la II Guerra Mundial como telón de fondo. Era la historia del propio Vidal: J.T., a quien estaba dedicada, era Jimmie Trimble, el amor de su vida, muerto en la batalla de Iwo Jima a los 19 años.
La novela le dio un nombre, pero también enemigos: The New York Times barrió en el suelo con el libro. Vidal casi dejó de escribir. Optó por el seudónimo de Edgar Box y publicó novelas de misterios. Pero más que eso, se pasó al teatro. Su exitoso paso por Broadway lo llevó a trabajar para televisión y ser contratado por la Metro Goldwyn Meyer, básicamente, como asesor de guiones. Aunque no aparece en los créditos, fue Vidal quien dio los toques finales al guión de Ben-Hur (1959).
Aunque volvió a la ficción, Vidal hizo un giro hacia las novelas históricas, que hoy persisten como lo más celebrado de su obra: Washington DC (1967), Burr (1973), Lincoln (1984), Imperio (1987), Hollywood (1990) y La edad de oro (2000) configuran en conjunto un relato general de la historia política de EE.UU., desde su Independencia hasta los 50. El plano general es condimentado por la pluma chismosa y corrosiva de Vidal, que entra en los callejones oscuros del poder y a sus alcobas.
Demócrata, autor de 25 novelas y centenares de geniales artículos y ensayos, amante por una noche de Jack Kerouac, amigo de Tennessee Williams, Orson Welles y Frank Sinatra, enemigo a muerte de Capote, admirado por Italo Calvino y Harold Bloom, Vidal terminó convencido de que EE.UU. estaba en decadencia. Elegante e irónico, hizo lo posible por detener la caída de la clase política de su país. También, claro, su ego era gigantesco. Adoraba ser famoso: "Nunca pierdo una oportunidad de tener sexo o ver televisión", dijo.