No era una despedida. El argentino Jorge Duró, quien fue mánager de Leonardo Favio por cerca de 20 años, dejó el Sanatorio Anchorena de la ciudad de Buenos Aires hace dos meses, sin la conciencia de que esa había sido la última conversación con su amigo y representado. "Era una neumonía muy leve", comenta al teléfono desde la ciudad transandina. Ni siquiera recuerda lo que conversaron. Ayer, sin embargo, recibía a los familiares y atendía el teléfono. Desde la Casa Rosada lo contactaban para realizar un homenaje. Y mientras hablaba, el cuerpo de Leonardo Favio aún permanecía en el sanatorio, a la espera de ser trasladado al Senado, donde será velado.
El cantante y cineasta argentino falleció ayer a los 74 años de edad, tras complicaciones derivadas de una neumonía, por la cual ingresó al recinto, según informa su mánager. "Agarró un virus hospitalario, se le hizo un hongo en un pulmón, se le pasó al otro, se le hizo una traqueotomía y lo tenían en coma farmacológico. Después de eso, ya todo esto era predecible", comenta Duró.
Uno que en su país era más recordado por su perfil de cineasta que por las canciones que coló en el imaginario AM chileno: Ella ya me olvidó, Fuiste mía un verano, Mi tristeza es mía y Ding dong, ding dong, son las cosas del amor. Son pequeñas muestras de un cancionero que apenas resume la figura de "un hombre muy complejo, era un genio, un loco", como lo describe su colega y contemporáneo, el cantante argentino Leo Dan. Yaco Monti, vocalista transandino, coincide en el retrato hablado de su amigo: "Fue capaz de abarcar tantas áreas que siempre lo vi como un intelectual de la cultura. Tenía un talento único".
Favio nació bajo el nombre de Fuad Jorge Jury, en la ciudad mendocina de Luján de Cuyo, en mayo de 1938. Hasta allí -en esa proximidad geográfica- puede rastrearse parte de su cercanía con Chile, según explica el mánager del artista. También, las trazas de una biografía que lo convertirían en un baladista atípico, un cineasta preocupado por el realismo y un creador que siempre cuidó su impronta social.
Su padre dejó el hogar cuando el cantante aún era un niño, quedando al cuidado de su madre, la escritora Mariana Olivares, y obligándolo además a circular por varios centros de menores. Ahí nace la inspiración para su película Crónica de un niño solo, de 1965, su primer largometraje y relato autobiográfico, un filme que obtuvo la mayoría de las votaciones (un 75%) en una encuesta del Museo del Cine Argentino, para elegir a las 100 mejores películas sonoras de ese país. Le seguiría El romance del Aniceto y la Francisca, de 1967, otra entrada clave en su filmografía, protagonizada por un elenco que incluía a su primera esposa, María Vaner. Pero en 1968, aquejado por las dificultades para producir sus obras cinematográficas, se vuelca a la guitarra, que había aprendido a tocar cuando niño. De ese año es su primer disco, emblemático por sus clásicos románticos: Fuiste mía un verano.
"Ya se notaba que era un cantautor adelantado", recuerda José Alfredo Fuentes. Según el cantante nacional, el contenido de sus canciones separó aguas con la generación de baladistas que lo recibió de este lado de la cordillera. "Era osado, tenía descripciones amorosas más de la carne. Incluía además cosas sociales -aunque no políticas en esa época- y sus temáticas eran muy de barrio porteño, de pichanga y pantalón corto", explica Fuentes.
Un año después, 1969, fue cuando visitó por primera vez el Festival de la Canción de Viña del Mar, pero también -como recuerda el locutor radial Sergio "Pirincho" Cárcamo- su primera visita al Festival de Cine que organizaba el cine arte de esa ciudad. Allí, Cárcamo pudo compartir con el argentino a través de un amigo en común: el director Jorge Montesi, hoy radicado en Canadá. "Lo decía siempre: para él, cantar era una forma de financiar sus películas", recuerda el hombre de radio.
Porque, según comenta el locutor, "Favio solía repetir que él no cantaba: que bramaba y nada más. De ahí también su apodo, 'El Toro de las Pampas'". Pero pese a su resistencia, comenzó a constatar cómo el baladista crecía en este país, antes que el cineasta. Ese año recorrió el país junto al guitarrista Oscar Arriagada y su grupo Los Dixon.
El baladista oscuro
Cárcamo lo volvería a encontrar en 1997, cuando ambos compartieron sitio en el jurado internacional del certamen viñamarino. Ya el ímpetu de sus primeros años contrastaba con su eterno pañuelo sobre su cabeza, que muchas veces llevó a especular sobre su estado de salud. "Ya estaba en quimioterapia", afirma Cárcamo, aunque formalmente nunca se hizo público algún diagnóstico de cáncer.
"Su estado de salud era normal. Como cualquiera de nosotros podría experimentar a su edad, arrastraba un problema en la cadera. Sé que se habló de un cáncer, pero nada de eso es real", comenta Jorge Duró, quien también lo acompañó a Chile durante esa visita a Viña del Mar.
Pero, según Cárcamo, Leonardo Favio ya era distinto. Atrás había dejado, también, la preocupación política que desde 1972 le asignó roles en la difusión y defensa del peronismo. "Ya no estaba interesado en nada de eso. Lo único que hacía era meditar. Estaba metido en una onda muy mística". Así, comenzó a crecer su fama de tipo huraño, de pocos amigos, siempre discreto.
"Debo decir que no era un hombre fácil. Tenía un carácter muy especial. Le cargaba presentarse junto a otros artistas y reaccionaba a muchas cosas de modo muy iracundo", comenta el argentino Yaco Monti. "Una mezcla entre James Dean y Marlon Brando", según Leo Dan, "un hombre muy temperamental, con quien yo compartí como su otra alma, como el tipo que siempre aparecía para calmarlo".
El productor local Alfredo Troncoso organizó la última gira que Favio realizó por Chile, el año 2003, una que lo paseó por Santiago y Viña del Mar. "Era un tipo muy cordial y culto, asombrosamente progresista", lo describe Troncoso. Y cuando andaba por Chile, cuando se desplazaba por el país como lo hizo desde la década del 60, sólo una cosa no podía faltar: una parada en la Ruta 68, para comprar papayas. Dejaron un proyecto inconcluso: Troncoso le propuso al cantante y cineasta realizar una serie de conciertos con un acompañamiento musical a cargo de músicos chilenos. "Pero ya nunca más pudo viajar, porque empezó a priorizar su cine", explica.
La última vez que Flavio quiso venir a Chile fue en 2007, cuando el Festival Internacional de Cine de Valdivia organizó la primera retrospectiva completa para su obra cinematográfica, donde se estrenaría también su última producción, Aniceto (2008).
"La municipalidad nos pedía organizar algo llamativo y a nosotros se nos ocurrió traerlo: era un hombre muy querido, muy conocido en Chile por sus canciones, pero casi nada por su cine", recuerda el director del festival, Bruno Bettati.
Favio tenía el pasaje comprado para visitar el país. Hasta el último día venía, según recuerda la organización. Sin embargo, la salud lo retuvo en Argentina. Nunca más emprendió viaje a Chile.