Luego de intensas negociaciones, en mayo de 2000, la reina Isabel II aceptó ser retratada por Lucian Freud. No fue fácil. El artista era conocido por sus controvertidas sesiones de pintura, que podían durar meses, y la crudeza con que retrataba a sus modelos. Le gustaba, sobre todo, pintar desnudos y capturar sus detalles: los pliegues y voluptuosidad de la carne, el color de las venas, una realidad exaltada al extremo de parecer grotesca. La reina corrió el riesgo. Después de todo, se trataba del pintor más importante de Gran Bretaña y uno de los más cotizados en el mercado del arte.
Luego de ocho meses, el resultado fue una mínima pintura de 23 centímetros que dividió a la crítica. La reina aparecía anciana, con un rictus severo y cansado. Hasta hoy es una de las representaciones más singulares y polémicas de la monarquía británica. Para Freud significó la prueba máxima de su influencia como uno de los pintores más grandes del siglo XX.
El miércoles en la noche, el artista falleció en su casa de Holland Park, en Londres, a los 88 años. La noticia se informó ayer, a través de William Aquavella, agente de Freud y dueño de la Aquavella Gallery, quien notificó que el artista habría fallecido luego de una breve enfermedad. "Freud vivió para pintar y pintó hasta el día de su muerte, lejos del ruido del mundo del arte", dijo.
Pasión por la carne
Nieto de Sigmund Freud, padre del sicoanálisis, el pintor logró hacerse una fama propia. Nacido en Berlín en 1922, era un niño cuando junto a su familia se trasladó a Inglaterra, huyendo del régimen nazi. A los 17 años obtuvo la nacionalidad británica. Ese mismo año murió su abuelo. La relación era cercana, aunque Lucian sentía que, a diferencia del siquiatra, a él le importaba más la apariencia de las personas. Sin embargo, su trabajo es alabado por penetrar en la sicología de sus retratados.
A fines de los 40, Freud conoce a su gran amigo Francis Bacon, 20 años mayor, con quien compartiría la obsesión de retratar el cuerpo humano de formas no complacientes. Junto a él y a artistas como Frank Auerbach forma la Escuela de Londres, que en los 70 reivindica la pintura figurativa. Freud encontró su estilo en los 50, cambiando sus retratos surrealistas por desnudos de gran crudeza. "Se quedó con su enfoque figurativo, incluso cuando era impopular y la abstracción estaba de moda. Luchó y ganó", dijo ayer Brett Gorvy, vicepresidente de la casa Christie's en Nueva York.
En sus últimas décadas, Freud alcanzó la cúspide de su fama. La revista GQ lo escogió como uno de los hombres mejor vestidos de Inglaterra y a los 80 años iba a restaurantes de moda acompañado de figuras como Kate Moss, a quien también retrató.
Su influencia artística traspasó fronteras y se convirtió en un referente de las escuelas de arte, incluso en Chile. Para Francisco Brugnoli, director del Museo de Arte Contemporáneo, "Freud abrió el terreno a una nueva figuración. Sorprende su sensibilidad con el cuerpo, con la intimidad, con los dolores del hombre".
En 2009, la galería AMS Marlborough trajo las primeras obras de Freud a Chile, en una colectiva de grabado inglés: costaban alrededor de US$ 40 mil cada uno. Afuera, el precio de sus pinturas se disparó hace años.
En 2008, se transformó en el artista vivo más caro al vender el retrato de Sue Tilley, mujer de 140 kilos, en US$ 33,6 millones. Es uno de sus cuadros más emblemáticos y refleja la metodología radical con la que trabajaba el pintor. A Sue la citó tres o cuatro veces por semana, durante cuatro años. La hacía desnudarse por unas ocho horas y recostarse en un sillón bajo un potente reflector de luz artificial. El calor de las luces hacía que el cuerpo languideciera, se relajara y se mostrara totalmente real en sus imperfecciones. Años después, la modelo se quejaría de estas crueles sesiones de pintura y de que sólo le pagara entre 25 y 35 dólares diarios.
"Mis modelos me interesan en cuanto animales. Quiero usar, registrar y observar sus rasgos particulares. Quiero que la pintura sea carne", dijo el artista.