"Este hombre es el que más sabe de autos y de cigarrillos". La cita es de Borges y ciertamente podría haber ofendido a un escritor que daba sus primeros pasos, pero no a Rodolfo Enrique Fogwill. Empezaba la década del 80 y Fogwill, a secas, era un destacado publicista de Argentina que empezaba a escribir cuentos. Tomó las palabras de Borges, las colocó en la contratapa de su siguiente libro y, claro, los lectores entendieron que aquella frase contenía un mensaje cifrado. La anécdota da cuenta de la desenvoltura y el olfato de Fogwill, un escritor que dio cuerpo a una obra deslumbrante y que en la madrugada del sábado, a los 69 años, murió debido a las complicaciones pulmonares por su afición al cigarrillo.
Sociólogo de profesión, Fogwill trabajó como publicista, profesor, agente de la Bolsa y columnista de temas políticos y culturales. También estuvo preso y fue adicto a la cocaína. Decía que tuvo un revólver Smith & Wesson a los 10 años, un barco a los 15 y su primera novia a los 17. Entre sus libros más conocidos se encuentran Los pichiciegos, considerada la mejor novela sobre la Guerra de las Malvinas; Vivir afuera, donde las voces de un playboy, un delator, una profesora y un oficial de inteligencia dan cuenta de una época tan intensa como demencial, y Cuentos completos, notable muestra de su estilo reconcentrado que incluye piezas como Restos diurnos, Muchacha punk y Memoria de paso.
Su sentido del humor y la prosa vertiginosa, rica en referencias a marcas de productos o locales de moda, transmiten una sensación de vitalidad poco frecuente en estos tiempos. Hace dos años publicó Los libros de la guerra, recopilación de su trabajo en prensa. Son textos urgentes y decididos, que dan cuenta de un pensamiento independiente de las modas y que permiten calibrar la generosidad de Fogwill: fue uno de los primeros en jugarse por la obra de Alberto Laiseca, César Aira y Néstor Perlonguer; todos contemporáneos suyos.
En la última década visitó frecuentemente nuestro país por trabajo. Llegaba con libros de novelistas jóvenes o con ediciones perdidas de autores excéntricos que él encontraba en librerías de viejo. Ya Buenos Aires se llevaba todo lo que pudiera de poesía chilena. Mantuvo la curiosidad hasta el final, las antenas bien despiertas y un cigarro entre los dedos.