Era quizás la más académica del grupo. En los 90 y junto a otros artistas, como Voluspa Jarpa, Pablo Langlois, y Francisco Valdés, Natalia Babarovic (44) entró con fuerza al circuito de arte dispuesta a reivindicar el papel de la pintura en una escena dominada aún por la performance y la instalación surgida en los 80. Sus primeras obras apelaron a la reflexión histórica del paisaje: sin bastidor y con telas sin preparar, Babarovic chorreaba pintura, plasmando imágenes fugaces y borrosas, en las que apenas se distinguía el peladero del océano. Desde ahí, la artista ha pasado por el autorretrato, el desnudo y la escena familiar con una técnica que oscila entre la observación científica y la abstracción.
Luego de tres años sin exponer de manera individual y convertida en una de las pintoras más importantes de su generación, Babarovic exhibe nuevas obras en la galería Departamento 21 (D21, Nueva de Lyon 19), donde persiste con el óleo en siete lienzos basados en fotografías tomadas en los 60 y 70 por Bosko Babarovic, su abuelo, un inmigrante yugoslavo. Se trata de un retorno a sus orígenes: hace 20 años, la pintora heredó de él unas cajas llenas de estas fotos, que fueron el punto de partida de su pintura. "Siempre me gustaron estas fotos. Mi abuelo tenía una mirada extraña, retrató sus zapatos, los muebles de la casa, la piscina vacía, como tratando de fijar ciertos detalles que se pierden en la biografía oficial de las personas. Intento plasmar esa atmósfera nostálgica, la psicología de la foto", explica la pintora.
Sale el espectro
Relacionada hasta el cansancio con Adolfo Couve, uno de sus mentores, Babarovic se apura en aclarar que aunque el pintor tuvo gran influencia en su obra, nunca le dio clases de pintura. "Es un mito que Couve me enseñó a pintar. En esos años, él hacía clases de Historia del Arte y Estética. El que me enseñó a revolver los óleos fue Gonzalo Díaz", señala. Sin embargo, la artista sí intentó tomar clases particulares con Couve en su casa de Cartagena. No prosperó: a las tres sesiones, él la echó de su taller. "Era díficil y temperamental. El problema fue que yo quería pintar telas grandes y él prefería un formato menor. Luego me hizo pintar con el caballete en la terraza, pero yo me moría de vergüenza. Me faltaban la boina y el bigote para verme totalmente rídicula", recuerda.
Lo cierto es que con Couve la pintora comparte un estilo similar: economía de trazos ágiles y una reducida paleta de colores. La diferencia, quizás, está en el foco de inspiración: mientras el pintor prefería los modelos vivos, Babarovic parte de la foto. "El modelo fotográfico me resulta de una gran libertad. Poner el caballete en el paisaje o pintar directamente a la modelo es una situación insostenible. Te enfrentas a la relatividad de la luz y de la vida, lo que es engorroso y complicado".
El mismo sentido práctico aplica a su obra: a diferencia de otros artistas que exponen hasta tres veces al año, Babarovic se toma su tiempo. Puede estar meses sin pintar para luego no parar de producir. "Mi obra no está sujeta a un método, no tiene que ver con el control, ni con la repetición de lo mismo. Prefiero el azar", dice.
Hay otra razón más terrenal para sus distanciadas exposiciones: la vida adulta, cuentas que pagar y dos hijos que criar, que le hicieron también dejar sus clases en la U. de Chile, donde enseñó por 15 años. "A todos nos gustaría vender la obra y no preocuparnos de la plata, pero no puedo hacer las inflexiones necesarias en mi pintura sólo para vender. No participo del frenesí del arte, no me gusta ir a inauguraciones, y de los pintores, me gustan sólo algunos, como Pablo Ferrer, Ignacio Gumucio o Tomás Fernández".
Hace unos meses, la artista materializó otra de sus aficiones: Ediciones Universidad Diego Portales editó su traducción de Vidas breves, del inglés John Aubrey. "Me encanta leer y me gustaría que mi obra plástica fuese un poco más literaria", señala. Sin embargo, Babarovic ya tiene otras fantasías para sus obras: "Tengo ganas de hacer pinturas sin terminar. Llegar sólo a la imagen, que es como un fantasma emergiendo en una especie de bruma. Es algo que tiene que ver con la improvisación del momento, con la pulsión y otra vez con el azar".