COMO HEMOS podido constatar de la discusión en torno a la Reforma Laboral, tanto en el Congreso como en la opinión pública, uno de los temas que mayor preocupación ha generado entre los diversos actores e, incluso dentro del propio oficialismo, es la propuesta del Ejecutivo de establecer la obligatoriedad de negociar colectivamente con los denominados sindicatos interempresa.

Es de toda lógica la preocupación que tal iniciativa ha generado, debido a que pareciera sustentarse en un diagnóstico equivocado, esto es que todas las micro, pequeñas y medianas empresas de nuestro país serían asimilables, sin importar su rubro, estructuras de costos, márgenes, número de trabajadores y mercados en los cuales compiten.

Tal distanciamiento con la realidad se debe a un error esencial de la reforma laboral, que busca regular las relaciones laborales bajo la percepción de que las empresas en nuestro país siguen siendo aquellas de hace cincuenta o sesenta años, época en que eran consideradas sinónimo de industria, en un escenario en que la economía se basaba principalmente en transformar las materias primas en productos elaborados.

Pero nuestras empresas se han diversificado y asimilar una panadería que tiene menos de diez trabajadores con una que presta servicios tecnológicos y que cuenta con cuarenta trabajadores o, incluso equiparar la realidad de ésta con un establecimiento de comercio con casi doscientos trabajadores, no solo es impracticable, sino que sumamente grave.

Es por esto que lo único que logrará una norma como la propuesta es generar distorsiones en los mercados, ya que a pesar que las negociaciones de los sindicatos son con cada una de las empresas por separado, es ilusorio creer que las condiciones pactadas con alguna de ellas, no condicionará los posibles acuerdos con el resto de las empresas con que el sindicato tendría derecho a negociar. De esta manera, es una carga excesiva forzar a la panadería a igualar las condiciones propuestas por la empresa que presta servicios tecnológicos u obligar a esta última a asemejar la propuesta del establecimiento de comercio, porque cada una de ellas tiene por esencia características que la hacen única.

Es más, asumir que dos panaderías de menos de diez trabajadores son iguales simplemente por tener el mismo giro y número de empleados es también falaz. Ello porque mientras la primera puede ser una panadería de barrio, la segunda puede ser una empresa altamente automatizada, con considerables economías de escala y mayores márgenes. Exigir a la primera igualar los beneficios que podría ofrecer esta última constituye una carga excesiva e insoportable. Simplemente, una asfixia a sus posibilidades de crecimiento y desarrollo.

En definitiva, tratar de igualar las relaciones laborales en empresas tan disímiles llevará necesariamente a aquellas que no puedan traspasar los mayores costos artificiales a sus consumidores, a arriesgar su retiro de los mercados, con todos los costos que para las personas y la competencia en general esto significa.

Avancemos en línea con las modernas economías del mundo y no establezcamos barreras de entrada a nuevos emprendimientos.