LAS PERCEPCIONES y la reputación se construyen lentamente, con esfuerzo, perseverancia y coherencia; pero, se pueden destruir en segundos. La imagen de la derecha históricamente ha estado vinculada al "gatopardismo", según el cual basta crear una apariencia de cambio para que lo verdaderamente importante permanezca inalterado: que todo cambie para que todo siga igual. De ahí lo trascendental que es, primero, avanzar en convencer y alinear a los partidarios, especialmente, en este caso, a los "poderes fácticos" que, en general, son más lentos en reconocer los cambios sociales.

La imagen sólo se puede construir primero con trabajo bien hecho y luego, bien comunicado. Por lo tanto, en este momento, es fundamental que el gobierno se concentre en el desafío de hacerlo bien y en hacerlo saber, sin distraerse en debates inconducentes y con afanes refundacionales.

Como señaló el Presidente, la derecha está demostrando que tiene "un compromiso con los tres pilares básicos: primero, un sistema político estable con una democracia de verdad, con estado de derecho, alternancia en el poder, respeto a los derechos humanos, libertad de expresión; segundo, una economía de mercado, libre, abierta, competitiva, integrada en el mundo; y tercero, un sistema social en el que el Estado asegure a todos un mínimo consistente con la dignidad humana, y por tanto, que sea el más poderoso aliado en la lucha contra la pobreza y las desigualdades".

Si bien estos pilares están en el origen de los partidos de la Alianza, hace casi tres décadas, hasta ahora no hubo ocasión de mostrar su aplicación. Por lo tanto, lo esencial del relato pasa por la nueva forma de gobernar, estilo coherente con el "nuevo modo de hacer política" -promovido  desde su fundación por la UDI-, que exige la prevalencia de los principios y las ideas por sobre los caudillismos o conveniencias de grupos; un lenguaje directo sin consignas; una acción política organizada por sobre las ambiciones personales; y la disposición a reconocer méritos de los adversarios o a revisar las propias posiciones.

Años atrás, la Concertación, al abordar sin consensos internos algunos temas -como la gestión presupuestaria-, con criterios hasta ese momento atribuidos a sus adversarios, benefició al país, pero le generó conflictos que finalmente la condujeron a la derrota electoral, y ahora le impiden consensuar un diagnóstico y unificar una forma de hacer oposición.

El nuevo relato de la derecha debe comunicar con fuerza sus convicciones, especialmente su preocupación por las personas, pero todavía debe definir su posición en temas no resueltos, con el consiguiente riesgo de caer en el populismo o la demagogia. Aumentar impuestos para reconstruir no es lo mismo que hacer una reforma tributaria que apunte a superar la desigualdad; la disyuntiva entre desarrollo y medio ambiente o el futuro de los pueblos originarios son todos asuntos pendientes en los que debe demostrar una perspectiva propia para abordarlos.

Para que la derecha vaya más allá de sólo mejorar su reputación, alineando su imagen con su identidad, algunos tendrán que esforzarse más en su trabajo actual y no apurar los tiempos. La política exige sentido de la oportunidad, pero también mucha paciencia.