VERANO ES temporada para trasladarse a diversos puntos del país, muchos de ellos ubicados en medio de zonas rurales. El paisaje natural o el campo dominan el entorno y las obras del hombre resaltan con mayor nitidez. Llama la atención que muchas de esas obras, fundamentalmente caminos y puentes, llamados a mejorar la conectividad de esos rincones, sean tan poco sensibles al marco natural en el que se desarrollan, imponiendo a un paisaje frágil los innecesarios estándares de caminos de alto tráfico o de autopistas.
Por más de 40 o 50 años, el acceso a un sureño pueblo de la ahora Región de Los Ríos, la ciudad de Río Bueno, tenía su entrada por medio de un delicado puente con arcos de hormigón, que se ubicaba a altura media del cajón del río, con el objeto de simplificar la obra y tener apoyos fuera del cauce. Su mayor problema era su estrechez, que no permitía el tráfico bidireccional.
Hoy se construye un nuevo acceso; un puente bidireccional que ciertamente cumple con todos los estándares de seguridad y diseño vial que le son aplicables, pero que visto desde el antiguo puente, aparece como sobredimensionado y ajeno al lugar. Sus pilares de apoyo nacen justo desde el cauce mismo, con el riesgo que este gran río los pueda eventualmente socavar. Sus apoyos tienen ahora casi 40 metros de altura para tener un puente perfectamente horizontal, complejizando la estructura final.
Si pudiésemos recorrer Chile, probablemente nos encontraríamos con otros casos similares. Este es el caso del camino en torno al Lago Ranco, que como parte de la Ruta de los Inter Lagos, está siendo intervenido en todos los tramos que aún eran de tierra. Este camino, que recorre como circuito escénico la totalidad del borde lacustre, está lejos de ser un “camino de punto a punto” que requiera de altos estándares de velocidad u otro que se le parezca. Por el contrario, mientras menor la velocidad más seguro y más fiel a su naturaleza escénica. Con sorpresa, las obras de mejoramiento y pavimentación irrumpen con desmontes de cerros, ensanches, rellenos, dinamitado de roca, corte de especies nativas, intervención de cauces prístinos, vertidos de material a la cuenca del lago y, en general, un estándar y obras ajenos a lo que era y debió ser este camino.
Que no se entienda que el fondo de esta opinión es desmerecer el mejoramiento de nuestros estándares de conectividad ni proponer soluciones por bajo la seguridad necesaria para los usuarios. El punto es que las cosas se podrían hacer mucho mejor, incluso con menos recursos, asegurando obras civiles menos costosas y a la vez mejor insertas en su entorno.
Estamos muy pendientes de las grandes obras de infraestructura, como el Puente Chacao o las Autopistas Urbanas de Santiago; sin embargo, infinidad de obras medianas y pequeñas se construyen a lo largo de todo Chile modificando invariablemente nuestro paisaje. Así como se pide más voz y autonomía para las comunidades locales, es urgente el ajuste de las obras y estándares de las infraestructuras a las realidades locales. Quizás 15 metros de ancho para un camino convencional es el “mínimo”, pero para una ruta escénica de lago puede convertirse en matar su atractivo e identidad.
Julio Poblete
Arquitecto