“No sé si yo sea un entrevistado muy interesante. No soy polémico y soy bien fiel a la Iglesia”, parte aclarando Osvaldo Fernández de Castro. “Pero pregúntame lo que quieras”, dice después.
¿Qué significa ser fiel a la Iglesia estos días?
No significa que todos tenemos que ser o pensar iguales, significa que cuando hay dificultades las vamos a conversar, a arreglar. A veces algunos tienden a sacar las cosas a los medios y eso no ayuda mucho a la unidad. Yo pienso distinto a muchos curas e igual a otros, la diversidad es valiosa, pero me complica que no se acepte que unos tengan otra opinión y se vaya a los medios y se divida. Creo que hay que apuntar a la comunión, a eso me refiero con fidelidad.
Debatir no necesariamente es dividir, ¿o no?
Claro, pero hay debates que excluyen. Por ejemplo, yo estoy en el barrio alto y a veces uno escucha discursos que dejan fuera de la Iglesia a la gente más rica. Todos somos parte: el rico, el pobre, el de derecha, el de izquierda. Si hago un discurso contra los pobres eso no es Iglesia y si es en contra de los ricos, tampoco.
Esta Cuaresma las jerarquías católicas se la han pasado en medio de duras controversias. Primero, por la designación de Juan Barros como obispo en Osorno. Luego, por la desvinculación del sacerdote jesuita Jorge Costadoat como profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Católica.
Osvaldo F. de Castro ha seguido de cerca los dos casos, porque es secretario adjunto de la Conferencia Episcopal, la asamblea que reúne a todos los obispos, y además profesor de la Facultad de Teología de la UC. Este sacerdote de 40 años se ha ido haciendo un lugar en el mundo eclesiástico. En 2012, por ejemplo, organizó una actividad llamada Encuéntrate, algo así como un “Lollapalooza de la Iglesia”, que reunió a cerca de 10 mil personas en el Parque Bicentenario a conversar sobre el momento de la institución, y lo volvió a hacer en 2014. Antes fue párroco en Puente Alto, en Maipú y se fue a estudiar a Barcelona, pero desde hace cuatro años está a cargo de la iglesia de San Juan Apóstol de Vitacura, en Jardín del Este, uno de los barrios más bonitos y caros de Santiago. Un lugar muy activo en que le toca bautizar, casar, confesar o enterrar a gente que conoce desde chico.
Puertas afuera
Él creció en una casa llena de cosas lindas y de libros. Un lugar con flores y música clásica -su papá entre otras cosas fue director del Teatro Municipal- y él mismo tocaba violín. Era un adolescente con amigos y tenía éxito con las mujeres. Pese a que estudiaba en el colegio Tabancura, ligado al Opus Dei, su inquietud religiosa se despertó en la parroquia de Los Castaños en Vitacura, donde estaba Cristóbal Lira, un sacerdote que pertenecía al grupo de la Iglesia del Bosque y que tenía mucho arrastre entre la gente joven. Osvaldo F. de Castro empezó a ir ahí a comienzos de los noventa junto a compañeros de colegio y fue tanto lo que le gustó que en segundo año dejó de estudiar Física en la Universidad de Chile y se fue al seminario para ser sacerdote diocesano. Justo antes de hacerlo, vía Cristóbal Lira, rondó la Iglesia del Bosque y su epicentro, Fernando Karadima. “Pero nunca me vinculé mucho. Siempre fue una relación puertas afuera”.
¿Por qué?
No lo sé. Tal vez… el padre Fernando era bien barrero. Conocía a mi papá de chico y a mí me tenía harta barra y me dio la sensación de que eso me iba a traer conflictos con el resto. Quizás por eso mantuve distancia.
¿Tuviste antecedentes de que había abusos?
No, no era algo que se hablara. El ambiente era muy de sacristía, con mucha gente alrededor y eso era lo que veías cuando participas más de afuera. Hoy puedes reconocer algunas acciones abusivas, que mandaba no sé qué cosa, que tú sí, que tú no. Había una cierta idolatría en torno al padre que no me acomodaba. Tal vez cosas a las que no les ponía nombre y que en ese momento no eras capaz de ver. No teníamos incorporado este chip en nuestra forma de mirar.
¿Qué chip?
El de los abusos, no sólo sexuales, sino de poder. Algunos dicen “yo no vi nada”, pero creo que nuestra obligación era ver que se daba una situación de poder que seguramente no tenía límites y que ese no límite también significa abuso sexual. Abuso de conciencias. De a poco hemos aprendido que no es posible el abuso de poder ni en la Iglesia ni en el mundo político ni en el empresarial.
¿Te da culpa?
Sí, de haber sido ciego y no haber hecho algo. No es suficiente decir que no vi. No estaba tan vinculado, pero me pregunto cómo fui tan tonto de no haber sumado. Tengo el cargo de conciencia y lo aplico a los otros curas también, independiente de que después hayan reconocido y cambiado, lo que es valioso.
Entre los que ocupaban un lugar destacado en el Bosque estaba el recién designado obispo de Osorno, Juan Barros, uno de los acusados por Juan Carlos Cruz de encubrir los abusos de Karadima, por lo que asumió entre protestas de la comunidad. “Cuando él dice que no vio los abusos, le creo. Y cuando Juan Carlos Cruz dice que los veía, curiosamente también tiene razón. No son verdades opuestas, aunque parezca raro. Tal vez pasaban cosas de las que no nos dábamos cuenta, se cruzan dos verdades parciales. Pero para mí el ‘no vi nada’ no es suficiente. La obligación de un cura y de un obispo es estar mucho más atento”.
¿Crees que debió haber sido nombrado en Osorno?
Como dijo el vocero de la Conferencia Episcopal, estamos perplejos. El Papa designa y uno obedece, pero estamos perplejos no sólo por el nombramiento, sino también por lo que produce. Hay una reacción de la sociedad que es importante escuchar y creo que no supimos hacerlo.
¿Te sorprende que haya gente que se haya indignado?
No. Me deja perplejo que pareciera que la voz de la jerarquía está en cero sintonía con la sociedad. En la Iglesia a empujones hemos ido avanzando y dando pasos importantes en la escucha. El papa Francisco ha ayudado mucho en este diálogo, a la apertura de la Iglesia al mundo. En este caso me deja perplejo el cortocircuito que se produjo. (…)Debimos preocuparnos más de escuchar a la sociedad y a partir de eso discernir qué hacer. No es mucho lo que podíamos hacer frente a un nombramiento que viene de la Santa Sede, pero nos faltó aprender de eso, quizás hasta la misma Santa Sede le faltó hacerlo.
¿Qué podría haber hecho Juan Barros?
A Juan Barros lo nombran y lo ponen en un callejón sin salida. Pero la solución siempre estuvo en sus manos: la renuncia era una posibilidad. Él consideró que no era necesario, lo tomó como fidelidad al Papa, creo yo. Y yo pienso que va a ir conquistando a la gente. Me gustaría estar cerca de él y ayudarlo de alguna forma. Pero estaba la posibilidad de la renuncia.
El caso de Jorge Costadoat, el sacerdote jesuita al que no se le renovó el permiso para seguir haciendo clases en la Universidad Católica por “falencias en su quehacer teológico y docente”, le parece en cambio más artificial. “No es un tema del último mes, el cardenal viene conversando con él hace tiempo. Es profesor, ha hecho cosas buenas y tiene un centro de investigación interesante. El cardenal le dio una misión canónica para que hiciera clases por un periodo bajo algunas condiciones. Me imagino que al arzobispo también le exigen desde la Santa Sede, supongo que le dicen atento, este profesor está escribiendo ciertas cosas en el diario. Y el cardenal se ve en la obligación de decir ‘señor Costadoat, no puede seguir en las clases, sí en el centro de investigación’. Nadie tiene derecho a su trabajo y todos estamos siendo siempre evaluados. No lo veo más complejo que eso, pero sí me complica ir a dar la pelea a través de la prensa de por qué me sacaron. Te sacaron porque no estaban contentos con el trabajo que estabas haciendo. Como a cualquiera.”
Los profesores de la universidad han protestado por la medida.
Algunos. También han salido cartas a favor del cardenal. ¿Sabes la sensación que tengo? Tú eres libre de decir o hacer cosas, pero éstas traen consecuencias y hay que asumirlas. Lo que me parece raro es que algunos piensen que pueden decir lo que quieran y no los pueden sacar ni decirles nada.
Arriba
¿Cómo es ser un sacerdote de 40 años ahora?
Cada vez que aparece una denuncia, un caso, una controversia nueva, se te parte el corazón. Uno no se ordenó sacerdote para esto. Uno se ordenó para evangelizar, llegar al corazón de las personas, ayudarlas para que puedan ser felices y uno también ser feliz. Por un lado tenemos toda esta experiencia difícil de iglesia y por otra la del día a día, que es preciosa: la misa, las confesiones, acompañar al que sufre. Eso no es lo que hoy somos de capaces demostrar a la sociedad. Uno tiene una fuente de vida preciosa en el ejercicio y por eso reafirmo totalmente mi ministerio. Pero creo que todas estas situaciones se nos presentan como un desafío. La sociedad está cambiando. Y la Iglesia es parte de esta sociedad. Hay cosas que nos cuesta comprender, otras veces nos cuesta dialogar. A algunas situaciones llegamos tarde. Estamos en camino, avanzando con los tiempos.
¿Es más fácil estar aquí en Vitacura que en un barrio más pobre?
Creo que es más difícil. No es fácil ser cura acá arriba, no lo es en ninguna parte, la gente en todas partes trata de estrujarte y sacar todo lo que pueda. La renuncia de uno y el cansancio es grande. A veces te sientes utilizado. Uno trata de ser servicial, acoger, pero, aunque la gente se acerca con muy buena intención, hay oportunidades en que no entiende que hay otros compromisos, otras personas, que doy clases. Quieren que el funeral sea cuando ellos quieren y si no es así, es que la Iglesia no los comprende o les cierra las puertas. O llegan en cualquier momento para que los confieses porque se van de viaje. Queda muy poco tiempo para uno. A veces te sientes un poco usado.
La elite chilena está muy cuestionada. ¿Qué ves tú que trabajas con ella?
Es un tema transversal, no de una elite, no es sólo la eclesial o la política. Todos los que tenemos cuotas de poder estamos viviendo un cambio cultural. La gente, en parte gracias a las redes, tiene un acceso distinto a la información y a dar su opinión y hay que considerar eso. Antes se decidían cosas entre tres o cuatro paredes, pero no se puede ni sirve seguir funcionando así. Hay que escuchar amistosamente a la sociedad.