Pablo Simonetti cruza la sala de su departamento en el barrio El Golf. Es un frío sábado de septiembre. Desde su piso moderno y elegante tiene una vista panorámica de la cordillera. Regresa con un cuaderno de hojas amarillas, un tesoro personal: el álbum de su infancia que conservaba su madre, la paisajista Eliana Borgheresi. Lo abre y entre las anotaciones que ella hizo sobre él, lee: "Le encanta acompañarme a los jardines y quiere mucho las plantas. Muchas veces se acerca a mí y muy disimuladamente me dice: 'Le sugiero cotoneaster' cuando siente que comentamos qué planta colocar". A los siete años, el escritor ya era todo un jardinero.
El menor de los hermanos Simonetti Borgheresi creció apegado a su madre y a su mundo de plantas y flores. Hoy, con casi 53 años, vuelve sobre esos recuerdos al hablar de jardín, su nueva novela.
Es el segundo libro que publica tras dejar la dirección ejecutiva de la Fundación Iguales. El año pasado lanzó La soberbia juventud, una novela cruzada de referencias literarias y personales: la historia de un joven de clase alta al que le cuesta vivir su homosexualidad. Cuando preparaba el lanzamiento, recibió un llamado. Un amigo le decía: "Están echando abajo la casa de tu infancia".
Esa misma noche otro amigo le habló de El jardín de los cerezos, de Chéjov, donde una familia pierde la plantación de cerezos por malos manejos económicos. Una discusión con uno de sus hermanos en esos días encendió la mecha: ya tenía una nueva novela.
Esos tres factores le hicieron revivir un episodio familiar: "La venta de la casa familiar por una oferta inmobiliaria hostil. Compraron el barrio completo donde vivía mi madre. Ella tenía un jardín maravilloso; a ninguno de nosotros se nos hubiera ocurrido que ella dejara su jardín, pero las circunstancias eran acuciantes. Ese fue el destello inicial".
En la novela, Luisa Barbaglia es viuda y vive dedicada a su jardín. Los hijos tienen vidas independientes. Pero llega la oferta por la casa. Los hermanos Onetto Barbaglia discuten: Carlos, el mayor, cree que hay que vender; Juan, el menor, no está seguro. Finalmente, ella acepta y busca un departamento, donde en teoría estará más segura. Pero no quiere dejar el jardín. Entonces comienza el triste proceso de desmantelarlo, planta por planta, para regalarlas a sus hijos.
La imagen del jardín tiene muchas resonancias. Funciona en varios sentidos.
El jardín es la metáfora de tu lugar en el mundo. Un jardín es un lugar que debes cuidar, dedicarte, a veces podar, desmalezar. También es un lugar donde paseas, pasas tiempo de contemplación. Tiene mucho de representación de tu identidad. Si yo pudiera clasificarme, sería un escritor de la identidad. En la novela hablo también de un jardín bien enraizado, como una vida, puede dar lugar a recuerdos luminosos como las flores. Un árbol mecido por el viento es una imagen leve, pero cuando lo desarraigas se transforma en algo pesado.
Ahí está el conflicto de la novela..
El arraigo es algo que el ser humano alcanzó y ahora hay una nueva etapa donde el capitalismo vuelve el arraigo dinero. Y ahí hay algo antagónico: buscamos el arraigo, queremos nuestros lugares, y después viene la amenaza de la retroexcavadora. Es quizás la metáfora más fuerte de lo que nos ocurre hoy: una vida bien arraigada da la sensación de una planta firme, que florece, sobre todo en la vejez; pero cuando la desarraigas, presionado por la situación económica o el mercado, esas vidas se convierten en algo cavernoso, pesado.
La novela está dedicada a su madre, por...
"Por haberme regalado un jardín para vivir". En algún minuto mi madre tuvo problemas con mi identidad y así y todo le reconozco a ella gran parte del regalo que significa mi identidad en la vida. Mucho de lo que soy se lo debo a ella, sobre todo el mundo literario, artístico; es como una mirada sobre la vida que va más allá de lo práctico: es la vida vista como un macizo de flores. Llegar a este momento y sentirme contento con lo que soy y lo que hago, y el lugar en el mundo que tengo... Este escritorio y el que tengo en la playa cerca del mar es mi mejor lugar, mi jardín. Es un lugar interior.
Pero, además, su madre le dejó sus plantas, ¿no?
Me heredó plantas de su jardín, el proceso que vemos en la novela, que fue muy doloroso. En el jardín que tengo cerca del mar hay plantas que me dejó y siento que ese jardín me lo regaló ella, porque me regaló el amor por esas plantas. El jardín es una preocupación constante en mi vida y una alegría al mismo tiempo. Ella está ahí. Y cuando yo estoy en ese jardín, es cuando escribo mis novelas. Mis estados de inspiración ocurren en ese lugar. Ahí está la presencia de mi madre y esa compañía me apacigua en el resto de las dimensiones angustiantes de la vida. Es un jardín físico y también emocional.
¿Qué lo mueve a compartir esta historia personal?
Hay situaciones en la vida que uno dice, ¿por qué pasó esto? No es culpa, porque finalmente la que tomó las decisiones fue mi madre, pero por qué como familia nos ocurrió lo que ocurrió... Después de escribir la novela aparecen preguntas eternas, como que hay cosas no transables, el valor del arraigo, el capitalismo desarraigando la vida familiar. No hemos encontrado aún una alternativa al capitalismo, pero debe tener límites. Siempre se ha visto como una discusión entre lo privado y lo público. Pero acá es el capitalismo contra lo verdaderamente privado: la intimidad.
Más allá de la casa, la amenaza es a la vida de la madre.
Es la amenaza a su identidad. La amenaza inmobiliaria afecta los barrios y estos pierden su identidad y su memoria. El tema de la conservación de los barrios está en la discusión hoy, pero no se ha hablado que eso también ayuda a conservar la identidad de las familias y de las personas.
Diez años
Pablo Simonetti fue un niño retraído que encontró en el jardín de su casa un espacio de libertad. Su madre escribió libros de jardinería y él estuvo muy cerca de ella en esos años. Después, cuando él publicó Vidas vulnerables, su primer libro, ella le regaló el álbum de infancia que había conservado. A su muerte, él escribió Madre que estás en los cielos, novela que lo convirtió en uno de los autores más leídos del país.
Sus libros exploran en su biografía, ¿continuará en ese camino?
Cuando uno se ha engañado a sí mismo, como me ocurrió en la adolescencia y juventud, cuando escondí al Pablo gay, el espacio personal es un espacio de conocimiento y de verdad literaria gigantesco. Me gusta hablar de lugares que conozco o experiencias que he vivido, porque uno puede agregar valor a esas vivencias... Para escribir necesito una certeza emocional: es esa descarga de imágenes iniciales que tú sabes que va a permanecer contigo todo el tiempo necesario para escribir una novela y eso requiere una fuente emocional.
El escritor español Luis G. Martín lo llamó "arqueólogo del corazón...".
Mi manera de narrar es la indagación sicológica y emotiva de los personajes. Eso requiere un componente personal.
Han pasado 10 años desde Madre qué estás en los cielos, ¿qué ha ganado, qué ha perdido desde entonces?
Me siento contento, agradecido, privilegiado. Haber creado una relación con los lectores es un gran privilegio. Escribo de lo que quiero, no estoy preocupado de modas ni de críticos. Escribo lo que me nace del alma. No tengo un tipo de lector. Escribo para mí, de lo que me gusta y me motiva. No tengo ningún tipo de servidumbre. Madre que estás en los cielos me liberó. Como escritor he adquirido más herramientas. Al principio sentía que podía escribir como podía, ahora siento que puedo escribir como quiero... Pero nada se compara con la emoción de esa primera novela. La emoción de terminarla, de publicarla. Cuando recibí el primer ejemplar, yo temblaba. Eso quizás lo he perdido. Pero Madre me dio un jardín literario para vivir.