A James Joseph Bulger Jr. le hubiera gustado que lo llamaran por su nombre, pero de joven se tuvo que conformar con "Whitey" ("blanquito" o "blancucho"), el apodo que los policías de Boston le dieron por su pelo platino. Probablemente era el mejor alias para el futuro jefe del crimen organizado del sur de Boston, hijo del esforzado estibador de origen irlandés James Joseph Bulger Sr y hermano mayor del respetable senador William "Billy" Michael Bulger.
Así como Billy Bulger siempre intuyó que las buenas calificaciones estudiantiles y la verborragia lo llevarían a ser presidente del Senado de Massachusetts, el salvaje Whitey jamás sospechó que primero se convertiría en una suerte de Robin Hood urbano y, tras varios años de asesinatos, lavado de dinero y extorsiones múltiples, en el hombre más buscado por el FBI después de Osama Bin Laden. Del primero se conoce su burocrático paso por la política, pero del segundo se cuenta hasta hoy la leyenda.
La película Pacto criminal, de Scott Cooper, es la puesta en escena de la vida de Whitey Bulger, un personaje del que existen reportajes, libros y documentales al por mayor y que, a sus 86 años, cumple dos cadenas perpetuas en la cárcel de Coleman (Florida). Uno de los más recientes filmes de no ficción sobre él es Whitey: United States of America vs. James J. Bulger, obra de Joe Berlinger (Los tres de West Memphis), que se acaba de añadir a la parrilla de Netflix en sincronía con el estreno fílmico de Pacto criminal, en que Johnny Depp se coloca en la piel del violento gran jefe hampón. La cinta se basa en el libro ganador del Pulitzer Black Mass, de los periodistas Gerard O'Neill y Dick Lehr, y en Chile se estrena el próximo jueves, sólo un mes después que en Estados Unidos, donde las críticas la bendijeron en los albores de la temporada de Oscar.
En el rol de James "Whitey" Bulger, Depp se sale del molde que lo viene encasillando como bufón desde los tiempos de Piratas del Caribe y entra a jugar con autoridad en el territorio de los rectores del crimen: cabello rubio, gomina abundante, sienes pronunciadas, calvicie inminente, ojos azules, lentes oscuro, chaqueta de cuero, sangre fría, mente clara. Los ingredientes externos de su composición actoral van a la par con la internalización de un villano de contornos fantasmagóricos, sigiloso cocodrilo al acecho, alguien de pocas palabras y brutales acciones.
Para entender su caracterización hay que tener en cuenta un dato: hace una década, Jack Nicholson encarnó con desbordado histrionismo en Los infiltrados de Martin Scorsese a Frank Costello, mafioso directamente inspirado en Whitey Bulger. Lo de Depp parece minimalismo al lado de su colega.
El código irlandés
El director Scott Cooper (interesante retratista de la América blanca pobre, responsable antes de Loco corazón con Jeff Bridges) cuenta en rigor los últimos 40 años en la vida de Bulger. Establece una propuesta en tres actos que se articulan en torno a 1975, cuando el mafioso se convierte en informante del FBI; en 1981, cuando ya no le quedan rivales en la ciudad; y en 1985, cuando un fiscal con mano de hierro empieza a desbaratar el tinglado corrupto que mantiene con sus amigos policías.
La película es un producto de Warner, la clásica compañía de los gángsters en los 30 con Enemigo público número 1 (con James Cagney) y El pequeño César (con Edward G. Robinson) y la que posibilitó los dos más célebres filmes de mafiosos de Scorsese: Buenos muchachos y Los infiltrados.
Como en ese último, aquí estamos en Boston, tierra de irlandeses, pero también de italianos. Los primeros son gobernados por James Whitey Bulger, bandido local al que no le tiembla la mano a la hora de disparar a quemarropa y quien tampoco titubea en contratar como lugartenientes a dos italianos. Los hijos de la Cosa Nostra, sin embargo, están creciendo, saliendo del norte de Boston y a Bulger no le viene mal una propuesta imposible de rechazar.
La oferta viene del otro lado del campo de batalla, concretamente de John Connolly (Joel Edgerton), un viejo conocido del barrio que ahora es agente del FBI y quien, con una ambición peligrosa, elabora un plan para liquidar varios gángsters de alto nivel: le propone a Whitey que sea un informante privilegiado de las actividades que realizan los italianos a cambio de inmunidad. La única condición para que Bulger siga viviendo de sus beneficios criminales es que no mate a nadie. Ambas partes, teóricamente, saldrán ganando: el FBI descabezará a los principales jefes del crimen organizado ítaloamericano y Whitey ampliará su campo de acción, ya casi sin enemigos en el barrio.
Las semillas de maldad (y Whitey era una de ellas) nunca respetan los acuerdos y en algún momento al propio Connolly se le va de las manos la "colaboración" con su conocido de infancia. Es más, Connolly muta levemente de agente del FBI a uno más en el clan de los irlandeses. La justicia norteamericana y, en particular, el fiscal Fred Wyshak (Corey Stoll), sospechan demasiado de Connolly y van tras su pista y la de Whitey Bulger.
Desde ese momento, los días de informante del jefe criminal están contados y, probando una sagacidad ilimitada, se escapa de las manos de la policía. Pasará prófugo durante 16 años, 12 de ellos en la lista de los 10 más buscados por el FBI. Finalmente, en junio del 2011, lo arrestan a las puertas de su casa de Santa Monica (California). Hasta hoy, condenado a pasar el resto de su existencia tras las rejas, Whitey dice que nunca informó a nadie, que no es un soplón y que, por el contrario, él era el que le pagaba al FBI para que no se metiera en sus asuntos.
Con una sangre fría que parece salida de la ultratumba en comparación a la clásica familia de la Cosa Nostra siciliana, el hampa irlandesa es un particular imperio de personajes. Whitey está lejos de ser el último. Frank Sheeran, el líder sindical vinculado a la familia Bufalino que supuestamente mató a Jimmy Hoffa, es otro de ellos. Martin Scorsese acaba de anunciar una nueva colaboración con Robert De Niro, ahora en la piel de Sheeran. El nombre de la película es simple: El irlandés.