Genial y novedoso, arrogante, provocador y amigo de los excesos, Paul Gauguin tuvo todo lo que necesita un artista de hoy para ser estrella mediática y ganar el reconocimiento del mercado. Pero, como hombre del siglo XIX, Gauguin terminó sus días en la pobreza. Ciento siete años después de su muerte, la Tate Modern Gallery de Londres, el museo de arte moderno más concurrido del planeta, le dedica una enorme retrospectiva que, según los pronósticos, batirá los récords de visitantes de la historia de la galería.
La muestra Gauguin, creador de mitos (que estará hasta el 16 de enero) reúne más de 100 obras, entre pinturas, dibujos, esculturas y maderas talladas, venidas de distintas partes del mundo para explorar diversos aspectos del artista francés: lo muestra como al hombre cultor de su propia figura que se sobreexpone desde distintos autorretratos; como el pintor que se vale del impresionismo y luego corta con él; como al buscador del paraíso perdido que abandona su vida urbana en Francia para instalarse en la naturaleza de la Polinesia, y en los paisajes y mujeres que esta tiene para ofrecer.
Pintor de sensaciones y reconocido por simplificar los modos de expresión, Eugène Henri Paul Gauguin (1848-1903) pasó los primeros años de su vida en Perú, tierra de su abuela Flora Tristán (pionera del feminismo moderno), donde sus padres se exiliaron tras la llegada de Napoleón III. De vuelta en Francia, se enroló en la marina y a los 22 años comenzó una carrera auspiciosa como corredor de Bolsa, que le permitía vivir holgadamente con su mujer e hijos.
La pintura fue al principio un hobby de domingo para Gauguin. Pronto Camille Pissarro se transformó en su maestro y lo conectó con la vanguardia artística: en 1879, él y Edgar Degas lo invitaron a exponer con los impresionistas, algo que haría también durante los tres años siguientes.
El crash bancario de 1882 le dio a Gauguin el empujón que esperaba para transformarse en pintor full-time. Pero sus obras no se vendían bien, su buen pasar económico se transformó en un recuerdo y su mujer decidió volver a Dinamarca, su país de origen, con sus cinco hijos. El artista los acompañó, pero a los dos años volvió solo a París.
Luego de pasar un tiempo en Bretaña, región francesa donde Gauguin aseguraba ser "reputado como el mejor pintor", y tras abandonar París, "una ciudad cara para un pobre hombre", el artista partió rumbo a Panamá y Martinica,para "vivir la vida de un nativo".
Durante la estadía enfermó de malaria y disentería. Su estado de salud le permitió producir poco, pero fue allí donde nació el Gauguin más reconocido: el artista de lo salvaje. Las pinturas de ese período lo contactaron con el marchante Theo van Gogh y su hermano Vincent, con quien comenzó una intensa relación que incluyó una convivencia artística que terminó mal: tras una pelea, Vincent van Gogh amenazó de muerte a Gauguin y luego se cortó la oreja. "Vincent y yo no coincidimos en mucho, sobre todo no acordamos en pintura... El es romántico, mientras que yo me inclino más por un estado primitivo", escribió Gauguin en 1888, dos meses después del episodio.
En 1891 comenzó la última etapa de la producción de Gauguin, quizás la más conocida y rupturista, cuando el pintor se embarcó rumbo a Tahití en busca de un contacto más fuerte y directo con la naturaleza. El artista se desilusionó por la occidentalización en la isla, pero se fascinó ante el contacto con lo otro y en su obra exaltó la vida en la naturaleza.
Para ese tiempo, Gauguin ya estaba lejos de los impresionistas. Aunque Gauguin se inspiraba en la naturaleza, era un pintor de estudio, lugar de imaginación y creatividad, que trabajaba en dos dimensiones: una vinculada a la "realidad" y una más oscura y espiritual. Entre las obsesiones de sus obras estaban las mujeres, sobre todo las tahitianas; una preocupación por lo sagrado, pese a su disputa con la Iglesia, y una búsqueda de volver extraño lo familiar.
Luego de dos años y sin un peso, Gauguin volvió a París esperando ser recibido como un héroe. La crítica habló bien de sus trabajos y vendió algunos cuadros, pero siguió sin lograr la consagración que esperaba.
Las historias de sus borracheras, peleas y proezas sexuales lo consagraron como un rebelde. En Francia, donde su pareja era una adolescente que le servía de modelo, le diagnosticaron la sífilis de la que moriría.
En 1895, Gauguin dejó Francia por última vez para volver a Tahití. En la pobreza, afectado por su enfermedad y furioso y decepcionado por el avance irrefrenable de lo occidental, el artista vivió años oscuros. En 1898, luego de completar su pintura más grande -¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Dónde vamos?- habría intentado suicidarse con arsénico. "Perdí todas las razones morales para vivir", decía en una carta.
Mientras sus protestas contra la colonia aumentaban, y sus proclamas para no pagar impuestos le valían juicios y multas, tuvo dos hijos de diferentes amantes y su frágil situación económica lo obligó a trabajar como empleado. "No estoy vencido aún. ¿El indio que sonríe bajo la tortura está derrotado? Ninguna duda, el salvaje es mejor que nosotros y yo soy un salvaje".
Trepado a su mala fama, peleado con las autoridades coloniales y la Iglesia, herido de muerte por sus enfermedades e instalado en las Islas Marquesas, decidió clavar un cartel en la puerta de su casa que decía "Casa del placer". Una frase que contrastaba con sus padecimientos en 1901, pero que no por eso dejó de ser una expresión de los deseos y excesos que dominaron su vida, y uno de los últimos actos de rebeldía del hombre que nació antes de tiempo.