"Al parecer Seaquist era como un Rimbaud chileno, así es que sólo puedo imaginarme cómo serán sus cuentos. Alguien me comentó que vive en Berlín o que se suicidó en Berlín hace poco", escribió en un blog literario, en mayo de 2010, una tal Lara. Allí, un grupo de personas comentaba un poema de Paul Seaquist y especulaban sobre la vida de este personaje que desapareció después de publicar el poemario Silencios, en 1997, y un libro de cuentos, Cartagena, un par de años después.
No es tan extraña la teoría del suicidio en el caso de artistas escurridizos o atormentados. Pero si se trata de un empresario, es más raro. En realidad, el misterioso Seaquist se fue a Berlín después de buscar su camino en Chile y no encontrarlo. Hoy pasa el año viajando entre Europa, Japón, Nueva York y Dubai. Es uno de los empresarios de ballet más conocidos de Europa, y el primero que creó una agencia especializada en representar a los bailarines y coreógrafos más importantes del mundo.
Su flechazo con el ballet ocurrió en el Teatro Cariola, cuando tenía ocho años. Su madre lo llevó a ver bailar a una compañera de colegio. Salió tan fascinado que le pidió tomar clases de ballet. Cuando ella le dijo que tendría que consultarle a su padre, Paul se extrañó. ¿Por qué conversarlo?, ¿qué tenía de malo hacer algo tan bello? Sus padres lo aceptaron felices. Sus compañeros de curso, no. Se burlaron tanto de él que dejó de bailar. A los 16 volvió a la danza, asistiendo a las clases de Ivan Nagy, en el Municipal. Nagy le ofreció un contrato como cuerpo de baile porque, según le dijo, no tenía madera de primer bailarín. Con el corazón roto, Paul Seaquist se alejó de la danza, pero sólo por un tiempo.
Mánager por accidente
Seaquist se fue a la Universidad de Yale a estudiar literatura, su otra pasión. En Chile, la Editorial Universitaria publicó Silencios. Después vino Cartagena, que se editó cuando Seaquist estaba terminando la carrera. En 2001 escribió una novela de 500 páginas, Hombre llorando sin pañuelo. Nadie la quiso publicar.
Poco después, Seaquist viajó a Suiza a ver a su hermano. Fue como periodista freelance al Prix de Lausanne. De improviso le pidieron que hiciera de intérprete para la bailarina brasileña que ganó la competencia. "Los directores de las compañías más importantes del mundo se acercaban a mí para ofrecerle cosas, y ahí estaba yo negociándole un contrato con el Boston Ballet. Entonces lo supe. Esa sería mi forma de volver", cuenta desde Tokio, con un jet lag que le permite conversar sobre su vida y el mundo del ballet a las tres de la madrugada.
Ballet y Rolling Stones
La primera reunión de negocios de Seaquist fue en Nueva York con Vladimir Malakhov, a quien recién le habían dado la dirección artística de la Opera de Viena. Allí, el chileno le vendió al ex primer bailarín del American Ballet Theatre un libreto titulado Le cirque, ballet para la Sinfonía fantástica de Berlioz. "El ballet no se hizo, pero nació una bonita amistad y luego me transformé en su mánager".
Ese pequeño triunfo lo animó a instalarse en Berlín. Antes de irse, en 2002, se reunió con el chileno César Morales. "Le propuse ayudarlo a ser una estrella del ballet mundial. Quedó impresionado. Cuando se fue a Europa le conseguí contrato como primer solista en el English National Ballet y como bailarín invitado a la Opera de Viena, donde han bailado Nureyev y Malakhov. Después cortamos nuestra relación profesional. César se enamoró y prefería pasar más tiempo con su pareja que viajar entre Londres y Viena. A mí me pareció absurdo, pero le dije que era su vida y que tuviera éxito. Nunca más lo vi. Se quedó en una compañía en Birmingham o no sé dónde".
Después conoció a Aurélie Dupont, étoile (figura más importante) del ballet de la Opera de París. "Cuando se empezó a hablar de este tipo que representaba a bailarines de forma profesional, Aurélie me escribió para que nos reuniéramos en París. Hablamos de negocios en el bar del Ritz, y hoy es una de las estrellas con quien más relación tengo", cuenta Seaquist. También ha representado a figuras como Manuel Legris (Opera de París), Paloma Herrera (American Ballet) y Shoko Nakamura (Staatsballet de Berlín).
Con sus bailarines, Seaquist viaja por el mundo haciendo su Gala de Estrellas. Pero quiere ser más que un mánager: "Me gustaría llegar a ser como Sergei Diaghilev, fundador de los Ballets Rusos de Petipa. El creaba conceptos, unía a músicos y coreógrafos". Seaquist tiene varios proyectos en mente, y uno de ellos involucra a los Rolling Stones. "Lo hablé con su mánager. La idea es hacer un ballet sobre la historia de los Stones, con ellos tocando en vivo. ¿Por qué no unir rock y danza? Me parece genial hacer algo nuevo y, de paso, ganar seguidores para el ballet".
Pensando en su otra pasión, Seaquist propone un final alternativo a su historia: "Lo único que escribo hoy son contratos y cartas. Mi sueño es comprar una casa en la parte francesa de Suiza y terminar mi vida escribiendo. Quiero volver a intentarlo. Voy a escribir".