Ha pasado demasiado tiempo desde que rodaron Gatos viejos. Fue en febrero del 2010, en apenas 15 días, en un departamento frente al cerro Santa Lucía. Luego vino el terremoto. Y después Sebastián Silva viajó a Estados Unidos a desarrollar otros proyectos. Se quedó allá un tiempo, volvió a Chile con el actor Michael Cera y ahora se encuentra filmando en el norte junto a la estrella de Juno.

Pedro Peirano también dejó el país, motivado, entre otras cosas, por una oferta para trabajar en Canana Films, la productora de Gael García Bernal y Diego Luna. Allá escribió la serie El niño santo, que se da con éxito en la televisión mexicana y que lo llevó a instalarse por un tiempo en un sector selvático de México. "Un día escuché gritar unos sapos, estaban medio destrozados, semiengullidos por una serpiente. Yo no sabía que las ranas gritaban", cuenta Peirano, quien está de vuelta temporalmente en el país para participar en el rodaje de la película No, de Pablo Larraín, donde es guionista.

Entre labor y labor, aprovecha de recordar el trabajo en Gatos viejos, película que coescribió y codirigió con Sebastián Silva, y que en 2010 fue elegida por The Wall Street Journal como una de las 10 cintas obligadas para ver en el Festival de Cine de Nueva York, donde también estaban Red social, de David Fincher, y Más allá de la vida, de Clint Eastwood.

Gatos viejos es una auténtica olla a presión: un drama entre cuatro paredes con personajes no demasiado empáticos, que tarde o temprano harán agua por algún lado. La protagonista es Isadora (Bélgica Castro), una viejecilla de 80 y tantos años que convive con Enrique (Alejandro Sieveking), un hombre algo más joven y que no es su esposo ni el padre de su hija Rosario (Claudia Celedón). El par de ancianos convive muy bien con una pareja de gatos gordos, que son definitivamente los únicos compañeros que soportan a esa edad.

El esquema de la rutinaria existencia se rompe cuando entra en escena Rosario (Claudia Celedón), la hija de Isadora, siempre al borde del colapso y cocainómana incurable. Rosario siempre se ha sentido rechazada por su madre -con razones que se irán develando de a poco- y, para colmo de males, llega al departamento acompañada de Hugo (Catalina Saavedra), su pareja lesbiana que habla como hombre y nunca se saca su gorra.

"Nos propusimos evitar presentar la clásica imagen del viejito bueno: el tío inventor, el abuelo sabio, el pobre caballero que babea y está tirado en un rincón. Toda esa basura falsa y caricaturesca que está en el imaginario de todo el mundo: ese es el punto de vista de los otros. Aquí quisimos mostrarlo todo desde la óptica de ellos. Y eso implica exhibirlos en toda su miseria. La octogenaria Isadora se ve como una pobre mujer que apenas mueve las piernas, pero en el fondo esconde un pasado muy oscuro. Seguramente fue una muy mala madre y por eso ahora su hija acumula resentimiento contra ella. Todos los viejos, por muy inocentes que parezcan, tienen un pasado", dice Peirano.

¿A ti siempre te han fascinado los viejos?

Sí. Una de mis películas chilenas favoritas es La luna en el espejo, de Silvio Caiozzi, sobre un anciano postrado en cama. Y en Gatos viejos hay referencias evidentes a ¿Qué pasó con Baby Jane?, terrorífica historia de dos hermanas ancianas, interpretadas por Bette Davis y Joan Crawford. Creo que es una de las mejores cintas de todos los tiempos.

¿Cómo nace esta historia?

Básicamente, porque queríamos trabajar otra vez con Bélgica Castro. Ella había tenido un pequeño papel en La vida me mata y, además, conocíamos el departamento donde vivían ella y Alejandro Sieveking. Nos hablaban de sus gatos, del ascensor defectuoso del departamento y, bueno, con Sebastián (Silva) rápidamente nos dimos cuenta de que se podía hacer una gran película.

¿Fue complicado filmar en el departamento de ellos?

No, pero reconozco que literalmente lo "invadimos". El ascensor lo terminamos de destruir. Llegábamos a las seis de la mañana y estábamos hasta muy tarde. De todas maneras, tratábamos de que no hubiera muchas personas en el set, pero hubo momentos en que había que utilizar más recursos. Por ejemplo, hubo que tirarles aire comprimido a los gatos para que se movieran. Y eso que son los animales de Bélgica y Alejandro, acostumbrados a estar con ellos. No hubo que amaestrarlos ni nada por el estilo.

¿Es difícil trabajar con actores de tan diversas generaciones?

Hay que acomodarse a las diferentes escuelas nomás. Para Bélgica y Alejandro había que entregar todo muy bien escrito. Ellos funcionan así. Claudia y Catalina son diferentes: son capaces de improvisar mucho más. Lo complicado fue filmar las escenas que involucran el agua en la historia: Bélgica Castro tiene un trauma con el agua. Y el problema es que hay una toma fundamental, donde ella debe sumergirse en una gran fuente de agua: mojarse entera, empaparse. Cada miembro del equipo debió meterse en la fuente para mostrarle a ella que no iba a pasar nada. Creo que Bélgica fue muy valiente al hacer esa toma. Fue terrible.