SANTIAGO se ha transformado en una de las ciudades con más perros en el país. En 2012, la Intendencia de Santiago sacó el primer catastro oficial de la población canina que hay en la Región Metropolitana y mostró que había cerca de 500 mil perros deambulando por las calles. De esos, cerca del 80% tiene dueño, pero no son supervisados regularmente y circulan libremente por los espacios públicos. Desde entonces se cree que la cifra no sólo no ha caído, sino que ha aumentado.
Esos quiltros sin supervisión se las tienen que arreglar solos, y desde hace ya varios años que han encontrado en las sedes de distintas universidades comida, casa e incluso amor. Pese a que muchas de estas no reconocen oficialmente que esto ocurre, su circulación adentro ocasiona problemas desde riñas, contagio de infecciones o ataques y mordeduras. Ante eso, en varias universidades, alumnos o funcionarios han creado organizaciones para protegerlos.
Al interior de la Universidad de Santiago de Chile, ubicada en la comuna de Estación Central, viven 98 connotados perros como la Cecilia Bolocco, Elvis Presley o Sandro, que cuentan con el alto auspicio de la Agrupación de Estudiantes por la Defensa Animal (AEDA). Esta organización ya viene funcionando hace más de 15 años y surgió tras una matanza de perros que se produjo en el verano de 1998. Alumnos impactados crearon esta instancia para asistirlos y buscar otro tipo de solución a la sobrepoblación canina: "El objetivo es darles tratamiento veterinario a los animales que deambulan por el campus y que tienen ciertas enfermedades que pueden ser peligrosas para las personas", cuenta el coordinador, José Delgado, estudiante de segundo año de gestión en información en la Universidad Alberto Hurtado, quien se unió a las filas de AEDA cuando aún cursaba la educación media. El año pasado lograron dar en adopción a 41 canes (adultos y cachorros) y esterilizaron a 50 machos y hembras. "La idea de nuestra agrupación es controlar la población de perros de la manera más ética y darles una segunda oportunidad con un hogar", sostiene Delgado.
En el campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile desde hace 12 años existe Guauhaus, grupo conformado por estudiantes de las facultades de Ciencias, Artes y Ciencias Sociales, que actualmente asiste a 17 perros. La agrupación no recoge perros vagos, sino que tratan de hacerse cargo de los que ya viven o se han instalado en el sector: los alimentan, les dan agua, bañan a los que decidieron revolcarse en la inmundicia del mechoneo y sobre todo les buscan dueño. Mientras, en el campus Antumapu, el más grande de la Universidad de Chile, ubicado en La Pintana, y donde están instaladas carreras como Medicina Veterinaria, Agronomía e Ingeniería Forestal, no es raro que llegue gente a abandonar perros. Por eso, desde 2004 existen los Estudiantes por la Protección Animal (EPA), que defiende a los cerca de 150 animales que habitan el sector. Actualmente tiene 40 voluntarios y recientemente obtuvo el Premio Azul a la Creatividad Estudiantil que entrega la universidad, parte de cuyos fondos serán destinados a esterilizar a 16 de los canes que tienen a su cuidado.
El Campus San Joaquín de la Universidad Católica también se ha convertido en un destino de perros vagos y hace cinco años nació Animalia UC, organización que hace operativos veterinarios anuales y charlas sobre tenencia responsable. Cuentan con 50 voluntarios activos, que están a cargo de 40 canes. "Nosotros tenemos un plazo de dos semanas, en las que si el perro se mantiene al interior del campus se vacuna, desparasita y queda en la lista para esterilización", dice Daniela Covarrubias, estudiante de cuarto año de College de Artes y Humanidades y coordinadora general. Animalia es popular, y la prueba es que obtuvo por segundo año consecutivo el Presupuesto Participativo, instancia propiciada por la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC), en la que los alumnos votan por el proyecto que más se acerca a sus intereses. En este caso, la agrupación obtuvo más de un millón y medio de pesos y, además, recientemente consiguió que una marca de comida para perros les donara 500 kilos de alimentos al mes.
Chocolate y Pirinola son dos perros café que llegaron hace cinco años a la Universidad Bernardo O'Higgins, a pasos del metro Rondizzoni. Al principio eran más bien tímidos, pero ya se sienten como en su casa. Con el tiempo, los cuidadores del recinto decidieron adoptarlos: actualmente tienen todas las vacunas al día, reciben numerosos cariños y cuidados. "Si bien yo me hago cargo de los aspectos de salud y controles veterinarios, todo el campus les brinda afecto. Son mascotas de todos y pertenecen a la UBO", afirma la profesora y decana de la Facultad de Educación, Ana Arellano.
El caso de los dos perros no es la norma, porque si bien es frecuente que lleguen quiltros en busca de comida o abrigo hasta la institución, la mayoría son de tránsito: algunos son adoptados por los propios estudiantes o profesores. O, a veces, los alumnos los fotografían y tratan de encontrarles dueño a través de las redes sociales.
Algo similar a lo que ocurre en la Casona de Las Condes de la Universidad Andrés Bello. Allí se encuentran Amarillo, Cabezón y Almendra. Llegaron en 2009 y se instalaron en la parte de seguridad y control del lugar. Luis Olmos, encargado de turno, presume que su llegada se produjo a raíz de los eventos y matrimonios que se organizan en el lugar. "Quizás por el olor comenzaron a llegar...", dice.
Sin embargo, en general, todos estos casos siguen siendo medidas paliativas para un problema de gran alcance que es el de los perros abandonados y sin supervisión. En las universidades, con o sin organizaciones para ayudarlos, hacen mucho énfasis en que no son lugares para ir a dejar ni a "botar" perros, sino que sencillamente se están haciendo cargo de una situación que en general es riesgosa para los estudiantes y las personas que trabajan en estos recintos. "Si vienen a botar cachorros a la USACh se pueden morir", recalca Delgado.