A pesar de que durante las últimas décadas el mundo ha experimentado los mayores avances tecnológicos de su historia, y con ello un inimaginado progreso, los seres humanos enfrentamos tres grandes dilemas que han puesto en jaque el futuro de la humanidad.

Primero, nuestra crisis medioambiental. Como planeta estamos consumiendo recursos naturales 35% más rápido de lo que pueden renovarse, lo que en pocos años podría llevarnos a una crisis energética y ecológica irreversible. Además, el calentamiento global se ha convertido en el desafío más importante del siglo.

Segundo, los elevados niveles de pobreza y desigualdad están afectando la crisis de legitimidad de nuestro modelo de desarrollo. Actualmente, cohabitan en la Tierra más de 1.000 millones de pobres.

Por último, las demandas por un mayor progreso material han puesto una presión desgarradora sobre la salud física y mental de la población. Hoy vemos aumentos sin precedentes en las tasas de obesidad, estrés, depresión, suicidios, alcoholismo, drogadicción, ansiedad, y automedicación, entre otras. Chile, por ejemplo, según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), es la segunda nación que más ha aumentado sus tasas de suicidio (55%), superado sólo por Corea. Además, nuestras tasas de depresión y obesidad no están lejos de las de países más enfermos del planeta.

El panorama parece aterrador. ¿Existirá alguna salida? ¡Afortunadamente, sí!

Para las Naciones Unidas, por ejemplo, parte de los problemas actuales se deben a la forma en que hemos venido entendiendo y midiendo nuestro "progreso". Esto, debido a nuestro desmedido afán por promover un crecimiento económico ilimitado en un planeta que, como ya sabemos, posee recursos finitos. Un sistema económico donde su estandarte ha sido por años el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), mientras que el ser humano ha pasado a segundo plano.

Afortunadamente, en los últimos 30 años han surgido voces de prestigiados científicos mundiales (incluidos varios Nobel de Economía) que nos han demostrado que si bien es cierto que el crecimiento económico nos puede llevar a mejorar diversos indicadores de progreso material, para nada se asemeja a un progreso real en la calidad de vida y en el bienestar individual de las naciones. Por lo tanto, el foco de los países debería centrarse en medir y potenciar la felicidad.

A esta tarea gigantesca se ha venido abocando desde hace ya muchos años el Reino de Bután. De hecho, su rey ya en los años 70 declaraba al mundo que para ellos era más importante la Felicidad Interna Bruta (FIB) que el Producto Interno Bruto, por lo que se han abocado a evaluar y a potenciar su FIB, incluyendo indicadores de bienestar sicológico, uso del tiempo, vitalidad comunitaria, diversidad cultural, y sustentabilidad, entre otros.

Siguiendo las recomendaciones de Bután, en 2011, en un hecho histórico, la Asamblea General de las Naciones Unidas -incluido Chile- hizo un llamado formal a la construcción e implementación de este nuevo paradigma de desarrollo basado en la felicidad.

¿Por qué "felicidad"? Porque se ha descubierto que puede ser parte de la solución a estos tres dilemas. Por ejemplo, a nivel individual, las personas más felices poseen menos niveles de ansiedad y depresión, y su sistema inmunológico y su química corporal son más fuertes. Además, a nivel social y planetario, las personas más felices protegen más el medioambiente, ayudan de mejor forma a mantener la paz social, y luchan más por reducir las inequidades y la pobreza.

Para la ONU el desafío es, entonces, cómo incorporar nuevas medidas de bienestar que reflejen un verdadero avance. Medidas que reflejen la calidad de vida de nuestra generación y de las generaciones venideras, y que, por lo tanto, generen los incentivos suficientes para vivir en una sociedad más próspera y más sustentable. De aquí surge la idea de promover un nuevo paradigma de desarrollo basado no en lo material, sino que en la felicidad humana.

Siguiendo esta línea, la ONU le encomendó al mismo Reino de Bután liderar el proceso de implementación de este nuevo modelo de desarrollo. Líderes claves de los países miembros, junto con los más prestigiosos economistas y científicos del mundo, además de representantes de la sociedad civil, y líderes espirituales tienen la tarea de generar las recomendaciones necesarias para implementar este nuevo paradigma a nivel mundial. Paradigma que debe incluir, y medir, al menos cuatro dimensiones complementarias: felicidad y bienestar; uso eficiente de recursos; sustentabilidad ambiental, y justicia y equidad. Juntas, estas cuatro dimensiones ayudarán a orientar las políticas globales hacia una sociedad más feliz, pero también más sustentable.

Las recomendaciones emanadas de este panel de expertos deben darse a conocer en septiembre del 2013 ante la Asamblea General en Nueva York. Desde ese momento comenzará un proceso de discusión acerca de cómo implementar las acciones necesarias para lograr un mundo más feliz y sustentable.

Probablemente lo que están proponiendo la ONU y Bután ha sido uno de los cambios más radicales que el mundo haya experimentado en pos de su florecimiento, y de la disminución de las injusticias, de la miseria y del sufrimiento humano. El llamado es a cambiar el foco. No olvidemos que lo que no se mide no se hace. Pero si comenzamos a medir y a hablar de felicidad (y no solamente de ingresos), comenzaremos a buscarla más decididamente. Y todos sabemos que su búsqueda produce ese círculo virtuoso de paz, sustentabilidad y justicia que el mundo necesita.