El encanto de Pichilemu
En plena primavera, la ruta hasta Pichilemu es una de las más coloridas de la zona central. El camino es verde y frondoso, y la vista se llena con bonitos lomajes floridos y árboles frutales que aparecen por todas partes. Entre Melipilla y Litueche puede aprovechar las paradas en pequeñas localidades donde encontrará empanadas, frutillas, queso y viveros de plantas con buenos precios. Una detención obligada es la sorprendente vista panorámica desde la central Rapel, sobre un mirador emplazado en lo alto del muro de contención, con más de 100 m de altura.
Si el surf no es lo suyo, en Pichilemu hay entretenidos paseos para perderse y pasar el día sin tocar una tabla. El Parque Ross y sus alrededores son de esos lugares imperdibles, que evocan el glamoroso pasado del pueblo, cuando Agustín Ross, acaudalado banquero y diplomático chileno, se propuso en 1885 crear un balneario de estilo europeo: en 300 ha construyó un hotel, el primer casino de juegos de Chile, un parque de longevas palmeras que hoy tienen más de 120 años y un bosque frente al mar, pinos y eucaliptos que cortan el viento y son perfectos para encontrar sombra a metros de la playa.
Eran tiempos en los que llegaba el tren, un ramal que desde 1926 corría desde San Fernando, con 14 estaciones antes de llegar a Pichilemu. Hoy quedan vestigios que merecen una visita: la ex estación es una bonita construcción de madera, en plena calle Aníbal Pinto, declarada monumento nacional en 1994. Hoy funciona como oficina de turismo.
Aquí se respira relajo. Miércoles y sábado por la mañana se instala en el centro una multicolor feria de abastos, que ofrece frutas, verduras y ropa. Los pichileminos se dejan ver haciendo compras y mucha vida social. La vida es lenta, el tiempo corre a la velocidad del pueblo, con vecinos conversando en las veredas y algunos extranjeros, la mayoría de ellos motivados por las olas, haciendo fila en las cocinerías del centro, buscando la mejor empanada de jaiba-queso, el cebiche más fresco o la reineta a la plancha en su punto.
Los tesoros humanos vivos
Para escapar del viento que a ratos azota o simplemente buscar alternativas distintas al clásico paseo de disfrutar el atardecer en Punta de Lobos -con surfistas corriendo olas-, la ruta patrimonial de la sal es un entretenido panorama para conocer algunas de las tradiciones vivas más importantes de la zona. Quince km al sureste de Pichilemu, a través de un bonito camino, ideal para recorrer en auto o bicicleta de montaña, se llega a Cáhuil, un pueblo rural donde sus habitantes mantienen el oficio precolombino de las minas de sal. A orillas del estero Nilahue se distinguen las salinas, pequeñas lagunas de agua dulce que al subir las mareas se cubren de agua de mar.
Los salineros se mueven con agilidad entre las piscinas de agua dulce y salada. Cargan una pala de madera y cosechan por temporadas la apetecida sal de costa. La economía que gira en torno a la sal ha ido creciendo, con pequeños locales que venden sal gourmet, mezclada con hierbas y flores aromáticas, y otras sales para darse un reponedor baño de tina. En la calle principal aún se conserva una impresionante bodega de sal construida en madera. Llegando al estero y bajo el puente, hay puestos de comida chilena, artesanía y sal. Siguiendo por el camino, en una ruta poblada por ciclistas que buscan curvas, subidas y bonitas vistas, está el caserío de La Villa, un encantador lugar con casas que permanecen al paso del tiempo, y donde se puede comprar artesanías y provisiones. Si se anima a hacer toda la travesía en bicicleta, en el centro de Pichilemu encontrará varios locales para arrendar una.
El recorrido patrimonial sigue hasta Ciruelos. No deje de visitar la recién reconstruida parroquia de San Andrés, restaurada luego del terremoto de 2010, y conocida por ser el lugar de bautizo de José María Caro, el primer cardenal de la iglesia católica chilena. Algunos de sus objetos personales se exhiben en el pequeño pero interesante Museo del Niño Rural, además de piezas precolombinas y algunos vestigios del ferrocarril que conectaba San Fernando con Pichilemu.
En las localidades de Copao y Pañul encontrará casas en las que se trabaja y vende artesanía en arcilla, que se extrae y procesa en el lugar. La visita vale la pena por la impresionante vista sobre las quebradas y los bosques que se distinguen en esta época. Todos estos pueblos, además de Barrancas y el molino de agua de Rodeíllo, pueden conocerse con las guías que propone la red de turismo rural El Encanto. También ofrecen almuerzos campesinos en el rancho El Bronce y visitas a los viveros de flores de Las Comillas.
Deportes náuticos en Cáhuil
Regresando hacia Pichilemu, en la desembocadura del estero Nilahue donde se forma la laguna Cáhuil, se ven cisnes de cuello negro, garzas y gaviotines recorriendo el humedal. Pero desde hace un par de años, nuevos habitués comenzaron a llegar: los fanáticos del stand up paddle surf, también conocido como sup. Es una variante del surf, que se practica en mar o aguas calmas, con una tabla más grande que las usadas para correr olas, y un remo de fibra de vidrio y carbono. Practicado por niños, jóvenes y adultos, es un gran deporte para ejercitar brazos, piernas y el sentido del equilibrio. Con el escenario de la laguna de Cáhuil de fondo y toda su flora y fauna, la práctica del sup es más que una disciplina deportiva, ya que se convierte en una mezcla entre deporte y turismo: muchos adeptos se organizan en travesías grupales para recorrer el estero en toda su extensión, en distancias que superan los 16 km. Desde el agua, la vista es espectacular y los cisnes se acercan curiosos a investigar quiénes son estos nuevos habitantes de la laguna.