Años atrás un profesor de economía me explicó que manejar la economía es como manejar un auto en el que se han blindado todas las ventanas, menos la de atrás. Sólo te queda el retrovisor para ver hacia dónde ir. Nadie se sentaría en un auto tan blindado. Pero con la economía no nos queda otra salida. Ahora, eso no significa que no deberíamos tratar de entender lo mejor que podamos lo que estamos viendo en el espejo.

Lo digo porque en 1999 Chile pasó por una crisis económica que provocó una fuerte subida del desempleo. En ese tiempo teníamos poca información sobre las consecuencias de esa crisis en el ámbito laboral, más allá de la tasa de desempleo. ¿Cuánto impacto tuvo, por ejemplo, en los tipos de contrato? ¿Cuántas personas perdieron su seguro de salud o dejaron de cotizar como consecuencia de cambios en su situación laboral? Y al recuperarse la economía, ¿las condiciones laborales también se recuperaron?

Ahora, 10 años más tarde, seguimos sin información regular y detallada sobre las condiciones laborales más allá de la tasa oficial de desempleo, los salarios y algunos otros detalles más. Se han hecho importantes esfuerzos para producir más datos e información durante estos últimos diez años, es verdad. La Encuesta de Protección Social realizada por la Universidad de Chile y la Casen nos proporcionan mejores datos. El gobierno ha encargado un indicador de la calidad de empleo y el INE ha rediseñado su formulario de encuesta incluyendo preguntas más detalladas.

Pero los nuevos datos del INE todavía no están disponibles y realizar encuestas laborales cada dos o tres años no nos provee la información necesaria para analizar el verdadero impacto de una crisis económica sobre el empleo, mucho menos para pensar bien una política pública.

Esto tiene importantes consecuencias para el debate laboral. Primero, terminamos fijándonos demasiado en la tasa de desempleo, porque es casi la única estadística que se puede calcular con regularidad. Titulares como "Sube el desempleo" captan la atención del público. No pretendo negar que sea importante considerar cuántos desocupados hay en el país, pero ¿qué pasa con los trabajadores que trabajan en condiciones tan precarias que no les da para vivir? Para ayudarles se requiere una política social novedosa que les entregue más oportunidades de participar en el mercado laboral. Mejores datos nos permitirían hacer un análisis mucho más sofisticado de sus necesidades y capacidades.

Segundo, terminamos hablando de temas como la flexibilidad laboral como si realmente supiéramos cuánto impacto tiene la regulación laboral en la generación de empleos. Los datos que tenemos muestran que el mercado laboral chileno es de una altísima flexibilidad, al menos de facto. ¿Esto es consecuencia o culpa de la regulación? En realidad, la regulación sobre los tipos de contrato y los despidos, por ejemplo, no ha cambiado durante las últimas décadas. Pero los datos que tenemos indican que los contratos probablemente se han acortado.

Quizás la peor consecuencia es que terminamos haciendo política pública sin la información necesaria para hacerla bien. Esto se hace en todos los países, ya que sólo podemos mirar por el retrovisor y eso con datos siempre limitados. El problema es que en la ausencia de datos fiables son las opiniones que dominan el debate más que los hechos. Se genera un espacio vacío en el que florecen los sesgos políticos e ideológicos. Especialmente durante las campañas electorales.