El ébola ha sido material de pesadillas durante un largo tiempo, un perturbador símbolo de la fragilidad de nuestros cuerpos ante el poder de la naturaleza. Antes de que el brote más reciente comenzara, en marzo de 2014 en las junglas del norte de Guinea, la mayoría de lo que la gente de Occidente creía que sabía de la enfermedad provenía de filmes de Hollywood como Epidemia (1995) y el sensacionalista bestseller The Hot Zone de Richard Preston. Durante el último año, rumores de órganos que prácticamente se licuaban y una transmisión por vía aérea consumieron al mundo occidental y, por momentos, terminaron por sobreponerse al debate científico y eclipsaron la tragedia que se estaba propagando en África del Oeste.
A pesar de la histérica cobertura mediática que ha recibido el actual brote de ébola, la epidemia también ha derribado varios mitos que la gente creía en torno a la enfermedad. Los viajes en tren subterráneo del doctor infectado Craig Spencer no causaron ningún otro contagio, demostrando que el virus no se propaga fácilmente, y las muertes de pacientes de ébola en el oeste de África tendieron a ser bastante menos espantosas que lo que Preston y otros escritores habían descrito. Más sorprendente aún: el 80% de supervivencia entre los pacientes que fueron evacuados a hospitales de occidente acabó con la noción de que ser diagnosticado con la enfermedad era una sentencia de muerte segura. Esto lo sé muy bien, porque soy uno de esos pacientes.
Dilema médico
En octubre contraje ébola mientras cubría el brote como reportero freelance en Liberia. Me llevaron en avión a un hospital en Nebraska, donde un tratamiento agresivo me salvó la vida. Al llegar, inmediatamente los doctores insertaron una vía intravenosa en mi yugular para hidratarme y nutrirme. Me dieron una droga experimental llamada Brincidofovir y una transfusión de plasma sanguíneo proveniente de Kent Brantly, superviviente del ébola. Dos doctores me examinaban cada mañana y un equipo de enfermeras me monitoreaba día y noche.
Poco más de dos semanas después de haber llegado a Estados Unidos, un test de sangre confirmó que estaba libre del ébola. Sin embargo, en el oeste de África mi experiencia probablemente habría sido muy distinta y con un resultado mucho menos afortunado. Estadísticas publicadas a comienzos de febrero por la Organización Mundial de la Salud muestran que más de 22.000 personas de la región han sido infectadas con Ébola y unas 9.000 han muerto. Esto significa que el índice de muerte hasta ahora ha sido de 40%, cifra que probablemente sería más alta si se consideraran todos los casos no reportados. La revista The Economist ha reportado que las estimaciones del índice de mortalidad para este brote se acercan al 60%, indicando que el virus es dos a tres veces más mortífero para la gente en el oeste de África que para quienes son lo suficientemente afortunados como para ser llevados en avión a un lugar con cuidados médicos más avanzados.
Al no existir una droga antiviral que ataque al virus mismo, el tratamiento del ébola es una carrera para mantener controlados los síntomas de la enfermedad, hasta que el cuerpo pueda fabricar suficientes anticuerpos para combatir la infección. Pero mientras un hospital moderno es claramente un lugar mejor para sobrevivir al ébola que una tienda de campaña, los trabajadores de la salud todavía no tienen claridad sobre la mejor forma de elevar los índices de supervivencia. Nadie parece saber cuál tratamiento de los muchos que recibí es el que me salvó la vida.
Desde el momento en que fui diagnosticado en Liberia, la deshidratación fue un miedo constante. Los vómitos y la diarrea asociados al ébola pueden amenazar rápidamente la vida de la persona, a medida que el cuerpo desactiva funciones esenciales en los riñones y otros órganos. Esto ha hecho que algunas personas lo comparen con el cólera, otro mal que mata a través de la pérdida de fluidos y cuyos índices de supervivencia pueden llegar a 99% , si el paciente es tratado con una agresiva rehidratación intravenosa. Algunos han sugerido que un tratamiento similar para los pacientes de ébola en las instalaciones occidentales es la razón de por qué muchos hemos sobrevivido.
Pero el valor de la rehidratación intravenosa ha sido un punto de disputa entre los trabajadores de la salud que están en terreno, especialmente luego de que en septiembre Médicos Sin Fronteras suspendiera temporalmente el uso de la técnica intravenosa en Monrovia, capital de Liberia. Según Armand Sprecher, un doctor y especialista en salud pública en esa organización, la decisión se basó en las dificultades de tratar un volumen tan alto de pacientes. En septiembre, durante el peak del brote en Liberia, la gente a menudo era conminada a alejarse de los recintos hospitalarios porque no había espacio. Parte del desafío de administrar fluidos por vía intravenosa en lugares tan atestados era la casi imposibilidad de atender a cada paciente por más de algunos momentos: el reemplazo de fluidos por vía intravenosa requiere atención sostenida, ya que darle demasiado o muy poco a un paciente puede ser mortal. Médicos Sin Fronteras también expresó preocupación por sus trabajadores, quienes debido a sus altas cargas de trabajo corrían un riesgo más grande de infectarse con algún pinchazo accidental mientras insertaban o retiraban las vías intravenosas.
Pero si bien Sprecher admite la importancia de la rehidratación intravenosa -Médicos Sin Fronteras reinstauró la práctica en octubre- él también es escéptico de que la rehidratación pueda explicar por sí misma los altos índices de supervivencia en los pacientes que llegan a Occidente. Los índices de muerte en el hospital de Monrovia, afirma, fueron similares durante y después de la suspensión del tratamiento intravenoso en septiembre. “Esa no es una razón para decir que no funciona. Es sólo un motivo para bajar el optimismo de la gente que piensa que esta terapia es lo que evita que la gente termine en la tumba”, explica, agregando que él cree que la septicemia, es decir, el envenenamiento de la sangre, es una causa más común de muerte que la deshidratación.
Aun así el agresivo reemplazo de fluidos por vía intravenosa fue la piedra angular del tratamiento dado a los pacientes de ébola que fueron evacuados a Occidente, incluyéndome a mí. “Pensamos que aplicar la terapia intravenosa en los pacientes y brindar fluidos de forma agresiva pero cuidadosa es lo mejor que hicimos”, explica Phil Smith, doctor del Centro Médico de Nebraska que el año pasado me trató a mí y a otros dos pacientes de ébola. Atai Omoruto, una doctora ugandesa que hasta diciembre dirigía uno de los centros de tratamiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Monrovia, concuerda y dice que la inserción de una vía intravenosa era una de sus primeras preocupaciones cuando ingresaba un nuevo paciente. Sin embargo, afirma que el índice de muertes en su centro era de alrededor de 40%.
Alternativas de terapia
Además de la hidratación, la pérdida de fluidos presenta otro peligro para los pacientes: deficiencias de electrolitos pueden llevar a infartos cardíacos y otras complicaciones. “Si alguien puede saber cuál es la situación de los electrolitos, las opciones de supervivencia aumentan”, señala Omoruto, pero “hemos perdido a varios pacientes debido a problemas cardíacos generados por bajos niveles de potasio”. En Nebraska, los doctores analizaron constantemente mi sangre para revisar su contenido de minerales, pero en el oeste de África los equipos para efectuar esas pruebas raramente están disponibles.
Las transfusiones de sangre como la que recibí de Kent Brantly son, en cambio, un procedimiento sencillo que los trabajadores de la salud en terreno pueden realizar con relativa facilidad. Aun así rara vez son usadas en el oeste de África, porque los doctores no están cien por ciento seguros de que funcione. Cuando partió el brote, hubo un debate entre la OMS y Médicos Sin Fronteras sobre el valor de esas transfusiones, que involucran la donación de plasma sanguíneo de los supervivientes del ébola. El razonamiento tras la terapia es que los anticuerpos en el plasma de los sobrevivientes ya saben cómo combatir el virus, y por lo tanto podrían ayudar a reducir la carga viral en un paciente nuevo y a activar su sistema inmune. Me sentí mucho mejor al día siguiente de recibir mi transfusión, aunque mis doctores dijeron que no hay forma de saber con seguridad si eso fue resultado del procedimiento o simplemente una coincidencia.
Shevin Jacob, un especialista en enfermedades infecciosas que ha trabajado con la OMS en Sierra Leona y Liberia, dice que las transfusiones de plasma todavía son consideradas “terapias en investigación”. Hay algunas evidencias que respaldan su funcionamiento -en un conocido estudio de mediados de los 90 siete de ocho pacientes de ébola evitaron la muerte tras recibir sangre de supervivientes- pero todavía no hay datos suficientes para convencer a la OMS y a otras organizaciones de salud, muchas de las cuales están reticentes a incorporar el procedimiento en los actuales tratamientos. “Decir que todos deberían estar recibiendo esta terapia, cuando no sabemos si es realmente beneficiosa, es sumamente poco ético”, afirma Jacob. En el otro extremo, Omoruto recuerda sentirse frustrada porque no se le permitía aplicar transfusiones a sus pacientes, y recuerda haberse enfrentado con Médicos Sin Fronteras sobre su potencial valor terapéutico.
Para obtener respuestas definitivas sobre la efectividad de las transfusiones o sobre las drogas experimentales, las autoridades de salud dicen que necesitarían realizar estudios con pacientes que padecen ébola, algo que no funcionaría muy bien en el oeste de África, donde mucha gente sospecha de los trabajadores de la salud occidentales. Pero Jacob, especialista en enfermedades infecciosas de la OMS, indica que los beneficios de esos estudios serían enormes: “En pleno brote realizar un estudio puede parecer grosero, pero si te ayuda a obtener respuestas podrías salvar a más personas”. Agrega que la “posibilidad de que el brote termine y no tengamos una tonelada de nueva información debido a estas barreras es real, y tal vez terminemos arrepintiéndonos de eso”.
Para agravar la confusión, factores más allá del cuidado médico seguramente jugaron un papel en mi supervivencia y la de otros. Cuando contraje ébola, al igual que la mayoría de los pacientes occidentales, era joven, estaba bien alimentado y poseía un estado físico bueno.
E incluso entre los pacientes en el oeste de África, no hay respuestas obvias en torno a por qué algunos mueren y otros viven. La edad es factor predictor: según la OMS, los pacientes menores de 40 años son 3,5 veces más propensos a sobrevivir. En momentos en que la actual epidemia pareciera estar frenando su avance en el oeste de África, sería poco inteligente asumir que otra nunca llegará. Tom Frieden, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), ha expresado su temor de que el virus se vuelva endémico en la zona. En enero, un grupo de organizaciones médicas, incluyendo Médicos Sin Fronteras y la OMS, se reunieron en Ginebra para discutir cómo debiera ser un programa ideal de tratamiento del ébola.
Algunos expertos, incluyendo a Sprecher de Médicos Sin Fronteras, creen que sin una droga que ataque directamente al virus del ébola es improbable que cualquier tratamiento de sus síntomas sea capaz de elevar mucho más los índices de supervivencia en el oeste de África: “No diré que no se pueda lograr, pero es algo optimista. El índice de fatalidad en nuestro equipo que resultó infectado era de casi 50%. Sé que hay gente que está haciendo todo lo posible para tratar a esta gente. Si fuera sólo un asunto de esforzarse más, los resultados se verían en las cifras de supervivencia de sus colegas.”T