Si existiera un tour de cultura pop chilena, esta sería una parada fija. Después de avanzar por las calles tapadas de árboles que conectan la carretera Panamericana Sur y la Gran Avenida, el bus se detendría frente al Liceo Andrés Bello de San Miguel y el guía relataría el comienzo de un capítulo fundamental de la música local. Diría que en esas salas y pasillos, Miguel Tapia, Jorge González y Claudio Narea por primera vez se vieron las caras. Que en esos días de principios de 1979 estrecharon un lazo que daría origen a Los Prisioneros. Que todo partió en la misma multicancha que hoy tiene a todos los alumnos del liceo formados frente al rector y algunos extras como profesores que resisten el calor del mediodía.
Varias cámaras registran el canto del himno nacional por un coro que en los días previos a la filmación tuvo que aprenderse una estrofa que nunca antes habían cantado. "Vuestros hombres valientes soldaaaados", se escucha en el patio. Unos cantan seguros y otros intentan recordar la letra de aquella estrofa que desapareció con la llegada de la democracia. Pero eso fue mucho después de la época en que el director Matías Cruz ha situado su primera película. Dos semanas más tarde de las escenas del colegio que dieron inicio al rodaje, Cruz contará todo lo que tuvo que pasar para concretar un proyecto que le ha tomado seis años. No fue poco. Porque esta película no existiría si no fuera por otra que quedó en el camino. La frustrada se llamaba Sudamerican rockers y había involucrado a los tres músicos, logró tener un guión hecho por el mismo que escribió Estación Central (Brasil, 1998), comprometió al actor Héctor Morales en el rol de Jorge González y hasta ganó un fondo para filmar, que luego Cruz tuvo que devolver, porque la productora que aportaba la mayor parte del capital quebró. "De ahí fue tratar de levantar un muerto, pero fue imposible. Estuve a punto de hacerla y no podía soltar la idea", cuenta el director en un bar de San Miguel, en el medio de una de las últimas jornadas de grabación, que como muchas, se extendería hasta la madrugada.
El punto de quiebre fue hace unos dos años. Se cayó todo, menos la investigación que tuvo a Matías Cruz dos veces en la casa del D.F. donde vivía Jorge González, quien está al tanto del rumbo que tomó la película y celebró el nuevo foco. Terminaba un proyecto y empezaba otro. Uno mucho más artístico que comercial. Más humilde y menos ambicioso. Ese es Miguel, San Miguel, una "interpretación libre" de la génesis de Los Prisioneros, una película dirigida y escrita por Cruz que mira todo desde el punto de vista del más bajo perfil del trío. "Es la historia de Miguel Tapia, una adaptación de lo que vivió entre los 14 y los 17 años. Es la historia de un compadre que tiene que madurar antes de tiempo, y en ese viaje está presente la historia de Los Prisioneros, como también la de su primer amor, de la cesantía del padre, de la invalidez de la madre, de la música, todo esto en el contexto político de este drama juvenil", define Cruz en una comuna que conserva varios puntos donde el tiempo parece haberse detenido. Por eso que gran parte de la película se grabó en sus calles, blocks y plazas con la permanente colaboración de Tapia.
"He ayudado en todo lo que he podido, para que el resultado salga lo mejor posible. Independiente que el grupo se reconoce por las grandes canciones de Jorge, yo fui el que empujó para que el grupo existiera", comenta el ex percusionista del trío y dueño de la marca Los Prisioneros, nombre que podrá ser ocupado en la película. Tanto se involucró, que autorizó el uso de ¿Quién mató a Marilyn? -firmada por él junto a Jorge González- e incluso interpreta al tipo que le vendió su primera batería, en una escena del rodaje rodeado de curiosos que le recordaban constantemente al equipo, lo importante que fueron Los Prisioneros en sus vidas. Entonces, los tres elegidos para interpretar a González, Tapia y Narea, estaban naciendo. Justo cuando desaparecía esa estrofa del himno nacional que para debutar en el cine debieron leer en una fotocopia y cantar ante las cámaras.
Un nuevo trío
Departamental con 5ª Transversal. Pleno San Miguel. La escena es paradójica. Una protesta es resguardada estrictamente por carabineros. El tránsito está cortado y varias señoras que a esa hora llevan bolsas de pan, se detienen encima de las huinchas ante una de las escenas más álgidas de Miguel, San Miguel.
Entre el ruido de la protesta que simula el agitado clima de principios de los 80, Mauricio Vaca se acerca a conversar del rol más importante de su historia. Tiene 22 años y fue el primero de los protagónicos en ser elegido. Después de compartir elenco con la directora del casting en la premiada obra, Más allá de la terapia, fue seleccionado para el rol de Jorge González. Cristina Aburto, también responsable del reparto de La nana, le había tendido una invitación irresistible. No lo pensó. Congeló unos ramos y a principios de septiembre estaba dentro del proyecto. Un par de semanas después, dos de sus 20 compañeros de segundo año de actuación en la escuela de la Universidad de Chile completaban el trío protagónico: Eduardo Fernández Villagra (20) como Miguel Tapia y el ex cadete de Cobreloa, Diego Boggioni (19) como Narea.
"Ha sido heavy ser responsables de la primera película de Los Prisioneros. Estamos representando una generación completa", cuenta Vaca. Tras un par de semanas leyendo biografías y buceando en Youtube, el trío de estudiantes comenzó el rodaje de la cinta grabada en HD y que recrea momentos sabrosos de la historia del grupo, como la vez que fueron a ¿Cuánto vale el show? y se habían cerrado las inscripciones. Fernández Villagra viene de una familia "consolidada" de La Reina, estudió en un colegio de monjas y cuenta que su actuación "fue un desafío enorme, porque me pedía ponerme en situaciones alejadas de mi realidad". Hubo exigencias: Vaca estudió bajo y tomó lecciones de canto, Fernández Villagra aprendió batería y Boggioni guitarra para acercarse lo más posible a la primera experiencia de Los Prisioneros. Porque Miguel, San Miguel, deja fuera los desencuentros y rata de los años más puros. Cuando no había ambición ni egos. Cuando algo grande estaba naciendo.