Ayer, sobre las 5 o 6 de la tarde, un vistazo de un par de minutos sobre los pastos ajados del Parque O'Higgins podía arrojar una resolución algo frívola, pero no menos significativa: cuando la quinta versión de Lollapalooza estaba en su punto más alto, costaba definir qué grupos monopolizaban las poleras de los presentes. Si en 2013 el podio se lo llevó Pearl Jam, y el año pasado el honor estético se repartió entre Red Hot Chili Peppers y Soundgarden, esta vez la mirada no pudo descifrar un triunfador rotundo.

La señal era clara: la nueva edición del espectáculo apostó esta vez por diversificar su menú y no remitirse sólo a un par de números fuertes y populares, como había sucedido en temporadas anteriores. Más invitados de nicho y de llegada más específica -como Jack White, St. Vincent, Kings of Leon o Robert Plant-, que créditos de masividad aplastante.

La opción regaló momentos de genuina euforia, pero también atentó contra los cómputos finales. Según cifras de Lotus, encargados de la fiesta, ayer llegaron 60 mil personas, diez mil menos que las jornadas iniciales de 2013 y 2014 (donde incluso se llegaron a agotar los boletos). Para hoy se espera la misma cantidad. A modo de explicación, al interior de la productora surge el mismo análisis: los grandes protagonistas del line-up actual no tienen el impacto de otros peces gordos que hoy giran por el planeta repletando estadios.

Ese sentir de un flujo más moderado latió desde un principio, cerca de las 11 horas, con la apertura de puertas, cuando la masa de asistentes aún se percibía menos caudalosa y asfixiante que en ediciones anteriores. Ese barómetro también corrió para el resto del día. Eso sí, Lollapalooza Chile puede seguir presumiendo de una victoria aún difícil de arrebatar: de los festivales masivos que se montan en el país -incluyendo Viña o instancias como Primavera Fauna- aún sigue siendo el más convocante, con 120 mil personas en un solo fin de semana.

Y también puede hinchar el pecho por algo más. Ayer, como nunca, terminó de definir de manera elocuente el perfil de su público: los feligreses del credo Lollapalooza son en mayoría aplastante veinteañeros e incluso adolescentes que aún miran con distancia las dos décadas de vida. Si ya en 2014 un porcentaje amplio pertenecía a ese segmento, ayer el umbral quedó aún más bajo, con una audiencia que en muchos casos merodeaba los 14 o 15 años.

De algún modo, es por lejos el evento local más representativo de esa generación nacida en el epílogo del siglo pasado y crecida con las bondades del nuevo milenio. Postales al azar, casi en modo random: tal como en 2014, la cinta de flores adornando la cabeza, estética inmortalizada por la cantante Lana del Rey, volvió a homogeneizar el look femenino, incluso con muchas de ellas vendiéndose en los ingresos del parque.

Ya no hay antorchas de papel, encendedores o lienzos idolatrando a la figura de turno; lo que realmente lleva a alzar la mano dentro de la comunidad Lollapalooza son los largos bastones que afirman las cámaras Gopro, anzuelo tecnológico multiplicado por cientos en la multitud. En el show del dúo local Marineros -banda que aún no edita su primer álbum- , a primera hora en el teatro La Cúpula, reinaban los torsos desnudos, como si la vida fuera un videoclip de Astro, banda que ha hecho de la figura semidesnuda su marca de fábrica.

"Es impresionante la juventud que había. A uno lo tratan como dinosaurio, pero con respeto", bromeaba en el sector de backstage Francisco Sazo, cantante de Congreso, una de las instituciones que ayer, cerca de las 13 horas, animó los primeros minutos. Eso sí, la jornada partió 60 minutos antes, con un breve show de LÓPEZ, el nuevo proyecto de dos ex miembros de Los Bunkers, para luego transcurrir entre la fibra eléctrica de Fernando Milagros, el folk rítmico de Donavon Frankenreiter y, en el Movistar Arena, el agite detonado por los locales DJ Caso y MKRNI.

Pero la primera secuencia que batalló contra el termómetro, que encuadró una fiesta pura y dura, tuvo como propietarios a los mexicanos Molotov, con su rock machacón y discursivo (pese a sufrir un corte de luz), honor que luego cedieron a los ingleses de The Kooks, en otra descarga de alta intensidad. Foster the People también se adueñó del estallido ("lo dimos todo", resumían sus integrantes tras escena), mientras que con The Smashing Pumpkins el calor ya tenía sus damnificados: gran parte del público yacía sentado en los pastos del recinto.

Una suerte de contrapunto asomaba a metros de distancia. En el escenario Acer, St. Vincent ofrecía uno de los mejores espectáculos del día (con su voz, Annie Clark, arrojándose al público), mientras que La Cúpula, destinado a los sonidos latinos y chilenos, debió cerrar sus accesos cerca de las 20 horas, con Javiera y los Imposibles, ya que sus pasillos estaban llenos y el riesgo de colapso merodeaba amenazante. Skrillex, por su parte, se adueñó de la juerga nocturna, con su electrónica pesada y un juego de luces embriagante, mientras Jack White cerró la velada a punta de alto voltaje.

En el saldo a favor, el traslado del VIP hacia otro sector -medida tomada el año pasado- hizo que los traslados fueran aún más fluidos, mientras que Kidzapalooza también creció. Todo ayudado por una convocatoria moderada y que entrega la sensación que hoy, con Kasabian, Interpol o Plant, Lollapalooza 2015 vivirá una jornada de rúbrica mucho más memorable.