La poco común euforia que los siempre flemáticos y racionales científicos mostraron el martes luego de que echaran a andar el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés) es plenamente explicable.
Poner en funcionamiento la compleja maquinaria que hizo posible que haces de partículas chocaran a una energía equivalente a 7 teraelectronvoltios no es cosa sencilla (ni tampoco barata: se trata del experimento más caro de la historia). Por lo mismo, amerita abrir botellas de champaña y justifica los brindis de los científicos del Centro Europeo de Investigación Nuclear.
Después de dos intentos fallidos, los expertos involucrados pudieron respirar aliviados.
No fueron los únicos. Algunos profetas del apocalipsis habían pronosticado toda clase de desastres si es que se llevaba adelante el experimento que se está desarrollando en la frontera franco-suiza.
La predicción más radical es aquella que sostiene que el experimento -que contempla una segunda etapa que involucra una energía mucho mayor y que supuestamente debe permitir identificar partículas de materia oscura, presente pero invisible en el universo- va a terminar generando un hoyo negro que, por supuesto, concluirá tragándonos a todos y, de esa manera, pondrá fin al experimento y a la Tierra misma.
No es primera vez que los avances científicos generan este tipo de temor en algunos. En la enorme mayoría, sin embargo, provocan más bien un insondable asombro. (IIS)