¿A QUIEN RESPONDE un intendente en Chile? ¿Quién es su mandante: la región a la que sirve o la persona que lo designó? Esta pregunta sería inoficiosa en la gran mayoría de los países del mundo en que las autoridades regionales son elegidas en las urnas. Allí donde existe una mínima dosis de descentralización política, los ciudadanos eligen a sus autoridades regionales en base a un programa de acción6 y por un período fijo. Eso permite planificar la gestión, otorga legitimidad democrática y exige rendir cuentas a la ciudadanía. Finalmente, y casi de manera natural, las autoridades regionales electas son delegados de las regiones ante el poder central.
Nada de eso ocurre en Chile. Aquí, los intendentes son delegados del Presidente en las regiones, duran en sus cargos lo que el Mandatario estime prudente y no han faltado ejemplos de rotaciones múltiples e inexplicadas en que un gobierno cambió cuatro veces de intendente en algunas regiones. Una gestión profesional y eficiente es, en esas condiciones, imposible.
El fuerte centralismo que aún nos rige es una herencia institucional de Portales. La Constitución de 1833 reflejó la victoria de estanqueros y conservadores sobre los grupos liberales que promovían mayor poder para las provincias. Todavía pesa esa herencia. Con los años, el centralismo ha resultado funcional al control presupuestario del Ministerio de Hacienda y, por cierto, muy cómoda para los presidentes que no han tenido que lidiar con autoridades de otro signo político a nivel regional.
Con todo, hay creciente evidencia de fatiga en el modelo centralista. Una gestión pública cada vez más compleja exige descentralizar la toma de decisiones y la capacidad de resolver los asuntos regionales. Las regiones quieren asumir responsabilidades sobre su futuro, debatir opciones y estrategias de desarrollo, y optar por ellas en las urnas. El modelo centralizado, que pudo servir tiempo atrás, cuando la complejidad de la gestión pública era menor, ahora genera ineficiencias, dilaciones y dilución de responsabilidades. En regiones, la gente pide a los intendentes que combatan el exceso de centralismo, pero eso es mucho pedir para quienes son, en esencia, su viva expresión.
Si hemos dividido políticamente Chile en regiones es porque las regiones importan, y si ellas importan no se advierte por qué hemos resuelto confiar en la democracia para elegir alcaldes, pero no intendentes. Las regiones requieren autoridades que cuenten con plazos fijos para realizar su tarea y que rindan cuentas ante sus electores periódicamente. Las regiones requieren autoridades cuyos mandantes estén en las urnas y no en el Palacio de La Moneda.
 ¿Cuánto más fácil sería la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto si las autoridades regionales contaran con todas las atribuciones para solucionar la urgencia y coordinar las distintas iniciativas? No lo podemos saber con certeza. De hecho, ni siquiera podemos saber cómo se distribuyen competencias y responsabilidades entre las intendencias y los distintos ministerios y servicios públicos nacionales. Lo que sí sabemos es que no será el intendente -designado por el Presidente- quien alce la voz para denunciar ineficiencia en el gobierno central.