Antes de cumplir 80 años, Quino confiesa haberse puesto de muy mal humor. "Tenía un humor de mierda", resume el padre de Mafalda, sin miedo a las malas palabras. Usará muchas durante esta charla, aunque en rigor casi ninguna se puede contar a esta altura como realmente tan mala. Carajo, por ejemplo, será una de las más usadas. Quino es un hombre encantador, que camina con pasos cortísimos, casi deslizándose sobre el piso, un Chaplin de la vejez, y que dice mucho carajo. Ese es Quino, entre tantas otras cosas.
"Estuve deprimido, medio jodido, de todo. Pero ahora que ya cumplí los 80 todo eso se fue. Ya no me pasa nada con la edad", aclara ante la mirada atenta de Miguel Rep, su colega y amigo, prácticamente uno de los hijos que nunca tuvo, con el que ahora comparte -a pesar del gusto de Quino por un buen vino- un par de porrones de cerveza. El lugar es el living del departamento que Quino y su mujer, Alicia, tienen en el centro de Buenos Aires. La hora es al final de la tarde, luego de una tanda de firmas en la Feria del Libro Infantil porteña. Y la excusa para la reunión, por supuesto, es un cumpleaños con números tan, pero tan redondos. "¿Siempre los números redondos ponen así, de mal humor?", quiere saber Rep, quien asegura guardar aún una tarjeta con la que Quino, dos décadas atrás, lo invitó a celebrar sus 60 años. "No", responde Quino. "Nunca les di bola a esas cosas. Porque en mi familia nunca se festejaron los cumpleaños. Algo que a Alicia la hace sufrir mucho, porque siempre me olvido de esas fechas".
En estos días de celebración casi colectiva de sus 80, Quino recuerda que el primer cumpleaños que le celebraron fue recién después de que muriesen sus padres, cuando ya estaba viviendo con su tío Joaquín Tejón, un dibujante publicitario gracias al cual el pequeño Joaquín Lavado decidió dedicarse a lo que lo llevó a ser llamado Quino. "Fue mi tía la que me festejó mi primer cumpleaños", precisa.
Miguel Rep: ¿Cuándo fue eso?
Debe haber sido en 1948, después de la muerte de mi madre primero y mi padre después. Recién entonces me festejaron algunos cumpleaños, pero tampoco es que hayan sido tantos los festejos...
¿Por qué no los celebraban?
Me parece que en España es así, porque tenemos un amigo español que tampoco los festeja.
Aunque no se encoge de hombros, los silencios de Quino son como si lo hiciera. Amable y de voz baja, parece decidido a recordar en esta noche de cerveza y 80 años. "Mi madre se murió cuando se estaba terminando la Segunda Guerra Mundial. Como yo iba al cine solo desde los ocho, me había visto todos los noticieros de la guerra. Por eso, cuando me cosieron la franja de luto en la manga me sentí como un nazi al que le estuviesen cosiendo el brazalete con la esvástica. ¡Fue terrible!". En esa época, dice Quino, además del luto en la manga se usaba la corbata negra y la tirita negra en la solapa. "No se podía escuchar la radio y se tenía que dejar entornada la puerta de zaguán durante tres meses", explica. "Antes de mi madre murió mi abuelo, y después de ella fue mi padre. Así que prácticamente me pasé de luto de los 10 a los 18 años".
¿Eso le formó la personalidad? ¿Antes era un niño más alegre?
Claro que sí. Lo fui hasta que mi madre se enfermó de un cáncer que la tuvo dos años en cama. Cuando fui a ver Gritos y susurros, de Bergman, casi me tengo que ir del cine. No lo aguantaba.
¿Y cómo fue la relación con su padre?
Mi papá hablaba muy poco, pero cuando abría la boca era muy gracioso. Un andaluz gracioso. Era muy de café y jugar a las cartas, y una tarde de café se enojó con un amigo. No sé qué estaba diciendo el otro, pero mi padre le respondió: "¡Cállate ya, membrillo!". A partir de entonces, al otro le quedó el Membrillo. Lo cagó para siempre.
Yankis y marxistas
"Antiperonista". Así es como se define políticamente Quino en la época de sus comienzos como humorista. ¿Antiperonista, pero...? "Pero nada", asegura.
Recién después explica, sonriente: "Soy hijo de republicanos españoles, anticlerical a muerte". Cuenta que su abuelo lo llamaba cuando era chico. "Niño, ven pa'cá", le decía. "¿Tú sabes lo que es una misa?". El niño Joaquín respondía que no, y el abuelo le explicaba: "Una congregación de ignorantes adorándole el culo a un tunante".
Su abuela, además, era comunista. "Venía a vender bonos del partido a mi casa". Y sus padres, aclara, eran "socialistoides". "Se armaban unas discusiones del carajo", recuerda con la mirada perdida y sin poder borrarse la sonrisa de la boca. "Por eso es que yo siempre fui muy politizado."
Quino recuerda que sintonizaba La Voz de las Américas y escuchaba a Bing Crosby.
¿Su abuela comunista le decía algo cuando lo descubría escuchando a Bing Crosby?
Venía con fotos de bombardeos norteamericanos sobre alguna ciudad alemana, que había quedado así, llena de escombros, al ras del suelo, y me acusaba: "¡Mira, niño! ¡Mira lo que han hecho los tuyos!".
¿Por qué los tuyos?
Porque a mí no sólo me gustaban Bing Crosby y Frank Sinatra, sino también las películas norteamericanas, los musicales, Esther Williams. Todas esas cosas.
¿Ya dibujaba en esa época?
Empecé a dibujar como todos los niños, a los dos o tres años. Pero a los 14 decidí que iba a ser dibujante de humor.
¿Por qué de humor?
Porque me había criado con mi tío Joaquín, y él estaba suscrito a varias revistas norteamericanas, porque era publicista. A su casa llegaban Life, Esquire y Saturday Evening Post, donde había unos dibujantes norteamericanos que hacían humor mudo, como Eldon Dedini. Y cuando a los 18 años me cayó en las manos París Match y me encontré con Jean Bosc y Chaval, ni te cuento. Yo me crié con ese tipo de humor. (Guillermo) Divito me decía: "¿Qué tiene que ver esto con el humor de la Argentina? ¡No tenemos nada que ver con un desierto o un elefante!". Pero no me importaba, el humor que me gustaba era el de ese dibujo de Chaval, en que el tipo va mirando por la ventanilla de un avión y ve pasar un tranvía.
Problemas de tenor
Quino no es Manolito. Ni Mafalda. Ni Libertad. Sino que tiene partes de todos los personajes de su tira más famosa. Hasta de Susanita, porque, como ha contado más de una vez, es fanático de los chistes.
¿Mafalda significó la tranquilidad del trabajo fijo?
No, porque el trabajo fijo ya lo tenía antes con las páginas de humor. Antes de Mafalda llevaba unos 11 años publicando, así que estaba tranquilo con eso...
Y continuó con esas páginas mientras hacía Mafalda...
Sí, era una locura. Pregúntenle a Alicia, nunca sabíamos cuándo podíamos salir de vacaciones. Yo siempre viví obsesionado con la entrega. Hasta el sexo conocí muy tarde por la puta obsesión de ser dibujante y publicar...
Cuando dibujaba regularmente sus chistes, Quino podía llegar a cargar con una idea durante años. La guardaba sabiendo que servía, pero que no le había encontrado final. Muchas de esas ideas, asegura Quino, quedaron sin terminar.
¿No tiene la fantasía de dibujarlas alguna vez?
¿Ahora? Es que, como estoy viendo tan mal, pensar en eso me jode mucho. No veo bien lo que dibujo. Antes para dibujar un ojo, que es un puntito de mierda, borraba 10 mil veces. Qué cosa eso de los ojos, en el dibujo es nada más que un puntito, pero uno se da cuenta cuándo funciona y cuándo no...
¿Cómo es ahora dibujar? ¿Qué se ve?
Se ve como el culo, así se ve. No veo los límites del papel, tengo que poner en la mesa de dibujo un paño oscuro y pongo el papel arriba, si no, no puedo ver los límites.
¿Dibuja de memoria?
Escribir de memoria puedo, pero dibujar no.
¿Así que existe la posibilidad de que nunca más pueda dibujar?
No lo sé. Cada tanto me pongo a dibujar, no quiero dejar de hacerlo. Soy como un tenor que tiene problemas en las cuerdas vocales. Se pone a cantar y escucha que le está saliendo como el culo.
¿Y la cabeza sigue imaginando chistes?
No, me he autocensurado.