Yerson Opazo está de frente a la pelota. En el área de Cristopher Toselli, los jugadores de O'Higgins dibujan líneas invisibles, buscando desconcertar a la defensa de Universidad Católica. Solamente el tucumano Pablo Hernández lo consigue. Su carrera hacia el primer palo no encuentra oposición y se cruza con la trayectoria del balón. La volea sale del botín izquierdo y se cuela en una esquina del arco cruzado. Quedan todavía 55 minutos de partido, pero el tablero electrónico del Estadio Nacional (curiosamente de fondo celeste) se mantendría inalterable. Debajo del marcador, las casi 20 mil personas que viajaron de Rancagua soltarían su primer grito de campeón en 58 años de historia.

El desahogo fue extraordinario, porque O'Higgins había tenido un 2013 complicado dentro y fuera de la cancha. En febrero, la muerte de 16 hinchas en un accidente automovilístico ocurrido en la cuesta Caracoles, de Tomé, tras un partido con Huachipato, había golpeado duramente a la institución; en lo deportivo, los celestes cedieron su localía casi todo el año por las obras en el estadio El Teniente. Contra todo pronóstico, el equipo dirigido por Eduardo Berizzo se hizo más fuerte que nunca fuera de su casa y logró rendirles el mejor homenaje a ese puñado de malogrados fanáticos, que terminaron siendo un símbolo del primer título.

Camino a las alturas

Tal como ocurrió frente a Antofagasta, Colo Colo y Unión La Calera, la UC no jugó bien. Antes del gol de Hernández, su rival la había perdonado demasiado. Durante el primer tiempo, los estudiantiles se aproximaron muy pocas veces al arco de Paulo Garcés, siempre oportuno y sólido. Sus mejores exponentes, como Tomás Costa e Ismael Sosa, estaban apagados y el ataque se basaba en pelotazos.

El predecible libreto de los cruzados facilitó la tarea de la brillante defensa celeste, encabezada por los argentinos Uglessich y Barroso, quienes rechazaron cada ataque aéreo que cayó en su área penal.

En el complemento, O'Higgins perdió con la lesión de Luis Pedro Figueroa y se echó instintivamente atrás, acusando el nerviosismo de la recta final. Una vez más, Martín Lasarte soltó a José Luis Muñoz en el campo, confiando en que le arreglaría el panorama como tantas veces, pero a "Ribery" le faltó la puntada final se encontró con un Garcés que se cansó de achicar, capturar centros y volar hasta ángulos imposibles para despejar un remate de Michael Ríos y sacar un testazo de Sosa que iba a la red.

A 10 minutos del final, la barra celeste dio un suspiro de alivio y rompió el silencio, cierta de que el triunfo estaba cerca. O'Higgins pudo liquidar el partido de contragolpe, pero prefirió sufrir hasta el final. En las tribunas, el presidente Ricardo Abumohor lloraba abrazado a sus hijos Rodrigo y Martín. Al pitazo final bajó a la cancha para levantar la copa que les fue esquiva un año y medio atrás, en el mismo escenario. Las escaramuzas del final con jugadores de la UC no empañaron la fiesta. A esas alturas anochecía sobre Santiago, pero el cielo seguía siendo celeste.