N 1959, Alejandro Sieveking, de 24 años, tenía solo una semana para dar con una historia fresca que cautivara al inclemente jurado de un concurso universitario, pero las ideas no afloraban en su cabeza. Fue su amigo y compañero en la Escuela de Teatro de la U. de Chile, Víctor Jara, dos años mayor, quien le sugirió retratar a esa inquieta juventud de clase media sedienta de amor y libertad con la que ambos se cruzaban a diario.
El cantautor chileno, asesinado en 1973, le reveló al dramaturgo una de las tantas anécdotas de sus años como universitario. "Muchas veces Víctor no tuvo dónde dormir ni para comer. A veces se quedaba escondido en la escuela, y en otras conseguía alojamiento con alguna chiquilla conocida o un amigo", recuerda Sieveking. Una noche de aquellas, el autor de El arado recurrió a una joven a la que había conocido poco antes, y quien vivía en un antiguo departamento en el tercer piso de un edificio en calle Miraflores, frente al Parque Forestal, el mismo que años después perteneció a la actriz Ana González. "Ella vivía con su novio, y desde luego Víctor durmió en el living, pero en mitad de la noche apareció la madre de la chica y seguro pensó lo peor. En esos años no se acostumbraba a alojar gente así no más, menos a desconocidos", recuerda.
Así apareció, en siete noches consecutivas sin dormir, la historia de Olga, el Gringo y un tercer personaje llamado Víctor, los protagonistas de Parecido a la felicidad, la obra con Myriam Benovich, Bélgica Castro, Lucho Barahona y el propio Sieveking en escena, dirigidos por Víctor Jara, que ese año obtuvo el premio a la Mejor obra de teatro en el Concurso Nacional de la Municipalidad de Santiago. Tras el estreno, el montaje llegó al Teatro Antonio Varas y a varias ciudades del país, además de Uruguay y Argentina. Luego, el Ministerio de Relaciones Exteriores financió su gira por seis meses en Cuba, Venezuela, Colombia, Costa Rica, Guatemala y México. Incluso llegó a ser transmitida por televisión en 1964, y hoy es recordada como la primera obra dirigida por Víctor Jara.
Hasta el 3 de julio, la misma se presenta en el Teatro Finis Terrae, dirigida por Francisco Albornoz (La escala humana) y protagonizada por Carmina Riego, Emilio Edwards, María Jesús Marcone y Mario Avillo. "Era un tema novedoso para la época, por la honestidad y nobleza en sus personajes, pero cuando vi la versión de Albornoz me convencí de que el texto no había envejecido como creía. Aunque quizá no provoca el mismo impacto, representa algo que ya no somos y que perdimos con los años", dice el autor. "Creo que es un lúcido retrato de una época en muchos sentidos: por esa juventud que anhela emanciparse y abrirse paso en los 60, y también por lo histórico: ellos representan a una generación privilegiada, a mi parecer", dice Albornoz. "Además, lo que la convierte en un verdadero clásico, es el personaje de Regina, la madre (Riego). Así como se estudian los villanos de Shakespeare en todo el mundo, debería hacerse un estudio sociológico sobre las madres de Sieveking", opina.
El autor chileno de 81 años, quien recientemente estrenó Pobre Inés sentada ahí, volverá además con otro de sus textos de cabecera, Animas de día claro, de 1958. La versión estrenada en 2013 por Nelson Brodt en el Teatro Nacional Chileno girará en octubre por Alto Hospicio, Tocopilla, Antofagasta, Puerto Montt, Ancud y Curaco de Vélez por los 75 años del Teatro Experimental. Montada por Víctor Jara en 1961, la historia de Eulogio, un hombre que desea comprar una casa de campo donde deambulan los revoltosos espíritus de cinco hermanas, no es, según Brodt, la puesta en escena sugerida por Sieveking, aún cuando el texto es el mismo. "La mía es más fantástica, no ese retrato realista del campo chileno antiguo. Creo que esa es la prueba de que el texto es un clásico, pues resiste distintas miradas y direcciones", dice Brodt.
"Toda obra que es capaz de tratar temas eternos debería ser considerada clásica, incluso si es algo identitario o no", dice el Premio Nacional 2007 Gustavo Meza, quien el 3 y 4 de junio repondrá Cartas de Jenny, de 1989, en el Teatro Nescafé de las Artes, protagonizada por Elsa Poblete, Elvira López, Gonzalo Meza y Luciano Morales. Basada en las cartas que una ciudadana irlandesa radicada en Chile enviaba a su hermana en Dublín entre 1930 y 1950, retrata la estrecha relación entre una madre y joven viuda con su hijo. "Es la epopeya de una madre que podría ser actual, como de hace un siglo. Eso la hace vigente, al igual que otros textos que constantemente vuelven a los escenarios. Piensa nada más en Tres noches de un sábado y Tres tristes tigres, el año pasado -dice Meza-, aunque no aborden temas urgentes, miran el pasado y nos ayudan a entender, en parte, quiénes somos".
Ramón Griffero parece de acuerdo. "Hay obras que rompen esquemas desde el punto de vista escénico, y otras que fotografían una época específica en la historia de un país. Eso también las convierte en clásicos necesarios de volver a revisar", opina. En julio, el dramaturgo y director repondrá 99 La Morgue (1987) en el Teatro Camilo Henríquez, una de las obras chilenas que aborda la desaparición de hombres y mujeres durante la dictadura. "El texto no solo plantea transportarnos a esos años, sino preguntarse qué vendrá y qué será de nosotros. En tiempos en que los movimientos sociales salen a las calles a hacer visibles sus demandas, se vuelve urgente mirar el pasado y ver qué hemos hecho y cómo", agrega. El montaje reunirá a Paulina Urrutia, Carmina Riego, Rafael Contreras, Lucas Balmaceda y Verónica García-Huidobro en escena.
Otro gran salto en la historia local, aunque de casi 90 años, lo dará Rodrigo Pérez y su versión de La viuda de Apablaza (1928) de Germán Luco Cruchaga, que el 11 de agosto debutará en el GAM, con Catalina Saavedra, Francisco Ossa, Cristián Carvajal y Carolina Jullian en el reparto. "Podríamos volver a este texto muchas veces para dar cuenta de un vuelco en la dramaturgia nacional y latinoamericana. De alguna manera instala, desde algo que podría parecer costumbrista, una tragedia transgresora en el disimulo del lenguaje campesino, allá por 1925, y en un retablo de infinita pobreza", dice Pérez. Como Hipólito y Fedra, La viuda de Apablaza pone al centro la incestuosa relación entre una mujer y su hijastro en el campo chileno de principios de siglo, dominado por el alcoholismo y su violencia.